En 1990 el Vogayer 1, desde 6000 millones de kilómetros de distancia, fotografió la Tierra. Así fue denominada esa imagen, que pone de relieve una de las pocas certezas que tenemos como humanidad: este frágil planeta es nuestro hogar y es el único que tenemos.
Hemos aprendido, a fuerza de permanente publicidad engañosa, que existen infinitas posibilidades de continuar expoliando los bienes naturales para sostener nuestro insustentable modelo de producción, distribución y consumo. También nos enseñaron que debemos alcanzar una determinada calidad de vida, aunque sea a costa de nuestra propia salud. Y que todos, pero absolutamente todos, tienen la posibilidad de lograr una vida digna, si se lo proponen realmente: el argumento de la siempre bienaventurada meritocracia. ¿A alguien le caben dudas que hemos sido estafados? Una tima casi infantil, pero que nos negamos a asumir de manera definitiva, porque hacerlo sería cuestionar todo aquello que conocemos. Un desafío inmenso, pero ineludible.
Lo primero es lo primero: el planeta es uno solo. Y los recursos son finitos. Incluso para aquellos que son susceptibles de ser renovados, se requiere un lapso de tiempo determinado. Pareciera ser ésta una premisa que sabemos de manera concluyente. Sin embargo, cada año se consumen 1.7 planetas. Un indicador contundente del impacto negativo del modelo vigente. Una voracidad que pretendemos solapar llenando botellas de plásticos.
Hablemos ahora del modelo. O, mejor dicho, sistema. Somos exigidos de manera permanente respecto del tener. El poder tener define, en esta coyuntura, nuestro ser: somos el auto que compramos, la ropa que usamos. Somos más inclusivos si tomamos gaseosa. Mejores amigos si comemos hamburguesas. Más experimentados mientras más viajamos. Más citadinos mientras más productos importados conozcamos. Y la lista podría seguir hasta el infinito. Por supuesto que esto no es gratuito. En un siglo perdimos dos horas de sueño que ahora dedicamos a trabajar. Trabajar más para tener más. Incluso más ansiedad y cansancio. Pero eso no se visibiliza, excepto para inducirnos a consumir las mágicas pócimas que nos permitirán superar nuestros males. Y seguir consumiendo. Tampoco se muestra la contracara de consumo. La mayor obscenidad: la basura. Millones de toneladas de residuos que se apropian del aire, el agua y la tierra. Silenciosamente, están ahí. Sólo para demostrarnos que nada de lo que desechamos simplemente desaparece, como quisiéramos.
Por último, una inconfesable y dolorosa verdad: la desigualdad es necesaria, intrínseca al sistema. Podrán existir momentos donde se alcancen mayores niveles de distribución de la riqueza, pero cíclicamente vendrán los tiempos de la concentración. Y podremos contentarnos con una actitud reformista, bienintencionada y políticamente correcta. Podemos. Pero debemos saber que promover la igualdad, intra e intergeneracional, entre géneros, etnias y países, será una falacia. Si nos alienta la certidumbre de la paridad, en todos los sentidos. Si sostenemos una ética integral, que contempla desde la horizontalidad a la otredad, cualquiera sea, el derrotero es la revolución. Es un cambio de paradigma. Y es nuestra única oportunidad.
La sobrevivencia sólo será posible si asumimos, responsablemente, el engaño. Si nos decidimos, firmemente, a construir un futuro sostenible. Y si lo hacemos con otros, colectivamente, con la tozuda convicción que queremos y debemos cuidar nuestra casa. Lo que somos realmente. Un punto azul pálido. Ni más, ni menos.
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La historia de las cosas https://www.youtube.com/watch?v=k_rbYcBi-Jw
Un punto azul pálido https://es.wikipedia.org/wiki/Un_punto_azul_p%C3%A1lido
Texto: Liza Tosti
Nombre de sección: Ecología
Edición: N° 79