Tavo Angelini, Luciana Tourné y Rubén Von Der Thüsen encabezaron el virtuoso elenco que dio vida a “Espíritu Traidor”, la ópera rock que produjo la Municipalidad. La obra se presentó el primer fin de semana de julio, en cuatro funciones, y atrajo como moscas a los santafesinos al teatro. La obra fue elegida para protagonizar los festejos del 442° aniversario de la ciudad y el próximo 14 de noviembre, a partir de las 21 en la costanera santafesina.
Parecen hormigas; no descansan nunca. Se la pasan en el Teatro ensayando, y cuando vuelven a casa, agarran las redes sociales y las bombardean. Están eufóricos, borrachos de esa emoción que contagia.
El gran hormiguero es el Municipal. Allí están, desde hace meses, horas y días enteros ensayando, probando, invadiendo los pasillos, trepando andamios, presas de un pintor que exige un cuadro sin fisuras. Un paso, dos, tres, va de nuevo. Mentón alto, va de nuevo. Los brazos más abiertos: va de nuevo y de nuevo y de nuevo y de nuevo, hasta la exasperación. Son más de cien personas, un ejército de artistas, maquilladores, directores, coreógrafos, vestuaristas, escenógrafos, utileros, iluminadores, todos con los pies plantados en suelo santafesino y con la vista puesta en el mismo objetivo.
Las redes explotan. Las fotos previas auguran una fiesta: sólo por la calidad de las imágenes uno puede vislumbrar que lo que prometen parece cierto. Se anuncia como una ópera rock, versión libre de “Sueño de una noche de verano”, de William Shakespeare, escrita por Joaquín Bonet.
Hay entrevistas y afiches y promos; hay un boca a boca que crece, imparable como un río. Dicen que va a ser bueno –aunque tantas veces se promete ampulosamente, y sin embargo.
Es jueves y la explanada del teatro se va poblando de gorros y bufandas expectantes, de jóvenes muy jóvenes y de viejos de bastón. Es día del estreno; el hormiguero está de fiesta. Ellos se abrazan y se dicen mierda, se reconocen en las historias compartidas, en los caminos tallados en el mismo terreno. El Teatro parece distinto esta vez: como si cobijar a los propios artistas le diera un aura más cálida, como de entrecasa. La hora llega, los espíritus se visten de gala y abren las puertas de par en par.
El director porteño Rubén Viani define a la obra como “un viaje”: “No sólo por haber tenido que viajar mucho, todos los fines de semana –se ríe-, sino por el proceso emocional que implicó su desarrollo”. Vestido de negro, ajusta los últimos detalles del mecanismo de relojería que está a punto de empezar a andar.
Un popurrí de notas sueltas es una buena banda de sonido para el estado de nervios general. En el foso los músicos ensayan, se acomodan el pelo, se sacan selfies.
Introducciones de rigor del locutor, Tavo Angelini sale a escena: desde ahí en adelante, todo será pura constatación.
Como si cada uno se hubiera desafiado para demostrar que tanta previa valía la pena. Como si hubieran conjurado los miedos con las dos T, talento y trabajo, con forma de cruz. Como si los espíritus que pululan por el teatro hubieran hecho una corte para reverenciarlos y dejarles paso: este centenar de santafesinos dibuja sobre el escenario un cuadro impresionista preciso, embebido en las mejores tradiciones del musical y ensayado hasta la obsesión, con el ritmo justo para que cada color brille por sí mismo y deslumbre en el conjunto.
Son hormigas transparentes atrapadas en alguna isla del paisaje litoraleño: en ellas se trasluce el dolor, la traición, la tragedia, la locura: los grandes y viejos temas de la creación artística universal. Sus cuerpos alojan el agobio, pero también el encanto, la magia, la risa, la tentación de edulcorar la amargura con un tramito de “Yo soy tu río” de Los Nocheros, por decir.
Muchos se tientan e interrumpen en medio de un cuadro: el aplauso parece una de esas picazones que no puede posponerse. Ellos, sobre y debajo y detrás del escenario, regalan energía como quien esparce partículas que flotan por el aire. Tavo Angelini, Rubén Von der Thüssen y Luciana Tourné capturan las miradas; pero también la troupe de bufones que conforman Lucas Ranzani, Camilo Céspedes, Demián Sánchez, Juan Candioti y Federico Celario Ocampo.
Daniela Romano en el rol de Tiziana; Magalí Airala, como Aldana; Martina Ponce Couré como Rocío; Guillermo Ibáñez en el papel de Jhonny, Julián Reynoso como Leo y la dupla de Marisa Oroño y Mirta Rossi como Marta y Edna son algunos de los atractivos colores que forman la paleta de la que se sirvió el director. La banda de sonido es un dream team formado por Pablo Aristein y María Fernanda Lagger en saxo; Julia Avveduto en cello; Hugo García en batería; Luisina Gloria en flauta; Alexander Russell White en bajo, Luciano Stizzoli en piano y Nicolás Yozia en guitarra.
La obra todavía no terminó, faltan los últimos acordes. Cada alma presente en el teatro ha sido hipnotizada por la magia de Redo Arias -que volvió a su tierra como estrella de rock consagrada, pero que no puede desprenderse del desgarro de una vieja traición-; y ha sido atrapada por la telaraña que componen a su alrededor los personajes y los espíritus que habitan la isla.
Sin embargo, alguien se para, y luego otro, y otro. De repente, ya con el telón bajo, la sala entera se ha contagiado de gracias. Un gracias enorme, regado de lágrimas –de tristeza o de alegría o de emoción o de tantas sensaciones como el teatro, en su interpelación, propone-. Cuando el telón sube, los artistas ven a su público como una masa uniforme que los ovaciona. De a uno van saliendo del hormiguero todos, desde los protagónicos hasta los que manejaron hilos invisibles tras bambalinas. La presentación
dura largos minutos; el aplauso le emparda sin demasiado esfuerzo. Allí están sus hijos, sus hermanos, sus padres, los amigos de sus amigos: los que comparten con ellos las calles y los ritos, los que inflan el pecho al verlos actuar, los que se sienten orgullosos de que sean del pago.
FICHA TÉCNICA
Dirección general y puesta en escena: Rubén Vianni | Autor: Joaquín Bonet | Dirección y composición musical: Francisco Martínez Castro | Orquestaciones: Francisco y Rodrigo Martínez Castro | Coreografía: Barby Ostrovsky | Diseño de escenografía: Magalí Acha | Diseño de vestuario: Lucía de Frutos | Diseño de sonido: Guillermo Pérez | Diseño de luces: Rubén Vianni y Oscar Peiteado | Asistente de dirección: Gustavo Palacios Pilo | Asistente de dirección musical: Juan Candioti | Asistente de coreografía: Alicia Ortiz | Asistente de coreografía: Cecilia Romero Kucharuk | Asistente de escenografía: Dafne Aidoni
ENSAMBLE DE BAILARINES
Francisco Aguirre | Lucila Balocco | Mariel Barcos | Franco Benítez | Matías Forconi | María Jimena Gómez | Francisco Machado | María Eva Papaleo | Juan Pablo Porretti | Yasmin Ríos Satuf | Cecilia Romero Kucharuk | Maximiliano Sena | Julieta Taborda | Federico Wild
CORO
Luciana Braunstein | Agustín Ferrero | Lorena Niere | Mauricio Oromez | Elizabeth Schmidhalter
CRÉDITOS: Natalia Pandolfo
FOTOS: Pablo Aguirre