Cordobés de nacimiento y santafesino por adopción. Histriónico, impulsivo y muy sincero. Actor, payaso y autodidacta. Amante del arte, fanático del teatro y muy familiero. Un buscador de sueños que lo llevaron a cosechar logros y hasta a ganar premios. Así es Leonardo Gustavo Núñez, más conocido como Tuti Núñez. Llegó hace 20 años a la ciudad, con un bolso lleno de muñecos, fantasías y ganas de empezar de nuevo, pero también para seguir construyendo ese castillo de utopías que lo guiaron desde muy chico.
Nació el 27 de septiembre de 1972 en Valle, un poblado entre Alta Gracia y Córdoba. A los 14 años y tras un ataque de rebeldía se fue a Mendoza donde descubrió la magia del teatro; la vida lo llevó a Buenos Aires donde convivió con el mundo de la televisión. Una pérdida familiar, le sacudió la cabeza e hizo que un día se tomara un colectivo y terminara en Santa Fe. Tiene un hijo de 14 años, Francisco. Está en pareja con Selma, mamá de Carmina, y vive en barrio Jardín Mayoraz.
Hizo de todo, pero siempre ligado al teatro, su gran pasión; y descubrió en los títeres y en las historias que cuenta a través de sus pesonajes la importancia que tiene el mirar al otro y ver lo que siente. El año pasado, tuvo un reconocimiento que lo llena de orgullo y considera que “no puede pedir más a la vida”: recibió en Tailandia el premio al mejor titiritero para niños del mundo. Hoy trabaja para el gobierno provincial y municipal, lo que no solo le da una estabilidad sino que le permite seguir armando proyectos para llegar gratis a los barrios.
Los inicios
Toda su infancia trascurrió como “un chico de campo”. Contó que su papá era muy habilidoso para construir, a pesar de ser un empresario del transporte. “En sus momentos libres se metía en el galpón donde había taladros, y otras herramientas atractivas para mi y mientras él trabajaba me pedía que se las alcanzara. La parte de construcción la heredé de él. Cuando dormía la siesta aprovechaba para buscar huesos, le usaba las herramientas y hacía marionetas, pero siempre me armaba juguetes, no lo veía como otra cosa”, recordó.
Iba a una escuela de Alta Gracia. A los siete años se anotó en un taller de teatro. “Me gustó y al año le avisé a mis viejos que vayan a ver la muestra, se sorprendieron pero me acompañaron. Así empecé”, contó y destacó también su fascinación por la mímica: “Mi vieja era peluquera y tenía un espejo grande en el living y cuando no había nadie me ponía a jugar a hacer mímica, me fascinaba”.
Asegura que tuvo “una vida disfrutable”, a pesar de que desde los 3 y hasta los 11 años lo operaron en varias ocasiones por un problema de salud que padecía. “A pesar de ese lado feo, lo bueno era que me aboqué al arte, a dibujar, a modelar, a crear objetos y eso es lo que me llevó a disfrutarlo desde otro lado y a ser más niño ahora porque cuando lo era no podía moverme mucho, entonces hago esas cosas que no podía antes”, expresó.
Primer destino: Mendoza
En la década del 80 sus padres se divorcian, y el tener que vivir un poco con cada uno lo llevó a trabajar en una estación de servicio, juntar plata y a los 14 años tomarse un micro y escaparse a Mendoza. “Trabajaba en una fábrica de cerámica artística por la mañana, me anoté en la secundaria por la tarde, y a la noche me iba al teatro. Durante toda mi vida en esta ciudad nunca falté a un ensayo”. Así relató cómo fue su estadía en la ciudad cuyana.
Su mundo era el teatro. “Siempre la tuve clara, quiero hacer teatro y fui fiel a eso. Empecé a hacer cosas para chicos, y a los 15 años estaba en el turno mañana en el teatro cuidando y terminé escribiendo una obra”, relató. Fue la primera manifestación, se trató de una sátira de la conquista de América y la llamó Colón al 500. Le permitió ganar premios en Mendoza por ser el actor más joven en hacer un unipersonal.
De esta manera le empezó a ver la parte económica y de a poco se fue metiendo en la construcción de muñecos. Un día lo invitan a un festival de títeres que “me disparó la cabeza y me dije porque yo no. Y me animé”, dijo. Vio el concepto de trabajar afuera y no siempre el títere detrás del retablo porque “me gusta ver a la gente, a los chicos, ser el centro pero observar la sonrisas y sentir la alegría. Es lo más lindo para mi”, agregó.
El destino lo llevó a Buenos Aires. Viajó a una fiesta familiar y allí conoció a un camarógrafo de América 2. “Hay una frase que dice que el colectivo pasa una vez y capaz que yo sabía donde estaba la parada y allí iba, porque siempre me fue bien”, definió lo que le estaba por ocurrir. Este trabajador de la pantalla chica lo vio jugar con una nena, le preguntó si era titiritero y le ofreció una posibilidad. Allí trabajó dos años.
Una enfermedad y la muerte de su hermana Viviana le hace un clic y torció su destino. “Ganaba muy bien pero la plata no compraba nada. Me levanté un día, me armé un bolso con muñecos, compré un pasaje en Retiro, era diciembre del 95 y me vine a Santa Fe. No le avisé a nadie. Fue un borrón y cuenta nueva y empecé de cero”, dijo.
Cargado de sueños
Llegó a Santa Fe e hizo de todo. “Hacía cumpleaños y lo que surgía. Nunca dije que no a ningún laburo, cuando no había lo inventaba. Hacía funciones para las escuelas, seguí creando muñecos y ecenografias, pero siempre dentro de ese ámbito”, contó. Las puertas se abrieron en otro aspecto cuando conoció a Pepe Volpogni quien le ofreció repartir volantes para la UNL. “Tomaba lo otro para juntar plata para hacer cosas gratis en los barrios o crear muñecos”, fundamentó. Gracias a este hombre y a Carolina Sanchis llegó a trabajar en la Municipalidad donde aún hoy lo hace e ingresó también a la Provincia.
“Soy alguien que hace lo que le gusta”, así se definió Tuti y agregó: “Cuando una persona dentro del arte, de los oficios o las profesiones hace lo que le gusta ya está, es feliz”. También habló de su transformación: “Antes me pintaba toda la cara, después solo la mitad y ahora me pongo un pompom rojo en la nariz. Fue una búsqueda, pero un día no me pinté, me puse la nariz y dije este soy yo y a veces ni la nariz me pongo. Lo mejor de esto es que hago lo que soy, la cuestión interna que tengo lo demuestro siendo payaso”, cerró.
Reconocimiento mundial
Pero de todas esas semillas que fue sembrando hoy cosecha sus frutos; y el mayor logro lo alcanzó a fines de 2014 cuando fue invitado a un festival en Tailandia sin saber que entregaban premios y recibió el galardón bajo el título de El mejor titiritero para niños del mundo. “Me invitaron y creí que era un chiste, pero no. Viajé con mi pareja y Pedro la obra que hago en todos lados”, contó.
Aseguró que “fue un festival mágico, donde había diez cuadras de titiriteros, el lugar es increible, la gente es maravillosa y volví con el corazón gigante”. Como anécdota, además de emocionarse y sentirse orgulloso por su premio, contó que conoció al hijo de Jim Henson, el creador de los Mappets: “Era mi ídolo de chico y no lo podía creer”.
La familia
Es hijo de Nelson y Cuqui; y el menor de tres hermanos: Viviana y Walter. Tiene cuatro sobrinos: Caio, Yuri, Valentín y Julieta. Es papá de Francisco de 14 años. Hoy vive con Selma López, mamá de Carmina.
CRÉDITOS: Luciana M. Dall’Agata
FOTOS: Pablo Aguirre