“Quizá la vida valga la pena” sentencia en un parlamento el actor protagónico y creador de esta serie británica de exquisito humor negro Ricky Gervais.
En esta trilogía de temporadas, la serie desarrolla la vida de Tony, un periodista del diario de pueblo The Tambury Gazette, luego de la muerte de su esposa a causa del cáncer. Desde la más oscura soledad y depresión con adicciones como psicotrópicos y el alcohol, el multifacético Gervais trama un universo de situaciones cotidianas con parlamentos que conectan directamente a lo emotivo y a los procesos de identificación de la audiencia.
Para poder duelar una pérdida que deja un hueco profundo y hostil en la vida de Tony es necesario transitar diferentes etapas que convocan al abismo de emociones. Un abismo tan frágil que un giro de humor antes de dar el paso final logra transformar la angustia en risa y viceversa para nuevamente retomar el círculo inteligentemente planteado.
En el universo narrativo existe un ecosistema de personajes secundarios con potentes interpretaciones que juegan el rol de “unos verdaderos loosers (perdedores)”, al decir del actor, en el más peyorativo intento de reflejo y de salvación. Lenny, el fotógrafo del diario, que no se cuestiona más que su adicción al televisor y a la comida chatarra; Kath, la vendedora de publicidad que busca desesperadamente al amor de su vida y se va cayendo a pedazos conforme pasan los capítulos, el cartero enamorado de la prostituta que pretende ser correspondido de manera recíproca; Brian, un hombre que padece el síndrome de Diógenes y tiene una vida miserable como la de su amigo un actor frustrado por la discriminación.
En medio de un escepticismo catastrófico que baña lo cotidiano y lo hace por momentos llano, austero, mustio y con sabor a sin sentido, la astucia de Ricky Gervais se anuncia con trompetas en los giros dialógicos con su mujer muerta, en las charlas en el banco sentado frente a la tumba con la viuda Anne, en las inclemencias periodísticas que cuelan historias maravillosamente bizarras de los habitantes del pueblo y en la cronología imprevista de los acontecimientos porque no hay un plan cuando la muerte irrumpe.
Lejos de golpes bajos y con la inteligencia de quienes saben cuándo retirarse, la tercera temporada de After Life anuncia una o dos redenciones que tienen que ver con la esperanza y con la fe. Dos redenciones que tal vez el creador nos deba a quienes nos apasionamos en las temporadas anteriores para aliviar el peso de los últimos años y para pensar que es posible una vida después de.
Créditos: Ezequiel Perelló