“Estoy aquí en Rishikesh, una pequeña ciudad al norte de India, conocida también como “La puerta del Himalaya”, ya que desde aquí se peregrina hacia lugares santos. Está atravesada por el Ganges, donde muchas personas se sumergen y honran sus aguas.
Recorriendo sus calles no puedo dejar de mirar cómo las vacas caminan confiadamente entre los transeúnte, lo que me invita a sentarme junto a una de ellas y acariciándola pedirle perdón porque los humanos las tratamos como objetos y mercancías. Es usual en este lugar ver los monos como parte del paisaje, donde nadie los molesta, a la vez que observo rostros humanos con una sonrisa dulzona que invita a imitarla.
Entre el aroma de los sahumerios que sale de los innumerables templos, las casas y los bazares, entre el sonido de los mantras que son cantados eternamente, puedo descubrir una forma de ver y sentir la Vida tan diferente a la nuestra.”
En este paisaje amé aún más ser vegano. Pude experimentar como todos los seres somos iguales y a la vez tan diferentes, como todos los seres tenemos Derechos y que la práctica de la empatía puede ser “la punta del ovillo” para empezar a “tejer una trama de la historia totalmente diferente y nueva” que sea genuinamente inclusiva y liberadora.
Ver como las personas acarician a la vaca y le dan alimento; ver como los niños le tiran una fruta al monito que grita me hizo sentir que podríamos vivir en paz y armonía en una tierra que nos pertenece a todos.
Me puse a fantasear en cómo sería una tierra donde los principios del veganismo se conviertan en lo que transversaliza los vínculos y la historia.
¿Por qué que atraviesen a todo y a todos esos principios? Porque ser vegano es sencillamente cultivar valores tales como el amor, la paz, la empatía y sobre todo la justicia hacia “todos los seres”.
Esto implicaría que todos los seres sintientes tendrían el mismo derecho a desarrollarse y vivir una vida tranquila, los animales humanos y los animales no humanos.
Pensaba que podríamos desarrollar una nueva conciencia liberadora y que esta liberación no sólo alcanzaría a los animales no humanos, a quienes por fin dejaríamos de explotar; sino que además nos liberaría a los humanos de mitos, creencias y prejuicios en relación al vínculo que tenemos con los demás seres y el ecosistema.
¿Qué nos hace creer que una vaca no sufre cuando picaneada es obligada a subir al camión jaula mirando de lejos a su ternero? ¿Qué pensamos nos dice cuando nos mira por entre las maderas del camión con esa tierna e inocente mirada? ¿Qué pensamos siente un caballo, que en ocasiones mal alimentado y sin descanso, es obligado a tirar un carro con un peso que excede sus fuerzas y además castigado?
¿Qué nos pasa que ante la muerte de un delfín en el costa del mar muchos reaccionan diciendo: “Que hecho atroz”; pero luego se van de pesca y suben en las redes sociales una foto con un pez recién sacado del agua y la gente empieza a hacer click en “Me gusta”? ¿Qué pasa con la coherencia?
¿Es tan difícil poner en debate nuestras creencias y paradigmas?
Creencias tales como: “Los animales fueron creados para ser comidos”; “Nuestro cuerpo necesita de carne y derivado de animales para estar bien alimentado y saludable”, “Los animales no humanos no tienen derechos y son algo así como un objeto y mercancía”, “Los animales no humanos no sienten, podemos explotarlos y usarlos para nuestra satisfacción”.
Cuando en Rishikesh observaba esos rostros sonrientes me preguntaba si en algún momento todos podremos lograr un estado de empatía y a la vez de felicidad.
Sentarme en el bar y leer la carta, no encontrando ninguna oferta donde la vida de un animal haya sido puesta en riesgo, me hizo sentir más feliz aún. Saber que en ese lugar todo lo que ofrecen es sólo comida sin angustia, ni dolor; saber que a ningún animal se le destrozó la familia para que sentado allí, esté esperando comérmelo. Almorzar en compañía de Ram y contarle esto fue tan hermoso.
Saber que hay infinidad de cosas ricas, coloridas, sabrosas y nutritivas en el mundo vegetal y que consumiéndolas puedo tener salud y a la vez estar en paz de no haber hecho sufrir a otro ser, que como yo, siente. Desayunar un licuado con agua, frutas frescas, algunas semillas activadas y pasas; seguir andando el día y comer algunas frutas secas y frescas durante la mañana. Poder pensar en el almuerzo con alguna hamburguesa de lenteja, o mijo, o quinoa (fuentes de proteínas) con ensaladas crudas con abundante limón. O preparar arroz, o pastas, o salsas o pizzas, o terrinas, o verduras asadas; una infinidad de propuestas.
Sentí en Rishikesh la posibilidad de un nuevo mundo; sentí que como aquellas personas que se sumergen en las aguas del Ganges y al salir de allí se purifican, podríamos “purificar” nuestras mentes y cultivar nuevas, justas y renovadas creencias, dejando de sostener paradigmas obsoletos que nos hacen pensar que somos los “amos y dueños del mundo” y que podemos hacer con la vida de los demás lo que nos plazca; transformando este paradigma hacia aquel que nos permita percibir la igualdad de todos, empatizando con los seres sintientes y aprendiendo a “ampliar nuestro círculo de amor y justicia” hasta que el dolor, la angustia y la explotación sean recuerdos de tiempos viejos.
Mientras soñaba con todo esto una voz en mi corazón decía: “Ser vegano a mí no me cuesta nada; a los animales les todo, les cuesta su vida”.
Jorge Bode.
Counselor. Terapeuta Ayurvédico. Profesor de Yoga.