A la vieja esa no le des bola, decí que ya se está por bajar porque no la aguanto. Empezó como te digo, nomás, los tipos sentados tomando porrón, hablando al pedo y, al toque, se la mandan. Viste que las mesas redondas son un peligro. Así como estamos nosotras al lado ahora, ellos estaban sentados en la mesita de lo del Nacho. Recién había llegado el marido de la Lauri y el Negro estaba hace rato. Todo bien, hasta que se empiezan a gritar. Viste como es el Nacho, no quería saber nada con que se anden peleando ahí.

La gente seguía todavía, la Silvina sentada en una sillita en el patio de enfrente, pero me volví porque tengo que ir a laburar, y me di cuenta que quedarse no servía para nada. Justo vi que vos también encarabas, ¿vos sos la que estaba con el Pela el otro día, no?

Yo cuando salí vi el humo, igual que vos, una banda de humo, y pensé que estaban quemando un montón de basura, medio raro. Pero, cuando doblé, me di cuenta y arranqué a correr. Tengo la imagen grabada. Después me rescaté y paré para llamar, no sé bien a adónde llamé pero cuando les expliqué lo que estaba pasando me dijeron que ya habían avisado, y les dije que se apuren. ¿Vos te pensás que se apuraron?

La vieja, la que te decía recién lo de la nafta, cuando estábamos allá me decía que seguro estaba por explotar la garrafa, y ella se quedaba ahí en la puerta casi, con los nenes. Viste que la gente flashea, no tiraron nada, para mí que se armó bardo nomás y está todo seco y la conexión eléctrica en cualquiera, qué se yo.

Ahora, ¿vos te pensás que esto va a salir en algún lado? Es como vos decís, las cosas de repente pasan, sin ningún gollete, y al otro día todo de nuevo. Vos te enteras ahora porque me encontraste nomás y después te bajas y le contás a alguien y ahí nomás se muere. La vieja esa, encima y las otras como ella empiezan a tirar giladas, como la que te dijo a vos, y después se arma un verso bárbaro ¿viste? Y al que le llega ya ni le da bola. Por hablar al cuete, por eso pasa esta mierda, por andar mirando lo que hace el de al lado. ¿Qué carajo hay que andar hablando sobre los otros, me podés decir?

Lo del Negro y lo de la Silvina lo sabemos todos, ¿viste? El Negro sabe que todos lo sabemos y estaba todo bien. La cosa fue y eso capaz vos no lo sabés, que la Silvina hace poco se dejó de ver con la otra, con la de Rincón, y empezó a pasar algo con la Lauri. Vos lo conocés al Negro, a la Silvina la adora. Nacieron y se pusieron de novios. Pero siempre llega uno que la caga y el marido de la Lauri, el Tati, se sienta a tomar porrón y va y le dice yo sé que mi mujer va para tu casa.

El Negro se habrá quedado helado, seguro, no le habrá podido decir nada. Es como decías vos, es un tipo re piola pero no se da cuenta el Negro. El otro lo agarró del cogote y lo llevó para la casita. Eso me contó la Mari, mientras estábamos con la Silvina, calmándola hasta que llegaron los bomberos.

No sabés lo feo que fue, vos de aquél lado habrás visto el humo nomás. Lo mismo que yo, que salí y vi el humo hasta que doblé y arranqué a correr, porque vi la casita prendida fuego. Cierro los ojos y la veo, todo el barrio oscuro y el fuego que crecía rapidísimo, la Silvina que estaba blanca,  helada, no hablaba, no llegaba la policía, ni nadie, la vieja —la que se bajó recién— diciendo corransé que va a explotar la garrafa, y el Negro lloraba, y le decía no pude, no pude hacer nada.

 

Texto: Agustina Lescano

Nombre de sección: Relato Breve