Las organizadoras del canje de mercaderías, que se hace —desde hace 9 meses— los lunes y jueves en la ex estación, son las hijas de los clubes de trueque del 2001, que parecían olvidados. Participan más de 800 personas de todos los barrios de la ciudad, Laguna Paiva, Sauce Viejo y hasta Paraná. Lo más solicitado son productos de primera necesidad: aceite, arroz, yerba. 

Que el dólar cierre a treinta o cuarenta pesos; que las Letras del Banco Central (Lebac), los bonos o las acciones, cierren en baja, parece ciencia ficción de bajo de este tinglado. O quizás esas variables económicas sean las causas deque cientos de santafesinos estén debajo de estas chapas. La frase “no hay plata” acá es literal. La moneda de cambio es el producto:

—Por las ojotas, ¿cuántos productos? —se escucha incluso antes de llegar al tinglado de la Estación Mitre que, hace añares, cubría de la intemperie a los pasajeros que esperaban a los trenes. Hoy ya no hay trenes para esperar. Pero la intemperie está a la vista. Se estima que son 800 personas las que los lunes y los jueves se las ingenian, se las rebuscan, para llevar a sus casas comida, ropa usada o artículos de limpieza.

Sábanas o mantas viejas separan la mercadería del piso de tierra. Solo algunos privilegiados tienen pequeñas mesas para apoyar las cosas. La gran mayoría de las participantes de la feria son mujeres que vienen con sus hijos. El chirrido de las hamacas se entremezcla con las voces que salen de dos megáfonos: uno es el que usan, por turno, las seis organizadoras de la feria para juntar a las personas que, un rato antes, a través de Facebook, acordaron canjear un producto por otro. Del otro megáfono sale una voz de hombre, con un tono similar al de los vendedores que andaban por los barrios con camionetas atiborradas de baldes, palanganas y fuentones. El sonido viene de lejos, cuesta oír lo que dice.

Mientras los pibes corren por los andenes abandonados y las madres trocan, una chica hace encuestas sobre “la situación económica en el canje”. Parece un chiste. Sobre la pared más cercana a calle Dr. Zavalla el texto de un mural despintado alienta: “Dale con toda”. Las personas cuelgan del cuello unas especies de cucardas con el logo de Facebook y sus nombres. En el trueque el movimiento es constante. La operación es inmediata. Acá no se viene a hacer sociales. Acá no se viene a regatear. Acá se viene a parar la olla.

Un Renault 9 color azul delimita la feria. Sobre esa barrera antojadiza, sobre esa cicatriz que separa mitad de andenes repletos de personas, con otra mitad desierta, embarrada, detonada, sí hay mesas y hasta sillones. De este puesto fronterizo salía la otra voz. “Se fueron los tiramisú, se fueron, chau, chau, chauuuu”, dice a lo Tinelli. “La pasta flora va con chizitos de regalo”, insiste el hombre del altavoz.

“Hace 8 meses éramos 15, hoy somos más de 800”, sentencia el hombre del altavoz, que se llama Timoteo, pero le dicen Timo. “Estamos acá porque las changas bajaron tremendamente. La situación está mal y tenemos que tratar de sobrevivir. Esto es ayuda contra ayuda”. En medio de la charla un joven extiende un sachet de yogur y un paquete de fideos. “Listo, te llevas la flora. Agarrá unos chizitos”, dice El Timo.

—A mí me da tristeza esto porque crece. Y sabes por qué crece, por la necesidad. A mí me da lástima porque esto no está bien ¿Por qué tengo que venir a canjear para poder comer mañana? Yo no quiero que mis hijos me vean acá, aunque no hacemos nada malo, no quiero.

Las hijas del trueque

A esta situación ya la vivió. Antonela —25 años—, al igual que el resto de las organizadoras de “TOD@S JUNT@S canjeamos por Mercadería”, son hijas de los clubes de trueque. “Con mi mamá, en el 2001, empezamos en el que se hacía en el Parque Garay. Yo tenía unos 8 años y me acuerdo que en ese momento estaban los llamados créditos. Luego de un tiempo pasamos esta etapa y después de tantos años volvimos a la misma metodología que yo vivía de chica”.

En medio del bullicio y de las incesantes solicitudes de participantes de la feria, Antonela recuerda: “Con mi mamá nos íbamos a todos los trueques, a todos los canjes, porque había una crisis horrible”, dice y remarca: “Igual que la que estamos viviendo ahora. Yo lo viví de chica, ahora lo vivo con mi hijo. Me da bronca tener que revivir algo que fue doloroso. Nosotras caminábamos de un lado al otro tratando de conseguir algo para comer. Y es lo mismo que vemos ahora: mujeres que vienen de todas partes con sus chicos, ver eso duele mucho, porque ya nos pasó. Uno no espera volver al pasado. Esto es retroceder, la gente no puede comprar algo tan básico como el aceite”.

“Hay gente que en Facebook nos insulta, nos mandan a trabajar, nos dicen que vivimos de los planes, yo siempre me pregunto ¿qué le pasa a esa gente? ¿Se piensan que estamos acá por gusto? ¿Por qué la gente que tiene un poquito más que vos cree que puede denigrarte? A mí me gustaría contarles lo que nosotras hacemos acá, que sepan la ayuda que damos más allá del canje. El dedo acusador duele”, dice Antonela Ramírez.  

Texto: Guillermo Capoya

Fotos: Pablo Martínez

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Edición: N°66

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