La acción de acariciar comienza mucho antes de que los músculos muevan los huesos para acercar una parte propia al objeto de deseo, a esa otra parte distinta que está como suspendida en el tiempo: lo que se está por acariciar late y su ritmo impregna el aire de carnavales que llegan y se instalan para siempre.
Lo voluntario del gesto está relacionado con un pensamiento, que activa los neurotransmisores necesarios para que, luego de la sinapsis, se envíe el estímulo motor para el movimiento. Un movimiento nunca se produce en soledad. El movimiento de acariciar precisa que se coordinen complejas variables químicas, fisiológicas, emocionales, filosóficas, sociales; de manera colectiva, entrelazando una instancia con otra, una articulación con un ligamento, un filamento de músculo con la piel, una percepción propia del cuerpo con el deseo que moviliza.
La distancia que nos separa de lo que se acaricia es un universo de posibilidades, que permiten reconocer ese Otro —sujeto/objeto— como válido y visible, con una mismidad que lo hace inigualable. Lo único que podemos generar con una caricia es un reconocimiento amoroso de lo distinto a nosotros, que está cerca y que no nos pertenece, ya que el límite de la piel es preciso: contiene lo que somos para poder ser.
El sentido de pertenencia está relacionado, en una caricia, con la identificación —a modo de espejo— que nos devuelve el gesto, como quien encuentra una respuesta que pensó perdida o que el olvido añejó en algún lugar de la memoria; como ese reencuentro esperado en la misma vereda bajo las luces tiritando de emoción, o ese perfume que quedó en el aire y que volvió un día cuando se abrió la ventana, la canción que se escuchaba cuando nos creíamos eternos bajo las estrellas de la laguna, o ese color tan tuyo que los picaflores traen en sus picos unos segundos y se desvanece en el aire debajo de la enredadera del patio.
Podemos acariciar un movimiento y, también, un movimiento nos puede acariciar. Podemos acariciar un ser amado, un objeto deseado, algo humano que parezca vivo, algo inerte que parezca humano, algo vivo que se sienta animal, algo vegetal que se sienta vivo.
Cada nuevo inicio, cada año editorial que emprendemos renovamos la ilusión al retorno. Las caricias son parte del rito de iniciación.
Cada vez que tus poros se abren y tus huellas digitales se imprimen en nuestras páginas se inaugura un ciclo que nos ordena, nos renueva y nos identifica.
Que las caricias multipliquen los movimientos, que nos movamos juntos sin confundirnos, que la comprensión del Otro sea parte de un conocimiento mutuo y que las luchas nos encuentren conviviendo con nuestras diferencias más irreconciliables.