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TS- ¿Cuándo comenzaste tu vínculo con el mundo del teatro?

ED- El 7 de noviembre de 1968. El día en que nací, al llorar, los médicos y enfermeras del Sanatorio Diagnóstico no se percataron que en realidad lo que estaba haciendo con cada llanto era organizarlos en el espacio escénico del quirófano o dando indicaciones del cómo debían decir sus “textos” a mi madre parturienta.

Escribí mi primera obra de teatro entre los 8 y los 9 años. No recuerdo bien. En algún sitio aún guardo esas dos hojas de cuaderno “Stella” con letra prolijita.

Finalizando mi cursado en la escuela secundaria, monté dos obras – “Historias” y “Trinos”, dos bodrios en los que hacía todo, como ahora: la escenografía, la música, el vestuario, actuaba… En una escuela en la que había sufrido mucha discriminación (ahora le pusieron nombre a aquel sufrimiento, “bullying”), tomé mi revancha haciendo que el alumnado se siente a ver lo que amaba. Revancha o inconciencia.

En el año ’87 me inscribí en el taller de teatro de la UNL con Luis Novara y Rafa Bruzza. Tanta espera hizo que comience aquel día – aterrado, ansioso, fascinado – y continúe hasta hoy – aterrado, ansioso, fascinado –. Allí comenzó mi viaje teatral.

TS- ¿Qué singnificó o significa Alejandro Dumas y “La damas de las camelias”?

ED- Mirándolo desde hoy, un recuerdo de una experiencia intensa desde lo teatral y desde lo afectivo. Fue la primera vez que dirigía a mi amigo y Maestro, Raúl Kreig. Tenía enfrente de mí, a más de veinte actores y cantantes. Una locura. Fue un acto de amor el hecho de que toda esa gente confiara en mí.

Creo que me había enamorado de Alfonsina, la Dama de las Camelias. En el siglo XIX, la tuberculosis era incurable y mortal como el HIV lo era en el momento de espectáculo (año ’96). Acababa de perder un primo por esta enfermedad y esto estaba muy presente, en forma más o menos conciente. Unos meses antes del estreno había viajado a París (donde mi primo vivió hasta sus últimos años) y fui en busca de la tumba de La dame aux camélias. Nieve, cuervos y una rosa seca acompañaban su pequeña tumba en el cementerio de Montmartre. Algo de ella, en mi alma, en mis lágrimas, me llevé hasta Santa Fe para terminar de dirigir semejante empresa teatral.

Ese espectáculo amado – con gente que hoy ya no está – tuvo un hermoso corolario cuando Laura Yusem lo vio, dando luego una maravillosa devolución en un seminario que dictaba en Santa Fe. “La Dama de las Camelias” fue una pequeña llavecita de ingreso a Buenos Aires, donde – en el taller de Laura, años después – ya me conocían como el director de esa obra.

TS- ¿Stanislavski, Grotowski o Artaud?

ED- Cóctel. Creo que todo el teatro santafesino es un cóctel de estos pilares del teatro universal. Así me formé. Así me criaron. La “pobreza” o la austeridad escénica – como le digo yo – de Grotowski es una marca estética y conceptual de mis trabajos como director, dándole un lugar de preponderancia a la labor del actor. El actor es palabra, es cuerpo, es emoción, es escenografía y luz. El actor es el teatro. Sí, claro, en el marco de una puesta con decisiones estéticas y dramaturgia escénica que le dan una coloratura en particular; pero es el actor el protagonista de mis espectáculos. El actor, ese atleta del corazón dijera Artaud. Porque es tan preponderante su figura en mis trabajos, tanta la investigación y exploración, que el actor debe poner en ejercicio su cuerpo, su fisicalidad y sus emociones a modo de estallido.

Pero – como suelo decir – “ante la duda, Stanislavsky”. Su método ordena. Cuando en el proceso creativo del actor, del director y también del dramaturgo, la incertidumbre cae como una noche en neblinas, Stanislavsky. Poder distinguir cuál es el conflicto, cuál es el querer de un personaje, encausa el río cuando se desborda. Porque siempre hay texto – texto que es palabra hablada, que es cuerpo en acción – y a ese texto hay que conducirlo para que el receptor (el espectador) decodifique. Para ello, hay que ordenarnos un poco. Y Stanislavsky ayuda a eso. Por lo menos para mí. Todas las vanguardias vinieron después de él: Stanislavsky en lo teatral, el Impresionismo en lo pictórico y Chéjov en la literatura y dramaturgia. Un antes y después de ellos. Es como un papá, del cual podemos renegar en algún momento de juventud pero que siempre volvemos a sus consejos cuando nos perdemos.

02_resultTS- ¿Y tus referentes?

ED- Mis referentes son mis amigos-Maestros, con los que aún hoy tengo la suerte de trabajar. Raúl Kreig, Rubén Von Der Thüsen, Sergio Abbate. También, claro, mis otros “mayores”: Marina Vázquez, Carlos Falco, Julio Beltzer. Respeto mucho la figura de aquellos que abrieron el camino y que hoy creen en mí como teatrista. Si bien vivo en Buenos Aires y muchos grandes habitan aquí; o bien referencias como la de Peter Brook y su concepción de espacio vacío han sido significativas para mí, mis referentes siempre son mi familia teatral – así les digo yo – de Santa Fe. No doy un paso – dirija en la ciudad en la que dirija –  sin que escuchar la opinión de ellos. Como me conocen, sé que siempre me van a proteger de mí mismo y lo harán amorosamente.

TS- ¿Drama o comedia?

ED- Soy un trágico por naturaleza. Atravesado por las cumbres borrascosas de un romántico decimonónico y por el abismo de un existencialista. Así, hago mi teatro. Luego, descubro, que el público ríe con “Edipo Y Yo” y que la tragedia se convirtió en comedia. O que el espectador se conmueve con la parodia de las telenovelas argentinas de los ’80 en “Yo siempre me soñé novela”, que es un espectáculo de humor… Ni drama ni comedia: ¡grotesco!

TS- Sos un artista que ha recorridos muchísimos escenarios, creés que el público santafesino tiene algo de particular?

ED- Amo el público de Santa Fe. Quizás, la distancia, la ebullición y el anonimato de la Gran Capital, hizo que lo valorara más. Es un público exigente, que tiene cultura teatral y que, si no la tiene, no se deja embaucar con cualquier producto. Es un público que no teme a ponerse de pie y aplaudir. Un público que sigue a sus artistas, los reconoce y valora. Eso también es consecuencia del gran nivel teatral que tiene nuestra ciudad. Los teatristas santafesinos, nuestros grandes actores, han enseñado al espectador – desde la escena – lo que es la calidad artística y el compromiso con el arte. El público santafesino llena salas. Eso es un lujo de nuestra ciudad.

TS- ¿Qué te invita a volver a  Santa Fe?

ED- Mi familia, mi casa-quinta, mi perro Chopin, mis amigos, mi teatro. Con mi familia teatral puedo explorar y arriesgarme. Con ellos, tengo red. No siempre se da el hecho de que un grupo de artistas trabaje conjuntamente hace más de 20 años. Esto genera un código, un conocimiento del otro, un permiso artístico, un entendimiento estético y una búsqueda teatro-vital, que lo hace único y que no se puede perder. La vida ha pasado por y entre nosotros. Éxitos, no tan éxitos, cumpleaños, casamientos, nacimientos y duelos. Y siempre el teatro. ¿Cómo no volver?

 

05_resultTS- ¿Creés que el teatro se fomenta como debiera?

ED- Creo que el teatro lo fomenta cada uno como profesional del arte. Es nuestro compromiso y nuestra responsabilidad desde el día que nos asumimos como tales. El Estado, las Instituciones, la prensa deben colaborar y “estar”, claro que sí. Pero pienso que es nuestra seriedad y profesionalismo en el quehacer teatral lo que genera que la mirada de la comunidad se deposite en nosotros. Es nuestro deber. Actualmente, los medios de prensa están mucho más atentos y generosos para con nuestra labor. Corresponde señalar a Roberto Schneider como punta de lanza en esta nueva perspectiva. Y agradecemos esto. Personalmente valoro mucho cuando un crítico o un periodista se detiene en nuestro trabajo o en el mío en particular. Hay una nueva generación de laburantes de los medios que nos reconocen y apoyan. Brindo por ello.

 

TS- ¿Considerás que estar en Buenos Aires te permite otras posibilidades que el escenario local no te brinda?

ED- Desde lo estrictamente artístico, no. La labor que hago en Buenos Aires no se diferencia de la que hacía y hago en Santa Fe. El marco es distinto. Buenos Aires es una de las ciudades más importantes del mundo a nivel cultural. Pero muchas veces suele ser muy ingrata. Se hace muy difícil la convocatoria de público. En esta ciudad hay 300 espectáculos por fin de semana. Es decir, un espectáculo mío compite con otros 299. Lo que sí me permitió Buenos Aires es que otro público vea mis trabajos, compartirlos con otros colegas –muchos prestigiosos– y encontrar paridad, que los críticos “me elijan” para venir a verme entre tanta proliferación de producciones.. Y si algo tengo que destacar y valorar de mi encuentro con Buenos Aires son mis experiencias con el Teatro Nacional Cervantes. Ser contratado por semejante institución y así dirigir en distintas provincias, fue un honor.

TS- Te vas a enfrentar a un proyecto unipersonal, ¿es el primero? ¿cómo vivís el desafío?

ED- Es verdad. Este año decidí trabajar en un unipersonal que escribí a partir del relato breve de Antón Chejóv, “La dama del perrito”. La decisión radica en mi profundo deseo de volver al escenario como actor. Actuar siempre me conlleva repensar mi labor como director ya que estoy del otro lado del mostrador. Y cada tanto lo necesito. Por otro lado, mis viajes por trabajo y otras cuestiones complejizan el hecho de que forme parte de un elenco y me comprometa en una temporada. El unipersonal me permite trabajar más libremente respecto a los tiempos de ensayos y haré funciones cuando los cronogramas me lo permitan. Me dirigirá Matías Pisera Fuster, un joven director chaqueño radicado en Buenos Aires, recibido en el UNA y la obra se llama “La Dama, Su Perrito, Su Amante y El Narrador”. Es la primera vez que estaré solo en escena y el vértigo, obviamente, está presente. Si existe un miedo importante en esta instancia, que aún los ensayos no comenzaron, es la memoria. ¡Cuánto texto para memorizar! Yo solito me escribí mucho.

 

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EDGARDO DIB

Teatrista Argentino

 

Edgardo Dib. Nacido en Santa Fe y radicado hace más de una década en Buenos Aires es director, actor, dramaturgo, docente. Con casi 30 años de trayectoria ha puesto en escena numerosos montajes que fueron muy bien recibidos por la crítica especializada y el público. Sus espectáculos han representado en varias oportunidades a la zona litoral en las Fiestas Nacionales de Teatro del INT y ha obtenido importantes distinciones (Premios Teatro del Mundo – Bs.As. -, Cumbre de las Américas – Mar del Plata -, entre otros). A lo largo de diez años se desempeñó como docente de la Escuela Provincial de Teatro (Santa Fe) y fue durante dos años consecutivos Director Residente de la Carrera de Arte Dramático de la Universidad del Salvador (Bs. As.) Entre sus últimos trabajos se destacan “EL JARDÍN DE LOS CEREZOS *suite para cuatro personajes*” y “Edipo y Yo” en Santa Fe, “Casi TENNESSEE” y “Yo siempre me soñé novela” en Buenos Aires, “las Hijas de BERNARDA” en Chaco. Director de tres Planes Federales de Co-Producciones del Teatro Nacional Cervantes: “¡BarrancAbajo!” en Córdoba, “La Gringa Loca” en Chaco y “Los árboles mueren de pie” en Corrientes.

Crédito: Ezequiel Perelló.

Fotos: Pablo Aguirre.