Nunca pensó en ser otra cosa que escritora, con la costumbre de “escribir con la cabeza”, como le gustaba definirlo de niña. Autocrítica y reflexiva, anda leyendo el mundo todo el tiempo y lo traduce a sus lectores. Hoy, nos presenta “La Pregunta” una atrapante novela que hurga hacia abajo en la condición humana y, al mismo tiempo, la eleva desde lo cotidiano, lo doméstico, lo pedestre hasta las más sublimes percepciones y experiencias en busca, tal vez, de aquel utópico “Reino de Camelot” de Tomás Moro. Los credos, las creencias, las religiones, el onirismo, la magia, la filosofía y los mitos son ensayos que los personajes (y los lectores) utilizan en la búsqueda de una síntesis insospechada.
TS- ¿Cuándo empezaste a escribir?
CU- No sé. Siempre. Desde antes de dominar la lectoescritura, yo le decía a mi amiguita, que hablaba mucho, “que se callara porque estaba escribiendo con la cabeza”. Formalmente a escribir poesía, relato o ficción habré empezado entre los 7 u 8 años. Nunca, nunca se me cruzó otra inclinación que no fuera la de ser escritora. Al mismo tiempo, leía todo lo que caía en mis manos y lo que no, lo buscaba en la biblioteca de mi papá, poblada de autores de la novela burguesa del siglo XIX o de ensayos de libres pensadores, pero el festín más grande me lo hacía en Rosario en la biblioteca de mi abuelo. Ahí leía de todo porque había de todo. Y como niña divagaba con la astronomía. A las 6 de la mañana me despertaba la máquina de mi abuelo, así que fijate que de algún lado viene uno. Él era un cubano delirante y mi abuela una anarquista sumamente culta. Cuando él salía, yo me acomodaba frente al viejo maquinón y con dos dedos hacía sonar cada letra. Nunca pensé en ser otra cosa…
TS- ¿El ejercicio actual de la escritura te remonta a ese momento de la infancia, lo tenés presente?
CU- Conscientemente, no, pero, como cuando dejo de escribir vuelvo a ciertos recuerdos, esos momentos aparecen. En mi generación, a los 6 o 7 años, te diría que ya leíamos de corrido y escribíamos bastante bien. Mi primer poema fue un soneto cuya métrica imité de Rubén Darío. Exactamente, no te lo puedo reproducir, pero era una diatriba contra los hombres golpeadores. Había leído la historia de Santa Rita de Casia muy golpeada por su marido y en ese soneto festejaba la muerte de ese hombre. Todo ese material desde los 7 hasta los 27, período en el que escribía compulsivamente, estaba guardado, pero fue destruido. Hasta ese momento no había publicado, no me atrevía. Como te dije, durante toda la escuela primaria ganaba los concursos de composición cuyo tema, generalmente, estaba referido a hombres heroicos. Siempre supe que tenía que hacer eso porque en todo lo demás, absolutamente en todo, era un desastre. Mi servicio al prójimo consistía en escribirles todas las redacciones a los chicos. Se nota que consideraba, sin saberlo, a la escritura como un servicio. A los 27, me decidí a publicar incentivada por un escritor salteño, Walter Adet. Y estábamos en eso, ordenando “Incendio y derrumbe”, cuando llegó esa gente que destruyó todo… No quiero ahondar en esto, se debe entender.
TS- Tengo entendido que fue entonces cuando dejaste de escribir.
CU- Nunca dejé de escribir. Nunca, pero nunca. Ni un solo día de mi vida. Fueron cambiando los géneros y los formatos nada más y, sobre todo, mi rotunda negativa a publicar. Estaba resentida, que se entienda bien: re-sentida, es decir, sentía doblemente todo. Pero nunca dejé de escribir. No debe haber un amigo o una casa conocida de todos los sitios por los que anduve donde no haya algún viejo papel con los rasgos de mi escritura. Lo que ocurrió también es que durante una larga etapa fui “una escritora a pedido”. “La Causa” superaba el nombre. Escribí discursos, artículos, notas, arengas, lo que se te ocurra para que otros los enunciaran o lo publicaran. Hoy me resultaría, no sólo falto de ética sino antiestético nombrar para quienes lo hacía. Tenía el consentimiento de mi padre, mi gran referente, para hacerlo precisamente por lo que te dije, “La Causa”. Y él me hacía sentir noble haciéndolo. Ahora, estoy absolutamente arrepentida. En general, la gente siempre cae en ese lugar común de afirmar que no se arrepiente de nada. Mi naturaleza autocrítica y reflexiva me dicta varios arrepentimientos de esa y de otras índoles, porque viendo hoy esta patria que me duele, me pregunto para qué sirvió ése que yo consideraba un servicio. Bueno ya está, ya está… pasemos a otro tema.
TS- Está bien, y entonces ¿cómo se relaciona tu escritura con el ejercicio del periodismo?
CU- Ah, eso fue muy parejo, paralelo diría. Ya en la secundaria organizaba y escribía en la revista de la escuela. Después, tuve varios programas, absolutamente guionados, en Radio Nacional Santa Fe y Salta. Y como todos saben, anduve por varios diarios y radios del país, en planta o como colaboradora. Escribí para Desarrollo Indoamericano de Colombia y para una numerosa cantidad de publicaciones que ya ni recuerdo, como así también para otros medios. Aquí mismo colaboré con “Entre líneas” de Guillermo Tepper y “Hoy y mañana” de Rogelio Alaníz., entre otras. El tema es que, además de resultarme apasionante el periodismo crítico o aún de rutina, se convirtió en mi medio de vida después del ‘77, cuando fui inhabilitada en todas mis cátedras universitarias. Los medios privados me tomaban y me echaban y así iba saltando de uno a otro. Con el regreso de la democracia, como te dije, puse la escritura al servicio de los, para entonces, “altísimos fines” que nos enamoraban. No tenía tiempo ni libertad para dedicarme a aventar ese fueguito que traía desde la niñez. Había que vivir y sobrevivir. Creo que aquel primer “libricidio” y la sentencia de una compañera que me doblaba en edad y a la que consideraba, de algún modo, referente me marcaron mal y lo que es peor, me ganaron. Ella me había dicho muy fresca y suelta de cuerpo que escribir en una mujer era como bordar. (No quiero nombrarla porque ya no está y es sumamente admirada en el país y en el mundo) ¿Se entiende? Sin desmerecer absolutamente, el arte del bordado, yo lo sentí como que estaba cayendo en una veleidad burguesa. Entonces, la escritura mía, amada se me convirtió en un acto clandestino y secreto. Y ahora digo “¿qué estúpida mujer aquella y qué machista?” Nunca se preguntó qué hubiera pasado si Shakespeare hubiera sido mujer, como reiteraba mi gran amiga salteña, Ana Giacosa. Pero esas dos marcas me hicieron perder el tiempo. Los borradores secretos ahí están, en el olvido. Pero puedo asegurar que sí se puede volver el tiempo atrás, porque hoy escribo sin parar en este tiempo de revancha, con signos o con la cabeza, como cuando era chiquita.
TS- ¿Podemos recordar cuántas obras has publicado en estos años y si hubo otras anteriores?
CU- Sí, hubo otras anteriores: “La contaminación”, una pieza teatral que aunque no se publicó, se montó, la dirigí y gané un concurso latinoamericano de teatro, sin buscarlo o “Somos porque fueron”, un ensayo para el Ministerio de Educación. Mirá, ya no me acuerdo, porque hay muchos, inclusive antes: guiones de documentales, que también tuvieron su premio. Es mucho lo que te podría contar, pero le quitaría tiempo y espacio a estos de hoy que se ven y se tocan y son pedazos de mi espíritu circulando. Para recordarte, las publicadas en estos pocos últimos años son: “Bautismo de sal”, “El círculo infinito”, “El enemigo”, “Una fortuita interrupción del hastío”, primera y segunda parte, una serie de relatos que integran “Historias muy santafesinas y muy improbables” y “La pregunta”.
TS- ¿“La pregunta” es la que más te identifica?
CU-No sé si la palabra es precisamente identificación. Sin duda, yo estoy en lo que escribo, pero no necesariamente me identifico. Sí, sí, mis novelas son, como te dije antes, pedazos de mi espíritu circulando, pero posesionado por otros. No, no, no interpretes mal, no practico esa creencia esotérica. Lo que te quiero decir es que los personajes se me meten, me dictan, me conducen. Además, no puedo identificarme porque no escribo sobre lo que vivo. Escribo sobre cómo quisiera vivir. Todas mis obras son novelones con todo lo que supone el melodrama, quizás, desmesurado. Ese novelón es mi punto de apoyo para hurgar y hurgar más hacia abajo en la condición humana y, al mismo tiempo, elevarla desde lo cotidiano, doméstico y pedestre hasta las más sublimes percepciones o experiencias. Bueno, es lo que pretendo o lo que me sale. Le tengo un gran respeto al novelón, a la novela burguesa, porque el melodrama, creo que lo decía Hanna Arent, es lo que más representa a la vida, ni la tragedia ni la comedia perse lo hacen. Bueno, yo desde ahí trabajo y después transfiguro todo y no los privo de volar hasta donde se les ocurra a ninguno de mis personajes. Nada es imposible para ellos. Bueno, ché, tienen que leerme porque sino estamos hablando en el vacío. Eso es un escritor, un alguien que anda leyendo el mundo todo el tiempo y lo traduce como puede para servir al lector.
TS- Con respecto a “La pregunta”, me llamó mucho la atención el largo sueño de Amapola donde presencia las discusiones de filósofos, santos, poetas y místicos de todos los tiempos. ¿En ese sueño, ellos dan respuesta a la pregunta con que Pilar interpela a todos los personajes sin enunciar su contenido?
CU- Es una búsqueda más. Ese es un sueño, para llamarlo de alguna manera, “normal” de Amapola, ya que surgen de su profusa información. Habrás advertido que ella tiene otros y, también para llamarlos de alguna manera, más “anormales o paranormales” que quieren completar la respuesta, aunque no alcancen. Acá invitaría a los lectores a que lean este libro que lanzo hoy en tu revista. Parafraseando a Pilar te diría que acuerdo con ella en que todos venimos con una misión y, como dice Amalia “no sé lo que es una misión, pero si lo dice Pilar…” Y hay que encontrarla no más a esa misión, la mía es esta y siempre lo entendí así: entregar a otro el resultado de mis búsquedas.
TS- ¿Esa pregunta es simple?
CU- Quizás lo sea, como la navaja de Ockham, pero a vos te parece que, si para mí lo fuera, hubiera escrito más de 500 páginas y siga insistiendo ahora con otras obras que a gatas pueden formularla y a gatas responderla.
TS- Teniendo en cuenta un pasaje de “La pregunta” me surge algo que afirma Pilar “¿da igual ser abono de la tierra que continuar de manera desconocida?”
CU- Ay, ay, ay, qué sé yo. Te estás metiendo con otro enorme misterio. Nada menos que con el olvido, un temor que quizás sea mi verdadero motor. Mirá, para los budistas yo tengo que ser un alma vieja, porque ya a los 5 o 6 años me angustiaba la idea de ser olvidada y así como Francisco pide a la gente que recen por él, yo sordamente le pido a la gente que no me olvide. Ni se te ocurra asociar esta solicitud con un engordado ego. Cuando digo yo, digo vos, digo él, digo todos. No acepto la idea de pasar por aquí y ser olvidados. No me consuela ser abono de la tierra y tampoco continuar de manera desconocida.
TS- ¿La escritura es para vos como las flores de Memé o Pilar cuyo aroma se esparce muy lejos de ellas mismas, se les adelanta y las hace que penetre sin medir hasta dónde?, creo que algo así dice Memé.
CU- Es posible. La incógnita es que haya muchas narices dispuestas a percibirlo aunque ese aroma se imponga. Ya sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír, tampoco no hay peor anóstico que el que no quiere oler. Aunque vivamos una cultura que, en mi opinión, se está quedando demasiado en las meras sensaciones y es en muchos casos incapaz de construir percepciones y menos aún ideas, uso esta metáfora, simplemente, para señalar el desapego de esta civilización por el libro, por la lectura. No alcanza internet, ni los contactos móviles, ni las redes sociales. El diálogo que se establece con un libro es irremplazable, pero ya sabemos que hoy ese es un bien desestimado. Yo escribo para volver a enamorarme de la existencia, una existencia actual también incapaz de seducir. Sin embargo, por ellos vuelvo a enamorarme y quiero que otros lo hagan. Eso es todo.
TS- Ya que mencionaste esa palabra “enamoramiento”. En tus novelas sobrevuela constantemente el amor, el amor humano, el amor de pareja, pero he notado que todos son amores discontinuos. ¿Te preguntaste por qué? ¿Tenés alguna explicación?
CU- En general, no me pregunto concientemente por qué escribo lo que escribo, pero creo que a esto sí le puedo dar una respuesta contundente: son amores que se niegan a morir. Son amores que se interrumpen justo a tiempo, antes de que los devore el deterioro o el olvido. Son amores que persiguen el adverbio siempre, que se sustraen a la decrepitud y a la contingencia humanas. Lo mejor para esa ilusión de eternidad es interrumpirlos a tiempo.
TS- ¿En qué estás trabajando ahora?
CU- Ahora estoy corrigiendo mi próxima novela. Espero que su publicación se relacione con algún emprendimiento de TODA Santa Fe. Bueno, esto es un deseo imperioso, pero… Es otra búsqueda de contenido y continente. Digo esto, porque aunque ya te señalé esa propensión mía, la del novelón que después se hunde y después se eleva, a las historias dentro de otra historia y de otra más y de otra más, por lo cual el lector elige la que quiere, yo sigo buscando modos, si querés llamale estilos, no me quedo con ninguno y, aunque creo que leí tanto como viví, no puedo señalarte a ningún inspirador de mi estilo. Cuidado que tengo enormes admirados, pero no me quedo pegada a sus formas. Ya habrás notado la variedad formal de las novelas publicadas. Las hay epistolares, las hay relativamente omniscientes, está “El enemigo”, a la que El Litoral llamó la metanovela porque la historia se escribe, al mismo tiempo, que se va cuestionando a sí misma. Esta última “¿Dios es Quien?”, no confundir con ¿quién es Dios?, me impuso, desde ya, una búsqueda de sentido y de forma también distinta. Está escrita en segunda persona. El personaje dialoga con otro silencioso, desde luego, ese otro tiene nombre, pero bien puede ser también el lector. En fin, todas me dan mucho trabajo, a veces agonal, a veces placentero. Nunca sé dónde voy a llegar, pero sí investigo mucho previamente. Habrás visto que soy muy atrevida y, quizás, irrespetuosa: uso todas las creencias, las religiones, las culturas, los mitos, las ciencias de manera profana. Reconozco que, a veces, llego a una brutal y molesta heterodoxia, pero de ella no me arrepiento. Los dogmas nunca me ayudaron a vivir ni a mí ni a nadie. También me gusta mezclar clases sociales, razas, niveles de instrucción bajo un mismo techo, todas igualmente dadoras de sabiduría. No sé, me parece que son ensayos de nuevos modos de convivir. Invento mundos conflictivos, pero con resolución. Todas parecen buscar “El reino de Camelot”, la utopía de Tomás Moro, no sé si es una buena o una mala costumbre.
Crédito: Marcelo Jorge.
Fotos: Pablo Aguirre.