Un diálogo abierto con una de las escritoras más importantes de la Argentina, de renombre internacional, autora de una treintena libros. Visitó nuestra ciudad invitada por la Biblioteca Bartolomé Mitre y Editorial PALABRAVA.
PS- ¿Cuándo y cómo surgió en vos la pasión por escribir?
AG- No lo elegí, no lo pensé, sólo lo supe. A los siete años. Leía desde los cinco lo que caía en mis manos, la cuestión era leer. Había un montón de libros en la casa de mis padres: ensayos, biografías…; no entendía nada, pero leía. Y cuando descubrí “Las minas del Rey Salomón”, me dije, “¡Esto es lo que tengo que hacer!”.
PS-¿Por qué sólo narrativa?
AG- En general no comprendo a los poetas, no se lo que quieren decir. Lo mío siempre fue la narrativa, yo quería escribir las cosas que le pasan a la gente. La peripecia me interesa. Nunca escribí poesía. Ni a los 16 cuando una se enamora y te dejan plantada. ¡Y eso que tuve amores en mi vida que para qué te cuento! Todos trágicos, terribles, hasta que encontré al Goro y fue la felicidad. Sesenta y dos años de casados, llevamos.
PS- ¿Por qué te encasillan dentro de la literatura fantástica?
AG- Tengo una formación católica intensa; mi familia era muy católica y la noción de Dios siempre estuvo presente. Después te ponés revolucionaria, mandás todo a la mierda, decís es mentira y que se yo. Pero esas cosas quedan y se enraízan profundamente. A mí lo que me interesa es lo inexplicable, el misterio. Y lo inexplicable hay que abordarlo desde un ángulo que sea propicio. El mejor terreno fue la ciencia ficción, pero solo escribí cuatro libros; los otros veintiséis no tienen nada que ver con ella. No me dio por el terror y si escribo sobre fantasmas me los tomo en joda. Hay una formación mística filosófica que nunca solté. Creo que es por eso que necesito escribir de este modo que algunos llaman fantástico.
PS- Yo diría metafísico.
AG- Exacto.
PS- Y para escribir sobre lo metafísico hacés una ruptura del lenguaje.
AG- ¿Qué se hace con la escritura? Tratamos de encontrar los cimientos de la realidad y trabajar sobre esos cimientos. Aunque estés contando lo que le pasó al oficinista de la esquina que se peleó con la novia. No importa, estás buscando eso. A mi me interesa lo que le pasa al tipo y lo que hay detrás y debajo. La sombra. Ni siquiera el protagonista, ni la persona real lo pueden dilucidar. Lo inexplicable. Y hay que abordarlo desde cierto lugar, no desde cualquiera.
PS-¿Cómo compatibilizaste la familia con la escritura?
AG- Ah, es duro, (risas) es duro. Siempre me dije, a mi no me van a joder, podré ralentizar la cosa, podré dedicarme menos, pero no dejar de escribir. Por suerte me casé con un tipo como el Goro, que es sumamente comprensivo, amplio, compañero y estimulante. Yo quería todo, ¿por qué me voy a conformar con la mitad? Quería escribir, tener marido, hijos, laburo, todo quería. Y había que comer. Escribir para una mujer sigue siendo duro. Pero me las arreglé: ponía la máquina debajo de la cama. ¿Quién dijo que cuando una tiene una familia no puede hacerlo? Escribía de madrugada; después me dormía en todas partes (risas) donde encontraba un sillón me dormía.
PS- ¿Aquí enlazamos con tu veta feminista?
AG- Cuando yo era niña creía que el sexo privilegiado (no se hablaba de género) era el femenino; las minas lo pasábamos fantástico, íbamos a fiestas, al teatro, al cine, veraneábamos dos meses; nuestros padres sudaban, trabajaban
, iban, venían. Yo creía, “¡qué bien que nos va!” Después empecé a ver ciertas cosas: “Nena como vas a subir al árbol” “¡Se te arruga el vestidito!”. Habré tendido ocho años y me puse en cuclillas en el jardín de casa, mi mamá me sacó corriendo, ¡la tierra podía estar caliente! Empezaban las limitaciones: tuve una educación restrictiva, no fui al colegio los primeros años. Si el pediatra no le hubiera dicho a mis padres, “¿ustedes quieren tener una hija normal?”, no sé si me hubieran mandado a la escuela.
PS- ¿Te daban clases en tu casa?
AG- Claro, un embole. Cuando entré al colegio me largaron al patio, ¡qué adaptación ni que ocho cuarto! Yo veía que las chicas corrían y me preguntaba, “¿qué será esto?” Era el Normal Nº2, teníamos practicantes; una de ellas leyó en voz alta “Las botas de siete leguas”, luego preguntó, “¿Qué les parece que quiere decir?” Como nadie abrió la boca, yo levanté la mano y expliqué la teoría de la rotación de la tierra. Hubo un silencio tan grande que me dije: “¿¡Qué habré hecho!?”. Durante mucho tiempo tuve la impresión de que había metido la pata.
PS- Retomemos el feminismo.
AG- De chica creía qu
e todo era regio, divino, hasta que me di cuenta que no. Me cayó a las manos el libro de Victoria Sau. Luego pase a Simone de Beauvoir. Esto es lo mío, me dije. Fijate, la gente que lee los diarios y mira televisión, ¿cómo no son todos feministas? Está ahí, la mujer objeto, su utilización. ¿No se dan cuenta qué es lo que está pasando? Nacemos llorando, respirando, pero tenemos que aprender a pensar, ¡por favor! El feminismo tiene mala prensa, me dicen, “Vos odias a los varones“, ¡no! los hombres me encantan, yo quiero un mundo con hombres, “Ah, porque el feminismo y el machismo…” ¡Momentito! el machismo es uno de los peores prejuicios que puede haber y no tiene nada que ver con el feminismo, que es un movimiento político en todo el mundo. Y cada vez que entro a explicarlo me dicen, “¡Ah! ¡¿Sos lesbiana?!” ¿Qué tendría de particular que fuese lesbiana? Pero no, no lo soy.
PS- ¿Cómo hiciste el compilado para “Otras vidas” que publicó PALABRAVA?
AG- Me dije, “Quiero cuentos q
ue sean diferentes, pero no mucho” Encontré el primero y vinieron todos los demás. No quería hacer un rejunte, quería que tuviera cierto ritmo, y me parece que lo logramos.
PS-¿Tenés talleres?
AG- Tengo un grupo de reflexión y lectura donde acepto a los que tienen un proyecto; el asunto “¡Me encantaría escribir!” ¡No sirve!…cuando escribas venite, digo, aunque tengas un bodrio, no importa, ya empezaste la tarea.
PS-¿Qué le dirías a alguien que quiere escribir?
AG- ¡Qué escriba! A mi me encantaría ser paracaidista, pero hasta ahora no he encarado el oficio. Parecería que queda bien decir me encanta leer, me encantaría escribir…
PS- Del deseo a la concreción hay un largo paso.
AG- Pero se puede, y los escritores nacen de los lectores. Aldous Huxley decía “Hay que leer de todo”. Los que escriben deben leer de todo, no solo literatura.
PS- Doy fe que lees ciencia.
AG-Hay cosas que comprendo aunque no pueda explicarlas. La teoría de las cuerdas, por ejemplo; me digo cuando lo leo, ¡pero claro! Ahora pedime que te lo explique: no puedo. Pero la comprendo y es una maravilla. Me hablan del universo líquido, ¡pero claro, tienen razón! Ayer entró el Goro al cuartito donde trabajo, miró la pared y preguntó “¿Quién es ese tipo?” y señaló un retrato. Le digo “Juan Martín Maldacena que además de físico es buen mozo” El de la teoría de las cuerdas, argentino y a medio paso del Nobel. Cualquier cosa que leas que tenga detrás algo sólido, bien pensado y expresado, sea de la materia que sea, te da ideas. Y el lenguaje de la ciencia es poético, lees ciencia y se te corta el aliento.
P.S- Te abre la cabeza.
A.G- El otro día una persona me dijo, “A vos te interesan esas cosas locas”, “A mí me interesa de todo”, respondí, “A mí no”, me dijo, “Por eso tenés un horizonte tan chiquito”, le contesté. ¡Ni entendió mi respuesta! (risas). Leo microbiología y no voy a escribir sobre eso, pero el tejido transparente, el latido, te da un montón de ideas. Vas a escribir sobre un señor que se quería suicidar y no se suicidó, y en el medio, de algún modo, sale eso que leíste. Hasta incluso te pones a pensar, ¿cómo le latiría el cerebro en el momento en que agarró el revolver? Y te acordás de la microbiología, del universo líquido.
CRÉDITO: Patricia Severín
FOTOS: Pablo Aguirre