Decir Sí: la imagen que devuelven los espejos de ahora

 

Al ocupar mi lugar en la sala, mientras el resto de los espectadores se terminaban de acomodar, la escena ya está transcurriendo y un personaje en penumbra, apenas discernible, está sentado en una silla y hojea una revista. Apenas se percibe lo que hay ahí adelante. Por lo bajo se ríe estimulado por algo que encontró en su lectura. Suena una música agradable, que el personaje no nota. Por detrás de él, un clásico poste de barbería ilumina desde su posición un pequeño espacio. Desde foro, mientras esa suave música se esfuma, ingresa otro personaje que se detiene frente al poste de barbería y, mirándolo fijo, se deja iluminar por él. Sonríe y luego encara hacia el lugar del primer personaje. La luz aumenta su intensidad y se ilumina una escena despojada: tres sillas, una de ellas con apoya brazos, dispuestas en cruz, con la que tiene los apoya brazos en la cabecera, ocupada por el habitante inicial de la escena, y una mesita baja, llena de implementos de peluquería, como base de esa disposición. Esta descripción rudimentaria de la escena viene a cuento de algo preciso: desde el mismo inicio la puesta plantea la relación interpersonal que vamos a ver.

La disposición de los personajes, sus desplazamientos, sus verbalizaciones y por supuesto sus vestuarios instauran una configuración estética que no se irá más de la escena: así como las luces, vigorosos frentes y laterales blancos, eliminan todo claroscuro, queda implantado de inmediato, vertiginosamente, que uno de los dos personajes quiere ser atendido y al otro no le interesa… Esta fábula mínima, casi intrascendente, es todo lo que la dramaturgia y su escena necesitan para plantear algo que remite a un universo casi infernal de violencia, sometimiento, hipocresías, necesidades, esperanzas y crueldades. Tal vez por eso es que los vectores estéticos que se desprenden de la escena se despliegan hacia lo ritual, hacia la repetición, incluso la celebración… algo profundo, viscoso y vivo palpita debajo de la escena, o quizá sobre ella… algo invisible que apenas es referenciado por uno de los personajes cuando mira hacia un lateral que vemos… vacío. ¿Será así? Hay, en efecto, un vacío que uno de los personajes, el cliente que ha llegado, intenta llenar hablando todo el tiempo y moviéndose de un lado a otro, ocupando espacios y llenando silencios, mientras el otro, el peluquero, lo observa y a su manera, lo guía. Entre ambos, cliente y peluquero, se va manifestando una suerte de dialéctica de “opresor-oprimido”, no explícitamente declarada.

Tal vez esta referencia sería suficiente para caracterizar lo que ocurre en la escena, pero me resulta, a estas alturas, casi banal. Tiendo a encuadrar lo que me sugirió la puesta en otra referencia teórica, mucho más sutil y por lo tanto mucho más maligna. Dicha referencia es la conocida dialéctica del amo y del esclavo, en la cual el deseo de ser reconocido coloca a quien se inserta en ella en uno o en otro término de la relación, relación que a su vez va transformando a esos términos… pero la relación que me convoca esta referencia es una relación escénica y los gloriosos y providenciales términos de la síntesis dialéctica hegeliana no tienen lugar en esa relación, pero me estoy adelantando… Sigo. Esa relación escénica se concretiza en actuaciones con rasgos precisos: el Peluquero-Mario que implanta una constante sensación siniestra con sus respuestas cortantes, sus miradas y sus risas casi mecánicas; el Cliente-Bruno, afectado y pretencioso pero también ingenuo y un poco tonto en sus intentos, también constantes, de complacer y agradar. Ambos sostienen el andamiaje de la puesta, que está enteramente apoyada en ellos: No hay música que irrumpa, no hay cambios de escenografía, no hay ningún truco de puesta que los apoye. Solo ellos, que además, son debutantes en la actuación. Un riesgo que la dirección decidió emprender y que por supuesto sortea con holgura.

Las características de la dramaturgia de Gambaro son conocidas, no creo poder agregar nada lo mucho que se ha dicho y escrito sobre tan prestigiosa autora. Solo mencionar que la crónica registra que “Decir Sí” se escribió para y se estrenó en el contexto del movimiento Teatro Abierto en 1981, una respuesta artística de contundente desafío al gobierno dictatorial militar de la época, que por aquel entonces tenía participación civil en gobernaciones e intendencias, y que proponía un “diálogo político” con el objetivo de ampliar apoyos en las fuerzas políticas que mientras tanto tenían prohibida toda actividad partidaria.

También registra la crónica que en aquel julio de 1981, cuando se empezó la movida de Teatro Abierto, se conformó la Multipartidaria, agrupación de las principales fuerzas políticas democráticas que comenzó a presionar al gobierno usurpador, en dificultades económicas y políticas que se irían agravando cada vez más, para la recuperación de la vida democrática. Coincidencia o no, ése era el momento en que Gambaro escribió lo que escribió. Y la puesta recupera algo de ese contexto en los vestuarios de los personajes, en algún pasaje y en la banda de sonido final. Pero sobre todo, en la resolución de la fábula.

En ese momento crucial, tal vez imprevisto, por lo categórico, para nuestra sensibilidad actual se percibe el conjuro de la época hacia el terror, ese terror visceral que paraliza y quita el aire, en un intento de alejarlo, iluminándolo. Hoy se dice, visibilizarlo. Yo por mi parte diría ponerlo en una tensión teratológica. Porque la acción concreta que realiza el Peluquero tiene una larga tradición en estas tierras. Una forma de infringir las reglas de la humanidad a las que fueron afectos grandes próceres de nuestra historia, con calles y avenidas llevando su nombre.

Y entonces la escena se ilumina por primera vez en colores diferentes del blanco, con un simbolismo preciso. La imagen que vemos los espectadores tendrá para cada cual una resonancia particular, como cuando nos vemos al espejo. En mi caso, me llevó a esa presencia profunda, viscosa, que emergió, o tal vez descendió, sobre la escena. La viscosidad maligna que penetra profundamente. Que nos viene acompañando desde que fuimos expulsados del Paraíso.

Ficha Técnica:
Obra: Decir Sí de Griselda Gambaro
Actúan: Peluquero: Mario Sejas – Cliente: Bruno Tourn
Iluminación: Oscar Heit
Fotografía: Mauricio Centurión
Producción: Irene Achembach
Dirección y Puesta en Escena: Sergio Abbate