Una vida sencilla pero firme y segura, llevaba ya años buscando un cuerpo que le permitiese desarrollarla como tal. Como todas las vidas.
Su idea era habitar un cuerpo, sin pretensiones ni condicionamientos. Aceptaría sus falencias y virtudes, su imperfecta humanidad, su ascendente vitalidad, la meseta de una adultez productiva y hasta estaba dispuesta a acompañar el descenso físico y mental, que implicaría la curva descendente en la existencia misma del organismo.
Un cuerpo. Tan solo eso. De hecho lo intentó en innumerables ocasiones, siempre con idéntico resultado, un rechazo y una negativa.
Las explicaciones siempre sobrevolaban idénticos motivos… era mucha la exigencia que la vida pedía, implicaba un gran esfuerzo o simplemente no había un deseo de superación. Eran estas las respuestas que los organismos le entregaban a la vida sin cuerpo.
Insistió, una y otra vez, no sin antes evaluar sus exigencias y analizarlas, para determinar en definitiva si estas no eran un reflejo de sus propias carencias.
Se auto convenció de ello, y tomó la decisión de no presionar tanto con sus… propias limitaciones.
No obstante seguía vagando con la búsqueda a cuesta. Peor aún se sentía cuando otras vidas amigas, generacionales y contemporáneas rápidamente habían logrado su objetivo, eso sí, no se las veía más. Tan solo podían divisarse los cuerpos que las portaban. Por eso las identificaba, por el porte y la presencia, únicamente allí reconocía a sus colegas, las vidas corporizadas.
Siguió bajando más y más las pretensiones con la firme decisión de lograr su objetivo.
Descendió hasta el límite de una dudosa moral y, recién allí, encontró un abanico de posibilidades.
¡¡¡Disponía de tantas opciones para elegir!!!
Muchos de ellos con finos trajes italianos, impregnados de agradables fragancias francesas. Otros, sentados a escritorios decidían futuros. Algunos, observaban el mundo con la visión distorsionada por hierros verticales y secuenciales. Uno no paraba de hablar de defectos que no eran propios.
También, los había disponibles en medio de un seudo polvo blanquecino, el cual disimulaba las figuras de algo parecido a armas de juguete.
¡¡¡Qué alegría, cuántas personas sin vida propia!!!
La vida sin cuerpo cerró los ojos y, finalmente, se introdujo en uno de ellos, cualquiera, sin pretensiones de belleza física. Aspiraba a ser una vida normal.
Casi sin pensarlo ni quererlo, vio pasar rápidamente a sus costados todas las estructuras de la ciudad. Cayó en la cuenta que su portador era quien corría. Nunca antes había experimentado esa sensación.
Le pareció divertido, emocionante, intrépido.
Unos golpes secos, como estallidos, seguidos por unos silbidos zumbadores sobrevolaban la cabeza de su cuerpo elegido.
De pronto la ciudad se detuvo. Pudo ver a dos hormigas gigantes en el asfalto.
Cruzó por delante un perro atormentado por las estampidas y, desde su posición, lo vio tan inmenso como un dinosaurio. Mirando por los ojos del cuerpo vio seis botas, como las de Gulliver, dos de ellas pisoteando una tinta roja.
Sintió algo parecido a miedo, se retrajo un poco. A un costado, un orificio derramaba tinta. Aprovechando la situación, salió por el mismo y comenzó a flotar entre los curiosos, rápidamente, para no ser vista o tentada por algún otro cuerpo que careciese de vida.
Se alejó pensando, “mejor… mejor me voy, eso ya no era vida”.
Texto: Juan José Chiaramello