“Red Pallière”, un paseo pleno de belleza por un momento iniciático del arte argentino
La muestra en Colección Amalita recorre el camino de los artistas viajeros y la construcción de la primera pintura nacional, a partir de obras de Jean León Pallière que, en su mayoría, pertenecen a colecciones privadas
Hay detalles en todos lados. Pequeños, absorbentes. Pinceladas en acuarela que observadas de cerca no son más que pequeñas manchas que parecen caprichosas, como si hubiera allí una huella pre impresionista, pero que en su conjunto forman la exuberancia de un paisaje misionero y que revelan la maestría de la mano del brasileño-francés Jean León Pallière.
RED Pallière Pintura, familia y amistad en el siglo XIX se presenta en la Colección Amalita, la primera muestra dedicada al siglo XIX en los 15 años de vida del espacio de Puerto Madero y que, a partir de 45 obras, entre óleos y acuarelas, recorre toda una tradición familiar en la pintura y que propone un punteo sobre la influencia de los pintores viajeros en los artistas argentinos que estarían por venir.
Curada por Roberto Amigo, RED Pallière saca a la luz una cantidad de pinturas que no son accesibles al público en general (algunas se vieron por última vez en 1935), porque, salvo siete cuadros pertenecientes al Bellas Artes (donde tampoco se encuentran en exposición) y otras dos a la propia Colección, la gran mayoría permanecen en manos privadas.
Así, la exhibición es “una oportunidad única” para ingresar en una época de la pintura, con una mirada sobre las tradiciones y la forma de vida de un país, de una ciudad, que era aún una gran aldea.
La muestra está compuesta por dos cuerpos. En el primero, esa red se presenta a través de la genealogía del artista, comenzando por Jean Baptiste, abuelo y fundador de una estirpe de pintores que se extendió por varias generaciones.
Se aprecian la acuarela “e retour désiré (1780), la más antigua en exposición, junto a otras del pintor y grabador Arnaud Julien, padre del artista. El potente y dorado óleo Galeria Apollon. Louvre, 1850, por ejemplo, es un pieza de museo.
En 1817, Arnaud viajó con su familia como parte de la comitiva portuguesa de la princesa austríaca Maria Leopoldine von Habsburg-Lothringen a Río de Janeiro para casarse con el futuro Emperador Pedro, de Brasil.
Arnaud fue una figura central para el desarrollo artístico del país vecino al pintar en Río, San Paulo y Minas Gerais, así como profesor de dibujo en la Real Academia Militar y, según algunos historiadores, realizó las primeras litografías en Brasil. En 1822, se casó con la hija del arquitecto Grandjean de Montigny, matrimonio del que nació Jean León y para 1830 regresó a Francia, donde el niño recibiría su formación.
En ese núcleo también se presentan otras piezas realizadas por la familia en una vitrina que fueron subastas en Marsella como parte de un álbum de viajero (datados entre 1817 y fin de siglo XIX), con trabajos de su hermanos, un militar artista, e ilustraciones en cuadernos realizados por la rama femenina, Augustine, Marguerite y Louise Pallière.
“Se llama RED Pallière porque me interesan las relaciones de un pintor tanto con la familia como la amistad, y planteo las relaciones entre Europa y Sudamérica de manera no tan lineal como se suele plantear en la historiografía”, dijo Amigo.
El paso de una sala a otra se produce a través de una extraña pintura del francés Léon-Ambroise Gauthier, El gaucho cantor, bardo de la República Argentina, quien realizó una travesía americana que atravesó EE.UU., Cuba, México, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina, entre 1849 y 1856, año en que está datada la obra.
La pieza combina de manera exquisita la mirada bucólica, pero a través de una representación orientalista, un estilo muy en boga en Francia en aquellos tiempos. Se especula que el paso de Gauthier por Buenos Aires produjo que Pallière llegara a estas tierras interesado en encontrarse con quien fuera su compañero de estudios en el taller parisino de François Picot.
“El gaucho cantor es una de las pinturas costumbristas de mayor interés realizadas por un artista viajero, no solo por su técnica, sino porque en ella se cruza la pintura con la literatura. Es, así, la primera representación visual estimulada por el Facundo de Sarmiento; para este el orientalismo equivalía al despotismo político, a la barbarie. La lectura de Gauthier acentúa el exotismo en la sensual indolencia de las figuras femeninas”, sostiene Amigo.
La investigación, añade Amigo, proviene de una carta que el agente francés, protector de los intereses de su país en el Río de La Plata, John Le Long, le dirigió a Mr. Vignancourt, y que fue publicada en el diario La Tribuna del 26 de febrero de 1864, en la que se refirió a las obras más importantes de Pallière: Tropa de carretas en la pampa, El payador, Idilio criollo, La cuna, que es descripta como “un óleo encantador”, y Señoras porteñas en la iglesia, las cuales todas se encuentran en la muestra.
Hay un dejo de tristeza en los rostros de Pallière a lo largo de sus obras expuestas, un estatismo que parece hundirse en ojos cansados, en esas miradas impávidas, en esos rictus insatisfechos, salvo en una acuarela que recrea una taberna que, se intuye, emana alegría por razones espirituosas.
Según Eduardo Schiaffino, en su primera historia del arte argentino, El payador (o El Alero, como la llama) “es una de sus mejores producciones, por la verdad de los tipos, la naturalidad de las actitudes y la bondad de la ejecución. Sentados en el rústico banco, bajo el alero del rancho pobre, un paisano se interrumpe de tocar la guitarra para hablar con la joven campesina que está a su lado; el padre, acurrucado pasivamente en el suelo, con los brazos cruzados, descansa junto al perro. Sobre la totora carcomida que los cobija, una pintoresca vegetación pone la colorida gracia de sus festones”.
El payador permaneció en una colección privada británica de los descendientes del ingeniero irlandés Robert Crawford, quien estuvo al frente de la construcción del ferrocarril del sud, y hasta su reciente aparición “era solo conocida por su reproducción en el álbum Pallière Escenas americanas, reproducción de cuadros, aquarelles y bosquejos, publicado en 1864.
La triste tranquilidad de las expresiones puede apreciarse también en Idilio criollo (1861), una de las del acervo del MNBA, que caputa otra escena campestre; esta vez un juego de seducción entre un gaucho y una china, a la entrada de otra choza, donde en el interior se puede observar a otras personas.
En estas piezas, como en otras del artista, se debe destacar el eximio uso de la luz, sea generada por el sol y así crear una composición de sombras naturales o incluso en las obras que se producen en los interiores, como las corales La porteña en el templo (ca. 1864) o Interior del Café de París (ca. 1875 – 1880), en las que se vale de aberturas (que hace evidentes o no) para dar espacio y potencia a los diferentes personajes que las componen.
En este plano se encuentra La cuna (1862), una obra preciosa, donde se pueden apreciar las sutileza y el manejo de la figura humana a partir de una madre que observa dormir a su bebé en un moisés que cuelga para mantenerlo a salvo de las alimañas que podían ingresar a ese hogar de piso de tierra, mientras un perro -una figura recurrentes de Pallière- centra su mirada en la mano desde donde con una cuerda genera el movimiento para balancearlo. Aquí, una vez más, el uso de la luz resulta fundamental para iluminar esta escena que se torna bella aún en la inexpresividad de los rostros.
En la sala hay dos paisajes a cuatro manos, un trabajo en conjunto con Henry Sheridan, un destacado paisajista argentino, hijo de inmigrantes irlandeses, que fue formando en Inglaterra y regresó al país en 1857.
En 1859, los artistas realizaron una gran exposición en conjunto con alrededor de 60 obras y se especula con que estas piezas formaron parte del evento. Tropa de carretas en la pampa, de 1860, es un gran óleo sobre tela (52.4 x 170.8 cm), gran en todo sentido, plena de detalles y texturas, con una recreación de un cielo que se va encapotando, de la luz a la tormenta, a medida que alumbra pequeñas historias en cada uno de los carruajes de esta procesión campestre.
La obra había permanecido en la familia Sheridan y se exhibió en público por última vez en 1859. Luego, se le perdió el paradero y reapareció en 2019 en una subasta de Christie’s Londres, cuando fue adquirida por un coleccionista.
Entre otras piezas destacadas, hay un retrato de Jean León Pallière (1842) de la mano de su hermano Pierre, perteneciente a la Colección Amalita, que también suma desde su acervo Vista de Montevideo desde Vilardebó (ca. 1858), compartida con Sheridan, como la pintura Le frère quêteur (El hermano mendigo) que expuso en el salón parisino de 1875.
Sobre el final de la exposición se pueden apreciar una serie de acuarelas de gran factura, que revelan una vez más la enorme técnica del artista. Una pausa frente a Selva de Misiones es obligatoria.
Red Pallière es una muestra que recurre a un momento de la historia, la de aquellos años en que todavía no había grandes referentes nacionales y la construcción de un imaginario pictórico que se ejemplifica con un óleo de Prilidiano Pueyrredón al final de la misma.
Una extensión de este recorrido podría realizarse con Celebramos Prilidiano, la muestra que el Museo Pueyrredón de San Isidro, está realizando por los 200 años del nacimiento del artista o también en el Bellas Artes, donde a partir del 23 de noviembre abre Prilidiano Pueyrredón. Un homenaje, con más de cuarenta acuarelas y óleos de distintas etapas de su vida: desde las estadías en el exterior, hasta las escenas de su vida en Buenos Aires. También allí, dando un pasito más en la cronología histórica del arte argentino, se puede visitar Eduardo Sívori. Artista moderno entre París y Buenos Aires, donde se reúnen 200 obras y documentos, uno de los primeros pintores modernos.
Pero Red Pallière no es solo una mirada, un recorte, una cápsula de la historia; es también un experiencia gozosa plena de belleza.
*“RED Pallière” que cuenta además con la asistencia curatorial de la historiadora del arte Victoria Rodríguez do Campo, se podrá visitar hasta febrero en Colección Amalita, Olga Cossettini 141, Puerto Madero, de la ciudad de Buenos Aires, de jueves a domingos de 12 a 20. Entrada: $1000. Tarifa reducida para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación $500. Jueves, $500 y sin cargo para menores de 12 años, jubilados, estudiantes y docentes con acreditación. Menores de 6 años y personas con discapacidad sin cargo