50 años atrás aparecía Queen, el primer álbum de una nueva banda inglesa. Como muchos otros, y en especial como Led Zeppelin (a quien su sonido se asemejaba), bautizaron su ópera prima con su propio nombre. Una forma de que se fijara en la memoria del público y, al mismo tiempo, de fortalecer la identidad, como si dijeran esta es nuestra carta de presentación, esto somos. Era una época en la que sacar un disco a la calle era complicado. Queen no fue la excepción. Hacía muchos años que sus integrantes intentaban abrirse paso pero no lo conseguían. Varias formaciones frustradas hasta dar con la versión definitiva. Muchos iban abandonando por el camino; quedaban los convencidos, los que perseveraban. Mientras tanto daban forma a un repertorio, adquirían experiencia, desarrollaban un sonido. Entonces cuando sus canciones salían a la luz, tenían detrás mucho trabajo, una madurez que nadie esperaba en debutantes.

Cuando el disco llegó a las disquerías, Queen ya llevaba tres años tocando y la grabación había terminado hacía más de ocho meses. A pesar de eso, ni el sonido, ni el peso de cada integrante dentro de la estructura de la banda, ni la temática de las canciones será la que los llevé, no mucho después, a la consagración global. Todavía les faltaba más rodaje y que los demás reconocieran que en sus filas tenían muchos más que un cantante.

Sólo para darse una idea: cuando grabaron estas canciones, Freddie todavía se llamaba Bulsara. En medio de este proceso se convertiría en Mercury.

A mediados de mayo de 1970, la pequeña banda inglesa empezaba de nuevo. No habían tenido demasiada suerte todavía, pero ellos creían que tenían tiempo. El bajista y cantante Tim Staffell se bajaba del grupo. El guitarrista, Brian May, y el baterista Roger Taylor seguían adelante. Conseguir quien cantara no les resultó difícil. El reemplazante lo tenían frente a ellos. Freddie Bulsara, el compañero de cuarto de Staffell, iba a cada uno de sus shows y ya les había pedido una oportunidad. Freddie se moría por cantar en Smile pero Brian May se negaba. “El cantante es Tim”, repetía. Años después el guitarrista diría: “Tim era nuestro Sting. Pero un Sting sin ego alguno”. Aunque, ante la deserción de Staffell y la evidencia de lo que Freddie podía hacer frente a un micrófono, debió cambiar de parecer.

Con un nuevo cantante, y en busca de un bajista, la banda era otra y por lo tanto necesitaba también un nuevo nombre. Freddie fue el que hizo la propuesta. Queen, dijo. Al ver el gesto receloso de los otros, se apresuró a justificar su elección. “Es un nombre que tiene que ver con la realeza, es universal, contundente, musical, inmediato y, principalmente, suena espléndido”, dijo. Roger Taylor contó que al principio creyó que era una broma, que la connotación gay era demasiado evidente. Pero Freddie expuso sus argumentos seductoramente y los convenció. Fue la primera de muchas batallas que ganaría. Ahora tenían un desafío más: que el sonido duro y complejo de la banda se combinara con el nombre. Freddie deseaba él sonar tan espléndido como el nombre que había elegido para la formación.

Roger Taylor tocaba en diferentes grupos desde los 15 años. Brian May había tenido un módico suceso con su primer grupo, 1984, antes de conformar Smile. Mientras tanto estudiaba astronomía en el Imperial College. Cuando la banda con nombre orwelliano se disolvió, May hizo lo que se hacía en esos tiempos. Puso un aviso en una revista musical anunciando que buscaba baterista. Y el que apareció fue Roger Taylor.

La madre de Roger Taylor le consiguió una fecha a la flamante banda para tocar en un evento para la Cruz Roja. La mujer, Win Taylor, hasta pagó dos avisos en el diario local. Pero lo hizo con el viejo nombre del grupo, Smile. Ensayaron casi un mes, se acopló Mike Grose como bajista, y el 27 de junio de 1970 Queen tocó por primera vez en público. La primera canción que se escuchó, sostienen algunos de los testigos, fue Stone Cold Crazy, que recién grabaron en su tercer álbum, Sheer Heart Attack. En ese tiempo el repertorio estaba integrado por canciones de Smile, algunas propias y varios covers (en especial del rock de los primeros tiempos: Little Richard y Elvis). Freddie Mercury demostró esa noche que tenía un carisma especial. Más allá de algunos pifies técnicos y varias inconsistencias, su presencia escénica era llamativa. No había nacido para pasar inadvertido. “Fue la primera vez que cantó con nosotros. Pero parecía que había nacido sobre un escenario. Cantaba bien, claro. Pero lo sorprendente era todo lo otro. Era mucho más que un cantante. Era un performer” rememoró Roger Taylor.

El grupo empezó a tocar casi todos los fines de semana. Las actuaciones, siempre para públicos no demasiado nutridos, eran cada vez más asiduas. Cambiaron el bajista; se sumó Barry Mitchell que sería reemplazado en marzo de 1971 por John Deacon. Queen llegaba a su formación definitiva. Aunque el camino hasta el debut discográfico fue largo.

“Nos costó mucho hacernos un lugar. Más de dos años. Había muchos grupos tratando de hacerse notar en esos años, peleándola como nosotros. Después costó, también, que nos aceptaran, que nos tomaran en serio. Fue duro, pero nosotros teníamos confianza y todas esas vicisitudes nos hicieron más fuerte como grupo” contó Brian May.

Fueron rechazados por varias discográficas. Les veían condiciones pero ningún diferencial que hiciera que el público enloqueciera por ellos. Obstinados, los cuatro siguieron insistiendo. Hasta que a principios de 1972 ingresaron a los estudios Trident. La grabación se extendió más de ocho meses. Pero eso no se debió a un perfeccionismo extremo o la experimentación sonora. Los hermanos Barry y Norman Sheffield, dueños del estudio, confiaron en ellos y en sus productores, y les cedieron las instalaciones en los momentos ociosos. El problema era que Trident Studios tenía mucho trabajo, era elegido por los mejores músicos ingleses para grabar sus discos. Así, Queen tuvo que conformarse con los horarios de madrugada y grabar sólo cuando nadie usaba el estudio.

Anticipando lo que pasaría durante el resto de su carrera, la autoría de los temas se repartió entre May, Freddie y el baterista. Trabajaron mucho, no se conformaban con las primeras versiones. En muchas de las canciones, la temática de las letras era fantástica, perteneciente al género Sword and Sorcery, como si fueran versiones de las creaciones literarias de Tolkien, en especial las de Freddie.

En la canción que terminó apareciendo en My Fairy King, el cuarto surco del Lado A, Freddie canta “Madre Mercury, mira lo que me hicieron”. Muchos creen que de ese verso, casi un homenaje a su madre, sacó su nombre artístico. Aunque no se sabe con precisión cuándo fue que adoptó su nueva identidad, hay un dato que nos indicaría que fue después de esos meses en el estudio de grabación: ese tema lo registró como Bulsara, su verdadero apellido.

Freddie cambió su apellido original por Mercury. Además de recordarle a su madre, le pareció que era más acorde a una estrella. Algo que él siempre tuvo la convicción que llegaría a ser. Una compañera de estudios, Audrey Maiden, contó que a los veinte años en cada formulario que llenaba, cuando le preguntaban la profesión, Freddie escribía músico. “No importa si no es verdad todavía, muy pronto lo será”, decía él.

Tenían la convicción de que una vez que los ejecutivos escucharan sus temas grabados profesionalmente se pelearían por ellos. Pero otra vez, fueron rechazados por cada discográfica. Cuando se comenzaban a desesperar, volvieron a acudir en su ayuda, los hermanos Barry and Norman Sheffield se asociaron con EMI y lograron que el disco se editara a mediados de julio de 1973, cincuenta años atrás.

El disco lo abre Keep Yourself Alive, el primer single. Es una especie de presentación de la banda. Uno por vez hacen su aparición los cuatro integrantes. La guitarra de May, la percusión de Taylor, después el bajo de Deacon y por último, el plato, fuerte, Freddie y su voz y su empuje.

Hay dos peculiaridades en la información que traía el LP en su sobre interno. El bajista era presentado como Deacon John y una leyenda, obra de Brian May, rezaba “En este disco nadie utilizó sintetizadores”: una costumbre que Queen mantendría hasta la salida de Un Día en las Carreras en 1976. El último tema del lado B es una breve versión instrumental de Seven Seas of Rhye, canción que se desarrollaría en el segundo opus. La idea inicial era que el siguiente álbum empezara con ese Seven Seas of Rhye marcando una continuidad en la obra, aunque después se decidió que fuera en otro lugar.

Pero como el disco quedó archivado durante varios meses, la ansiedad de la banda fue creciendo. Ellos siguieron presentándose en vivo y componiendo nuevo material. El del debut les quedó lejano, cuando llegó a las bateas ya lo sentían algo ajeno. Debían salir a defender algo que ellos ya consideraban su pasado, estaban en otra etapa de la banda. “Tardamos demasiado en grabar nuestro primer disco y después tardó todavía más en salir. Queríamos hacer algo en 1970 que para 1973 ya otros habían hecho, se nos habían adelantado. Cuando salió el primer LP nuestra música ya había evolucionado”.

La propuesta escénica de Queen era innovadora y contundente. Sus shows fueron cada vez pareciéndose más a su líder. Las presentaciones no eran teatrales, eran mucho más que eso. Larger than life decían los ingleses. Eran operísticas. Apostaban a la grandilocuencia, al impacto. Eran pretenciosas, épicas, magníficas, excesivas.

Con el tercer LP llegó el primer éxito. Killer Queen subió en los charts. Habían logrado hacerse notar. La propuesta siempre fue ambiciosa y con poder. Para el cuarto disco llegó la consagración. Una Noche en la Ópera fue un suceso extraordinario. Sin lugar a dudas, lo que consiguió instalar definitivamente a la banda fue Rapsodia Bohemia, un tema que representaba al grupo de una manera cabal. Ambición, ideas, exuberancia, personalidad. No aceptaron sacar el tema como single editado y acortado. Ese debía ser el sencillo de promoción y debía durar más de seis minutos. Los ejecutivos de la discográfica consideraban un suicidio editarlo. “¿Qué radio va a pasar una canción de 6 minutos?” preguntaban. La respuesta: todas y durante más de cuarenta años. Mamma ohhh ohhh, Galileo, Scaramouche, ópera, solo de guitarra imbatible, balada, historia de un asesinato, ausencia de estribillo, sobregrabaciones: una canción inmortal.

A partir de ese momento nadie pudo parar a Queen. Disco tras disco el éxito se repetía. Un día en las carreras, Jazz, Live Killers, The Game. Cada álbum tenía al menos dos grandes hits. Los shows cada vez eran más contundentes. Convertidos en artistas globales, en 1978 la discográfica organizó una gran presentación de su disco Jazz, el que contiene entre otras Fat Bottomed Girls y Don´t stop me now. Invitó a más de 400 periodistas de todo el mundo a Nueva Orleans. Presenciarían un recital y luego habría una gran fiesta. Luego del show, los invitados llegaron al enorme salón en el que ocurriría la presentación del disco. Los atendían hombres y mujeres semidesnudos con bandejas repletas de ostras y champagne. La fiesta fue subiendo el tono y culminó de madrugada convertida en una multitudinaria bacanal.

¿Cuál era el género de Queen? Incursionaron en el Heavy Metal, en el vaudeville, el pop, lo operística, la balada, el glam y una decena de estilos más. A veces intentaban hacerlo todo a la vez. Bordeaban la frontera de lo bizarro pero (casi) siempre superaban el desafío a fuerza de talento, desparpajo y una demencial confianza en sí mismos. El encanto de lo excesivo representado en la magnética figura de su cantante. Pero no sólo se trató de la inmensidad escénica de Mercury, la ductilidad de May, la potencia de Taylor o la solidez de Deacon. Queen creó canciones perfectas a lo largo de más de quince años. Quien se quede en lo bombástico y en el exceso se está perdiendo lo más importante.

En el grupo todos componían y eso nutría el acervo de canciones de manera diferente a lo que sucede en otras bandas. Como contraste es en esa década en que sus presentaciones en vivo son cada vez más virtuosas y exitosas. El público de sus conciertos se convertía en el coro más grande del mundo. Había juego de luces, un sonido de una potencia infernal, escenografía, cambios de vestuario, diseño de escenario, lenguas de fuego. Era un espectáculo que conducía un showman único, un encantador de multitudes.

La banda detrás del performer no desaparecía ni pasaba desapercibida. Era una tormenta perfecta que no sólo apoyaba a esa otra fuerza de la naturaleza que era Freddie; también lo impulsaba.

Uno de las cumbres de sus presentaciones en vivo fue la ya célebre presentación de 1985 en el Live Aid. Poco más de un cuarto de hora que subyugó y terminó de cimentar el mito. Bob Geldof, el organizador del evento benéfico televisado globalmente, encontró la razón que explica que Freddie haya brillado de tal manera esa tarde: “Fue el escenario perfecto para Freddie, la medida exacta para él: el mundo entero”.

Hay artistas que logran que una imagen se convierte en icónica. ¿Cómo debe vestirse (o disfrazarse) quién quiera imitar o emular al frontman de Queen? Las opciones son innumerables. ¿El jean celeste claro y la musculosa del Live Aid? ¿O la campera de cuero amarilla con el traje blanco con largas tiras laterales de varios colores con las botitas de boxeador? ¿O con ajustados pantalones blancos y una suntuosa capa de terciopelo? ¿O tal vez con ese vestuario con reminiscencias bondage de fines de los setenta, principios de los ochenta, con mínimos pantalones negros de cuero, con el torso desnudo y tiradores? ¿O tal vez con el catsuit de lycra negro con un escote que llegaba hasta el ombligo? Decenas de looks. Ninguno para pasar inadvertido. Originales, estentóreos, inolvidables, recordándonos siempre que él era una estrella y que todo se trataba de un show, un gran show.

Hace 50 años dieron el primer paso. Pocos creyeron que ese sería el primer eslabón de una carrera mítica. Ahí estaba el germen de la gloria que alcanzaría en poco tiempo Queen. El resto lo haría el público y el tiempo. El grupo se convirtió en leyenda y sus temas en himnos que pasan de generación en generación porque ellos, esos cuatro músicos reales (de la realeza del rock), qué duda cabe, siguen siendo los campeones.

Fuente: Matías Bauso para Infobae.