Habitado por la música.

Está lleno de acordes, de notas cotidianas. El arte de los sonidos es parte constitutiva de su médula sensible y se gesta desde el tiempo cercano de su infancia. En pocos años, ha logrado dominar los secretos del violín y hacerlo sonar en clave de emoción en la calle, escenarios y redes sociales. Santa Fe tiene el orgullo de ser su cuna.

Es, por lo menos, un indicio de su destino el nombre del barrio que lo ve crecer. Nuevo Horizonte es casi una bisagra entre Santa Fe y Recreo, y desde ese norte viaja Dylan Villanueva a los espacios donde el violín se transforma en un instrumento de aprendizaje, interpretación y trabajo. Suelen formarse rondas de espectadores en torno a este adolescente que, sentado en la peatonal San Martín, propone la modalidad de la gorra para recaudar dinero que se empleará en su formación y ayudará a sostener la economía familiar.

Mientras crece el número de seguidores en redes sociales y las convocatorias para actuar en escenarios que sacuden su polvo después del silencio al que los sometió la pandemia, la historia de Dylan se redimensiona. Tercero de cinco hijos, vio desde muy pequeño el vínculo que su hermano mayor y, también, su hermana establecían con la música y el canto. Cuando el programa municipal SOS Música llegó a su escuela de Cabaña Leiva en 2015, las cartas se echaron y la buena estrella iluminó sus pasos. «Tenía tres o cuatro años y, a veces, acompañaba a mi hermano a sus clases de piano, o veía cómo mi hermana ensayaba en casa con el violín. Al cumplir seis años empecé a tocar; fue al entrar a la primaria, en la Escuela Nº 27. Como era muy chiquito, veía el violín como un juguete. Es un instrumento complejo. Aprendí a leer partituras, a tocar solo y en orquesta.»

Esa experiencia, que comenzó como una iniciación lúdica, se fue profundizando y profesionalizando. Dylan tiene la memoria de su primera actuación en público: «Fue cuando tuve que interpretar un ejercicio frente a quienes evaluaban mis avances, tenía siete años.» Ya en ese entonces los docentes advirtieron su potencial, y el acompañamiento de la familia fue fundamental para que se iniciara el crecimiento sostenido del músico precoz.

Son innumerables las anécdotas que, desde ese momento, se fueron sumando a la trayectoria de Dylan como violinista. Portador de una gran humildad y también de una considerable timidez, comenzó a tocar en la calle pero no en Santa fe, sino en Paraná. Hacia allí lo acompañaba algún miembro de su familia; lo que generaba se destinaba a engrosar los magros recursos con los que contaban y solían sumarse a los que se producían con la elaboración y venta de pan casero. A los diez años, viajó con el Programa SOS a Paraguay y la fama lo precedió; en el vecino país ya conocían el talento del niño por haberse viralizado su versión de «Despacito», el popular tema de Luis Fonsi. En otra oportunidad —próximas las fiestas de Año Nuevo y habiendo tenido Marcelo, su padre, un inconveniente para extraer el dinero de su aguinaldo como trabajador municipal—, Dylan sugirió realizar una actuación en la peatonal donde recaudaron una cifra mayor a la que su papá necesitaba. Uno de los logros más significativos ha sido la convocatoria para actuar junto a Lito Vitale y Juan Carlos Baglietto, el 20 de junio de 2020, en el marco de los festejos en Rosario por el Día de la Bandera.

Temas de Queen, Los Redonditos de Ricota, The Beatles, música tropical, célebres piezas clásicas, ningún género le es ajeno. Hoy se encuentra cursando en la Escuela de Música, institución a la que ingresó con nueve años y que lo posiciona con un alto nivel de preparación, a la par de la escolaridad formal que también sostiene: «Estoy en la secundaria, me lleva muchas horas de cursado, aprovecho a ensayar en cualquier lugar que pueda para no atrasarme en los estudios.» Esa responsabilidad profunda para mantenerse en el camino de sus deseos y habilidades lo lleva a imaginar un futuro de consolidación: «Mis profesores insisten en la posibilidad de ingresar a una orquesta sinfónica, que estoy en condiciones, en un par de años, de realizar una audición para lograr ese objetivo. Además, en lo inmediato, la meta es finalizar los estudios que estoy haciendo.»

Los variados escenarios, reales y virtuales, donde desarrolla su arte significan espacios de devolución de los espectadores. «Mayormente, la música popular es lo que más moviliza a las personas. Hay gente que se emociona, me pide consejo, que realice tutoriales para también aprender a interpretar.» Las repercusiones han llegado, incluso, desde Olivos, con palabras de aliento del mismo presidente de la Nación, quien tuvo ocasión de estimularlo en su arte y desempeño.

La magnitud de su evolución va a la par de una particular mirada, de llamativa madurez para la corta edad de Dylan, y así se trasluce en sus palabras: «Soy chico pero estoy haciendo una carrera. Cuando tenga dieciocho años, estaré egresando de la Escuela de Música y del secundario. Me gusta transmitir música: así sea en un merendero o un gran escenario, me encanta la devolución de la gente, me hace bien sentir que les hago bien.» Tiene, también, un mensaje significativo: «Hay mucha gente que tiene una vida difícil pero me gustaría hacerles llegar que, poniendo sentimiento y ganas, con la base que da el estudio, se puede salir adelante. Siento que hay que hacer lo que a cada quien le gusta, con pasión, ayudando a quien lo necesite.»

En la calle, rodeado de personas que caminan sin cesar, deteniéndose para prestarle atención o dejándose acompañar algunos metros por la música, en los escenarios dispuestos para que su figura se ilumine o en la virtualidad de las redes sociales y aplicaciones que todo lo acercan y lo multiplican, Dylan brilla. En ese sistema que lo liga a la caja y a la vara del violín, bailan sueños y silencios, memorias y melodías, incertidumbres y decisiones. En suma, vibra un alma joven en clave de eternidad, ese secreto con el que se construye la música desde tiempos inmemoriales, el mismo misterio de cuando elige, casi por magia, un espíritu sensible para manifestarse.

 

Texto: Fernando Marchi Schmidt

Fotos: Ignacio Platini

Dirección de arte: María Virginia Platini para Estudio Fotográfico «Mario Platini»

Nombre de sección: Perfiles

Edición: N° 89