En las últimas décadas, la relación entre los usuarios y la cocina ha cambiado de manera radical. Históricamente, los olores, temperaturas, desprolijidades o demoras inherentes a lo culinario se mantenían ocultas en un recinto diseñado a tal efecto y que significaba la desconexión con la visita. En cambio, en la actualidad, cocinar equivale a compartir; y todo aquello que reclamaba intimidad se brinda en señal de confianza. Las cocinas se disponen entonces como ambiente-mueble-artefacto social proyectado en torno del encuentro.

Atrás han quedado los días en que la cocina era una habitación escondida de la casa, un territorio al que se recurría para aprovechar su calor en el invierno, o que estaba destinado a ocultar de los puntos de encuentro esa alquimia ancestral que resulta al procesar los alimentos para el consumo. La cocina se fue transformando en un espacio central y accesible desde muchos puntos de vista, además del diseño y la arquitectura.

Hoy se le ha devuelto su lugar por excelencia, como punto de reunión familiar y social. Sin importar si ésta es pequeña o un amplio espacio totalmente equipado, allí se prepara la comida, se come, se disfruta y —muchas veces— se establece el único momento del día en el que una familia se reúne en intercambios sanadores.

Los proyectos contemporáneos de construcción o remodelación les ponen especial énfasis en el ambiente-cocina, y cada vez con más fuerza enfocan el diseño del resto de la casa desde allí. Estos espacios integrados se han convertido (desde sus formas, materiales y mecanismos) en el parámetro que define la calidad de la propiedad.

Antes de empezar a diseñar, lo más importante es entender cómo se va a usar una cocina. Este es el planteamiento básico que se tiene que hacer cualquier arquitecto durante la etapa proyectual, ya que la cocina no puede ser el espacio sobrante o —simplemente— un espacio que se definirá al finalizar el proceso de diseño. Hay que entender sus flujos y distintas áreas de trabajo, lo que debe llevarse a cabo dentro del proyecto general de la vivienda.

Más allá del estilo o el diseño requerido por el cliente, es importante definir una cierta modulación que permita optimizar su rendimiento y, así, minimizar los costos de fabricación de sus diferentes elementos. De este modo, las medidas de todos los componentes de una cocina tienen que estar entendidas e interiorizadas antes de definir el espacio que los albergará.

Al formar parte de la cotidianeidad, de los hábitos y de la rutina del día a día, la cocina suele aparecer en el imaginario colectivo como un espacio o sistema de objetos que simplemente cumple un fin determinado. Pero, si de habitar una cocina se trata, las actividades y fenómenos que en ella ocurren van más allá del simple hecho de cocinar o comer. La cocina da cabida a la generación de hábitos e ideas que, al curso del tiempo, forman parte de la identidad cultural de un lugar y de sus habitantes en un momento determinado.

De ubicarse en el área de servicio, oculta, unida por limitados accesos al espacio de estar de la propiedad y con grandes dimensiones, la cocina ha pasado a ser hoy en día protagonista de la vivienda moderna: un espacio abierto, reducido, ubicado en el seno del espacio de estar sobre el cual el diseño y la arquitectura juegan un importante papel de integración con el resto del hogar.

La arquitectura, al igual que la cocina, es el reflejo de las necesidades de una sociedad en un lugar y tiempo determinados. Por ello, en un paradigma en donde cada vez son más relevantes la convivencia entre todas las personas sin distinción de género, y el deleite de los sentidos, la cocina toma prominencia en las decisiones estéticas (espacios, diseños y materiales) para la proyección de una vida compartida.

 

Fotos: Marce Pucci

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Edición: N° 89