Fueron detenidas en Devoto durante la última dictadura cívico-militar. En tiempos de pandemia comenzaron a escribir lo que significó dejar los pabellones atrás. Sus voces se reúnen en la serie de libros Nosotras en libertad.

 

Enlazar vínculos, como la trama de un tejido, para soportar el encierro. Compartir saberes, haciendo de lo propio algo común. Educar para que el sentido crítico sea una herramienta de fortaleza. Escribir crónicas de cada juicio para testimoniar lo vivido. Abrir las puertas de la casa para que nadie sienta la exclusión. Estas son algunas de las premisas sostenidas por las presas políticas, detenidas en la cárcel de Devoto durante la última dictadura cívico-militar, una vez que dejaron los pabellones atrás. No son las voces de un pasado remoto, sino de un aquí y un ahora que hablan por sí mismos, sin intermediaciones, y se congregan en Nosotras en libertad.

Se trata de una publicación compuesta por siete libros, junto a la versión digital, que recopila las narraciones en primera persona de más 200 mujeres de todas las regiones del país. «Tenemos voz para contar, no lo que nos hicieron, sino lo que nosotras hicimos con lo que quisieron hacernos», aclara Stella Vallejos en una afectuosa conversación que TODA mantuvo con algunas de las narradoras del capítulo «Navegando el Paraná».

Es una mañana sofocante de verano y sobre la mesa se acomodan las tacitas de café, los vasos de agua y ronda el mate. Ellas se apuran a decir que la intención de la obra no es la de presentarse como víctimas, sino como mujeres que —de la mano de su sobrevivencia— han podido reinsertarse en una sociedad silenciada y temerosa, tal cual fuera la de aquellos años en los que el régimen dictatorial aún daba vueltas por el aire. En la cárcel, les habían dicho que de allí saldrían «locas o muertas». Sin embargo, sus relatos demuestran que la resistencia no sólo se ejerció entre los muros de la prisión, sino también cuando regresaron a las calles, siendo muy jóvenes y debiendo forjar sus vidas.

Vallejos recuperó la libertad en 1983. Hoy, asevera que, al compás de la obra en cuestión, «el objetivo es poder hacer algo por el otro». Es decir, «la dictadura pretendió disciplinarnos: “Mirá lo que te pasa si te metés.” En este libro, revertimos esa cruel advertencia a merced del compromiso que conlleva el poder de la palabra».

Curiosamente, los tomos del libro llevaron adelante su proceso de escritura durante el aislamiento que impuso la pandemia de la COVID-19. En ese confinamiento para nada lejano, ellas pudieron hablar de lo que implicó volver. Así lo manifiesta Graciela Boffelli, quien se instaló en la localidad de San Vicente una vez liberada. «Era un pueblo adverso a mis pensamientos. Me dije que tenía que tirar abajo el bicho raro. Me llamaron de una escuela para dar clases. La docencia fue mi forma de batallar. Me gané al pueblo y no fui más un bicho raro, al contrario: fui alguien a quien respetaron mucho», comenta.

Patricia Céuninck, por su lado, se encarga de relatar «la historia de los juicios». «Apenas me jubilé empecé a ir a los juicios por delitos de lesa humanidad. Íbamos y escribíamos lo que iban relatando los compañeros y las compañeras. En base a eso hacíamos una crónica de los juicios.» Salida en 1981 de Devoto, Patricia no duda en aseverar que «los primeros años fueron los más difíciles porque todas estábamos un poco solas. Buscar laburo era decir “estuve presa”. La dictadura había roto redes sociales, como hablarse con el vecino», reflexiona.

Pese a tantas marcas grabadas en sus subjetividades, estas mujeres toman distancia de la figura heroica. «Traté de escribir para los jóvenes, que nos vean como gente que vivió cosas pero las pudo sobrellevar. No somos dioses. Somos sobrevivientes. Fuimos víctimas pero resistimos en la cárcel. Cuando salimos de allí, con mi compañero dijimos “vamos a tener una casa de puertas abiertas”. Así se llama lo que escribí», define Alejandrina Gómez.

María Rosa Almirón, Marisa, desplaza sobre la mesa algunas de las manualidades que, junto a sus compañeras, ha atesorado de aquellos tiempos de encierro. La mayor parte de su familia padeció la detención, el secuestro, la tortura y la desaparición. Como una de las raíces de un mismo árbol, Marisa hizo pie en Mendoza, donde se convirtió en alfabetizadora de adultos. «Me impactaron mis estudiantes. Fue alfabetizar a los trabajadores estatales provinciales. Habíamos encontrado las claves para potenciar la esperanza de ser mejores. Cuando uno se propone, encuentra las estrategias, las defiende y contagia», resume.

Su hermana, Milagros Almirón, tenía catorce años cuando ingresó a la Guardia de Infantería en Santa Fe. «Mi relato se llama “Las tramas”. Lo que cuento es haber aprendido a tejer en telar, trabajar con las manos (en prisión). Eso es lo que me salva de no enloquecer. Salir en libertad, a mi edad, era lograr normalidad. Pongo eso en el telar», cuenta destacando esa habilidad aprendida gracias a la solidaridad y el abrazo. Así se formó Nosotras en libertad, como un tejido compuesto por hebras multicolores, como un colectivo plural, como las microhistorias enlazadas en una historia viva.

 

En la web: https://nosotrasenlibertad.com/

 

Texto:  María Luisa Lelli

Nombre de sección: Maneras de sanar