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“Educación gourmet”

Los juicios negativos ya se multiplican al compás del rating. Los mismos que se oponen con la dudosa afirmación reduccionista “es televisión”, cuando algún analista del fenómeno televisivo lo tilda como subcultura de masas, son los que con ligereza sueltan palabras desmesuradamente cercanas a la apología de la violencia. Sí, “es televisión”, por lo cual el reto, la corrección rigurosa, el enojo son histriónicos, impostados: lo que hoy tildarían como ‘acting’, en este caso, de la exageración. Precisamente, la hipérbole es el recurso necesario para fijar en la atención del otro lo que se quiere comunicar. Esta crítica silencia la emoción y el placer del maestro cuando el participante se atiene al saber y exhibe su talento.MasterChefArgentina-0001 Y aquí, no hay sobreactuación, para entenderlo no hace falta quemar demasiada materia gris. En el mismo sentido, está configurado el tribunal de MaterChef. Cada uno de los maestros representa un temperamento: Christophe, el colérico malhumorado y “chinchudo”; Donato, el sanguíneo impresionable y emotivo y Germán, el flemático lacónico y cauto. Francés, italiano y argentino, nuestra idiosincrasia como hijos de los barcos. Más que personajes son alegorías y la dirección del formato ‘reality’ se encarga muy bien de que así se patentice. Tampoco se necesita un doctorado en semiótica. Al mismo tiempo, se perdona día a día un sinnúmero de chatarra cultural propia o enlatada. No se escuchan diatribas contra el machismo enarbolado insólitamente por una mujer turca en la tira que pierde “picos” frente a MasterChef. Extraña que, en tanto es apabullante la demanda de un país por normas, reglas, autoridad real y respeto por el saber, se apuren estos juicios y que una inteligente locutora suelte la ‘gaf’ repentista de “MasterChef, pegame que te hago una croqueta” (no siempre lo ocurrente es veraz). O que otros, de probada capacidad profesional, usen el vulgarizado sustantivo “verdugueo” (indudablemente, nunca han experimentado  la acción deleznable de un verdugo). alejo_mainPor el contrario y al fin, la pantalla de un canal de aire abre la ventana de la educación sin temor a consabidas críticas. Se acepta que el producto no sea de matriz nacional y que circulen por las señales, al menos una decena de formatos similares. Tampoco lo serán los de próxima aparición de escandalosa publicidad previa, que después infectarán el discurso televisivo en su totalidad y no se han escuchado críticas adversas. ¿Tendrán, quizás, algún secreto valor educativo que quien escribe no alcanza a descubrir? Ajeno a toda opinión, MasterChef descubre un modelo inobjetable, aunque molesto, de educación, dado el vaciamiento cultural que durante, por lo menos dos décadas, se produjo en el sistema educativo y político del país, amparado en una pedagogía esnob y “garantista”. En MasterChef se debe seguir rigurosamente la voz de orden, pero los maestros secundan al participante con indicaciones, mientras se les exige atención al saber previo de quien indica, reconocimiento de su autoridad y constricción al esfuerzo y a la disciplina. ¿La sociedad recuerda estos hábitos o los confunde con represión? Por otra parte, los maestros deben enfrentar a participantes (entendido aquí como alumnos) que llevan al certamen la carga oscura de prácticas viciadas por las causas que antes se mencionaron (la irreverencia, la inconciencia del error y la negativa a enmendarlo, disvalores lamentablemente no sobreactuados). Es constante la advertencia de los límites, el abandono de la petulancia o la victimización. En tanto, si los participantes transgreden la regla y la ironizan, el rigor se acrecienta y los maestros sueltan cataratas de epítetos atrevidos. Enuncian claramente que “los soberbios se guarden la pretensión en los bolsillos”. También reiteran que no aceptarán a los “agrandados que quieran ganarle al maestro”.
23 Ellos dictaminarán cuando así ocurra y aclararán el tiempo preciso en que el participante merezca ser llamado colega. Al mismo tiempo, los virtuales alumnos no aceptan la relación necesariamente asimétrica que existe entre el que sostiene el saber y el que debe apropiarse de él: una conducta convertida en monolítica mala costumbre a partir de las presuntas innovaciones falaces respecto de cómo educar. Sin embargo, cuando reparan el mal hábito y hacen propio el nuevo aprendizaje no vacilan en expresiones tales como “Fallé y me duele”, “Pasar la prueba me dio valor”. A pesar de la claridad con que se muestra lo antes dicho, un discurso circulante y mediático, quejumbroso de la anomia en la que se vive, elogia, al mismo tiempo, la posibilidad de la ruptura de los límites. Sin límites no hay creación. Ella es justamente el reconocimiento agudo de que los bordes existen y su meta es saltar sobre los márgenes, pero hay que registrarlos para trascenderlos. Así, los maestros estimulan “las ganas” y la osadía sin dejar de recordarles la oportunidad que otros no tuvieron. MasterChef es un “reality” que no merece opiniones livianas, su cocina tiene los ingredientes y los condimentos en dosis balanceadas. No se mezquina el estímulo y la admiración por el acierto. Se valora el progreso. Se arenga al participante para que luche y se supere a sí mismo y se lo disuade ante la tentación de caer en la envidiosa rivalidad frente al compañero, más que como un mandato moral, como un postulado de la razón práctica: se pierde tiempo. De igual modo, se incentiva el trabajo en equipo y el espíritu de colaboración. Pero, sin justeza, hay voces que invalidan los métodos utilizados y confunden educar con divertir. No debe excluirse el sentimiento de alegría en el proceso de enseñanza- aprendizaje, aún menos, la corrección del error y el entendimiento de que todos los actos tienen sus consecuencias cuando se desatiende la norma. MasterChefArgentina-0008Actitudes exoneradas por la cultura del show business que permean la pantalla corrompiendo la acción educativa. En definitiva, MasterChef deja en el televidente la inquietud de volver a pensar en que no hay aprendizaje y convivencia posibles sin incentivos, pero aún menos, sin sanciones. La falta de sanción no enmienda una conducta (el vocablo proviene de tres raíces etimológicas: sanctio –sancer – santus: ley, sagrado e inviolable) ¿No deberían hacerse cargo los educadores responsables y los comunicadores sociales de que éste es el condimento básico de su cocina? ¿No son éstos los valores por los que buena parte de esta sociedad está clamando? “(el gobernante, el padre, el educador) gobierna con dos manos: la de hiel, de su rigor y la de azúcar, de su misericordia, sino, tendrá la imperfección de un padre manco”, al decir del tan grande como olvidado Leopoldo Marechal.

 

CRÉDITO: Carmen Úbeda