Mantener el recuerdo vivo de las personas es el objetivo que lo consolidó como realizador audiovisual hace veinte años. Hoy, a sus cuarenta, se luce al frente de “Estudio Libertad Audiovisuales”, proponiendo un relato que intenta recuperar la esencia de las historias de gente común que merecen ser inmortalizadas.

La mirada de un padre emocionado frente a su hija mientras bailan el tradicional vals de los quince. El campo de girasoles que la vio crecer y se transforma en el escenario perfecto para sus exteriores. Una novia que cuenta, con voz temblorosa y minutos antes del enlace, sus expectativas de la fiesta. Momentos que no se van a volver a repetir, cargados de significación para sus protagonistas y captados por una cámara astuta, cuyo propósito es destacar emociones que para otros lentes podrían pasar desapercibidas.

Esta sensibilidad que se trasluce, dice Luciano Prósperi, tiene que ver con cómo empezó su trabajo. Nacido en San Vicente, comenzó grabando las historias de vida de sus habitantes en forma de relato y biografía. Los planos detalle y cercanos son, desde que recuerda, su herramienta para transmitir cercanía y compromiso con cada relato. La historia de su abuelo, un maestro particular, fue su primera producción audiovisual, aunque no entendida en esos términos. “Tenía veinte años y, en la búsqueda de quién quería ser, le propuse a mi mamá participar de una iniciativa en el canal local, donde buscaban gente que hiciera cosas diferentes. Eso fue en febrero y en marzo me fui a estudiar cine a Rosario. La profesión me encontró a mí, yo no la busqué”, asegura.

Tras la del abuelo llegaron historias de otras personas y el programa se extendió durante siete años. La misma idea encontró cabida en el canal local de Rafaela, donde llegó a grabar 120 personajes. “El motor siempre fue el saber que la gente no perdura durante toda la vida pero que, cuando uno rescata su historia a través del video, la preserva para siempre”, dice Luciano. Lo mismo pasa con un cumpleaños de quince o con un casamiento, que dentro de diez años tendrá valor por haber sido un momento que no volverá a repetirse jamás.

Esa motivación por preservar historias tiene que ver, quizás inconscientemente, con una necesidad de buscar lo que nunca conoció. De chico le contaron historias de dos de sus abuelos fallecidos y fue intentando reconstruir su imagen. “En el 2002 grabé a mi abuela, que vivía en Santa Fe. Tengo su voz, sus gestos y cosas que no están en una fotografía ni en ningún otro formato. También reconstruí la imagen de mi abuelo a través de una cinta que encontré y en la que pude ver sus movimientos y el ámbito escolar en el que se desempeñaba. Ahí me di cuenta de que la imagen en movimiento logra que la persona cobre vida. Pienso que el video no es un espectáculo sino una manera de documentar la historia”, remarca.

Su estudio profesional tiene el nombre de la escuela en la que trabajaba su abuelo. La libertad era un concepto presente en muchos de sus escritos y se transformó en una guía para las elecciones de Luciano. El legado familiar marcaba un camino donde predominaban lo técnico y las máquinas cosechadoras, pero sus padres lo dejaron elegir. “Mi papá miraba cada uno de mis videos y era mi crítico más duro. Hace cuatro años me falta y todavía siento mucho ese vacío. Era muy observador y creo que las historias de vida le gustaban más que a mí. También él me inculcó el amor por la gente mayor”, señala.

Su misión en la vida, dice, es grabar esas historias de vida que algún día alguien vendrá a buscar, tal como él hizo hace veinte años. Las condiciones técnicas actuales permiten que cualquier persona pueda registrar cualquier momento en video y, para Luciano, el formato en que se lo capture es lo de menos: “lo importante es que haya una historia que contar”.

 

 

 

 

Texto: María Belén Bustamante

Fotos: Pablo Aguirre

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