Hace más de 20 años que Luciano Marraffini se fue de Rosario pero bastan apenas dos o tres minutos de escucharlo hablar para saber que la ciudad donde nació y creció sigue viva en su voz. Radicado desde hace doce años en Nueva York —antes estuvo otros ocho en Chicago—, allí está a cargo del laboratorio de Bacteriología de la Universidad Rockefeller, al Este de Manhattan.
De muy bajo perfil, serio en el trato y podría decirse que casi alérgico al “hipe” —el “autobombo” marketinero que también ha llegado a la ciencia— este investigador de 48 años descubrió ni más ni menos que el CRISPR, la tecnología que permite cortar, editar y corregir el ADN, también conocida como “tijeras moleculares”.
El CRISPR llegó a la vida de Luciano Marraffini a través de las bacterias, organismos unicelulares que investiga desde hace décadas. “Fui uno de los primeros científicos que se dedicó al tema —explica—. No soy ingeniero genético, soy microbiólogo. Estudio cómo las bacterias se defienden de los virus. Las bacterias viven en todos los ambientes a los cuales el ser humano pudo llegar. Hay genes dedicados a la defensa contra los virus en las bacterias. CRISPR es el sistema inmune que tienen las bacterias para defenderse de los virus que las infectan. En 2008, con mi entonces mentor, Erik Sontheimer, en Chicago, descubrimos que las bacterias programan CRISPR para cortar el ADN viral, destruir al virus y curarse de la infección. Y propusimos que este mecanismo podría ser trasplantado a otros organismos para aplicaciones médicas y biotecnológicas. En particular, para la modificación de genes humanos.”
En 2020, precisamente, se otorgó el Premio Nobel de Química por “el desarrollo de un método para la edición del genoma” a Emmanuelle Charpentier y Jeniffer Doudna. Y eso obliga a que Luciano Marraffini explique por qué la prestigiosa distinción no fue para su equipo. “Es que nuestro grupo lo demostró de manera genética —aclara—, y el Nobel fue otorgado a personas que lo demostraron de manera bioquímica. Las diferencias radican en que la manera genética es más indirecta: si bien nuestra evidencia fue muy clara y por eso se publicó el paper, nosotros lo descubrimos mirando si ciertas células crecían o no. La manera bioquímica, en cambio, fue muy directa: pusieron ADN, utilizaron CRISPR y vieron que el ADN se cortaba”.
En 2013 llegó el segundo “espaldarazo” al método, con un nuevo trabajo del investigador rosarino que demostró cómo el sistema CRISPR sirve para que las células humanas hagan lo mismo que pueden hacer las bacterias: cortar el ADN en forma específica. Por ejemplo, el ADN de alguno de los genes que todos tenemos en las células. “Y luego de varias pruebas y de un método que nosotros mismos diseñamos, debido a la simpleza y la eficiencia de la tecnología la fueron adoptando los laboratorios de investigación alrededor del mundo”, agrega Marraffini, otra vez como restando importancia a la contundencia de sus hallazgos.
Nacido y criado en el centro de la ciudad, fue alumno de la escuela Dante Alighieri —su padre es de origen italiano— y estudió biotecnología en la UNR. “Tengo familia y amigos en Rosario y estoy en contacto con ellos —dice Luciano Marraffini—, pero no soy una persona nostálgica. Creo que los que llevamos tanto tiempo afuera tenemos que ser así. Si no, no podés radicarte en el extranjero”. El investigador está casado con una rosarina y el mayor de sus hijos, de 22, también nació en Rosario. La menor nació en Estados Unidos. Hincha de Newell’s, dice que ve partidos pero que lo preocupa la violencia y la corrupción que hay en el fútbol. “Es triste que a la cancha pueda ir una hinchada o la otra, pero no las dos”, refiriéndose al clásico rosarino entre leprosos y canallas.
De nuevo en la investigación científica, que es su pasión, Luciano Marraffini explica que el nombre CRISPR (que se pronuncia “crísper”) es en realidad la sigla del inglés Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, que traducido significa repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas. “Un dato para conocer pero muy difícil de explicar —comenta el científico—. Es mucho más fácil modificar células embrionarias que explicar el significado de la sigla”, comenta. Y parece que es cierto.
Las gemelas chinas
En octubre de 2018 nacieron en China las gemelas conocidas como Lulu y Nana, sobre quienes el investigador He Jiankui había modificado genes mediante la técnica CRISPR para desarrollar resistencia genética a la infección por VIH-Sida. Las niñas, concebidas por fertilización in vitro (FIV), nacieron aparentemente saludables pero hoy no se sabe nada de ellas.
He Jiannkui, en cambio, fue condenado a prisión y a una abultada multa por un experimento que la comunidad científica y hasta China misma, en forma oficial, cuestionaron éticamente. Ya cumplió su condena y hace pocos días anunció que está buscando fondos: en tres años se comprometió a encontrar una cura para una enfermedad genética poco frecuente (la distrofia muscular de Duchenne). Científicos del mundo entero se mostraron escépticos y desconfiados de estos anuncios y siguen cuestionándolo.
“Sí, es posible la manipulación genética de seres humanos —admite Luciano Marraffini—, y no es difícil trabajar con células embrionarias. Pero por el momento no se dispone del conocimiento para crear un superhumano. Se ha comparado CRISPR con el doping, porque permitiría mejorar de manera artificial alguna habilidad humana”.
En ese sentido, con el diseño de bebés CRISPR “se podría en el futuro hacer una persona que por ejemplo corra más rápido: si en teoría conocemos todos los genes que contribuyen a cómo corre una persona, se podría hacer —agrega—. Desde el punto de vista de la ética médica, la edición genética sólo sería admisible para corregir enfermedades. No creo que ahora, en lo inmediato, la cuestión de crear bebés editados genéticamente vaya a generar mucha discusión. Por ahora es un momento que está lejos. Pero es necesario que el tema se difunda, que desde ahora se conozca y se debata cómo utilizar esta tecnología”.
Usos buenos y usos malos
CRISPR se prueba y se utiliza ya en distintas áreas. En medicina humana, se hacen ensayos clínicos para tratar enfermedades de la sangre como ciertas hemofilias, leucemias y linfomas, algunos tipos de cáncer (modificando células del sistema inmune para que ataquen al tumor), enfermedades oculares hereditarias, diabetes, enfermedades infecciosas e inflamatorias y alteraciones en el plegamiento de las proteínas, trastornos que causan enfermedades metabólicas y neurodegenerativas.
“Pero todavía los médicos no pueden decirle a un paciente que se haga terapia génica: ningún tratamiento está autorizado fuera de los ensayos clínicos”, enfatiza el investigador rosarino y detalla que mediante la edición génica que permite CRISPR se pueden sacar genes (knock-out) o reemplazar o corregir genes defectuosos por otros que funcionan bien.
“Por muchos años fue muy difícil cambiar la composición química de un gen —explica—. Pero CRISPR permitió que no fuera necesario sacar todo el gen defectuoso sino cambiar las mutaciones que eliminan o alteran su función, es decir, poner las letras —que en realidad se llaman bases de ADN— que tienen el gen de las personas sanas”. En el caso del mal funcionamiento de un órgano, por ejemplo, CRISPR puede lograr que con la edición génica se “cure” un porcentaje de las células de ese órgano y éste retome su funcionamiento normal.
Otra área donde el CRISPR augura buenos horizontes es el trasplante de órganos de origen animal a seres humanos, conocidos como xenotrasplantes. “CRISPR se puede usar para adicionar genes foráneos a un organismo y generar animales y plantas transgénicos. En el caso de la adaptación de órganos, se usa para adicionar genes humanos a animales, para que estos crezcan con órganos humanizados que tienen muy baja probabilidad de rechazo cuando son transplantados a personas”.
De xenotrasplantes de órganos ya existen ejemplos: en enero de 2022, se trasplantó por primera vez un corazón genéticamente humanizado de un cerdo a un hombre en los Estados Unidos. El paciente, que estaba en situación terminal al momento de recibirlo, vivió dos meses más con ese corazón.
La agricultura y la ganadería son posiblemente las áreas en que la aplicación de las tijeras moleculares está más extendida: a diferencia de la generación de organismos transgénicos, que supone introducir genes foráneos, “CRISPR provee la posibilidad de introducir mutaciones en genes conocidos, porque son variantes naturales —explica el investigador—. En agricultura, permitiría tener plantas con rendimientos superiores y resistentes a determinadas enfermedades. En ganadería, CRISPR puede modificar características genéticas de animales para mayor producción de carne y resistencia frente a ciertas enfermedades. En 2050 seremos 10 mil millones de habitantes en el mundo: esta tecnología será una de las que podrán alimentarlo”.
Para Luciano Marraffini esta tecnología presenta, básicamente, dos tipos de riesgos. “Uno es el riesgo del uso para cosas buenas —reflexiona—, por ejemplo, el tratamiento de una enfermedad. Uno quiere corregir una deficiencia genética pero sin querer puede generar otra. Pero vale la pena correr ese riesgo —porque no es un riesgo cero—, se puede medir y decidir. El riesgo del uso malo del CRISPR, de que haya figuras maquiavélicas que quieran usarlo para fines éticamente cuestionables existe y no se puede medir. La tecnología está: todo el mundo la usa en el ambiente científico. Es un tren que ya salió. No se puede volver atrás”.
Fuente: Suma POLITICA+