Adolescencia y crianza: cuando hacer todo «bien» no es suficiente
La serie Adolescencia se convirtió en algo más que un fenómeno audiovisual. Su impacto radica en haber tocado una fibra íntima en muchos padres que, tras años de esfuerzo y compromiso, sienten que la crianza ha llegado a un punto de colapso. ¿Qué pasa cuando incluso siguiendo los consejos de especialistas, nada parece funcionar?
El psicoanalista Luciano Lutereau, autor de Más crianza, menos terapia y Crianza para padres cansados, analiza el trasfondo de esta crisis: no es solo una cuestión de métodos, sino de paradigmas. Según él, hoy asistimos al agotamiento del ideal de la familia como garantía de bienestar y éxito.
El límite de la crianza moderna
Durante los últimos años, muchos padres se propusieron reparar los errores del pasado, alejándose del modelo autoritario. El objetivo fue criar hijos desde la ternura, la presencia y el afecto. Pero, a pesar de ese cambio, los resultados no siempre son los esperados.
La serie Adolescencia incomoda porque muestra que el esfuerzo no basta. Como dice Lutereau, «ni con la mejor crianza del mundo a veces alcanza». En una sociedad tecnológica, los padres se han convertido en un estímulo más entre tantos, y la familia ya no ocupa un lugar estructural como antes.
Nuevas formas de familia, nuevos desafíos
La diversidad familiar es una realidad. Hay estructuras monoparentales, homoparentales o vínculos duales que funcionan mejor que las configuraciones tradicionales. Sin embargo, el verdadero problema no está en la forma, sino en el vínculo. Hoy, muchos niños se relacionan mejor en contextos uno a uno, sin que eso implique una «familia» en sentido clásico.
Este cambio revela algo más profundo: la pérdida de filiación. Ya no basta con saber quiénes son los padres; muchos niños no conocen la historia familiar, ni las tradiciones, ni el marco simbólico que les dé un sentido de pertenencia. La crianza dejó de ser solo un vínculo de cuidado para convertirse en una transmisión cultural y afectiva que, en muchos casos, se está debilitando.
El narcisismo de la crianza y la angustia compartida
En lugar de pensar la crianza como una relación sustentada en la comunidad, muchos padres han caído en una lógica de rendimiento. Criamos para que los hijos «sean felices», sin ver que la felicidad no se enseña, se vive en vínculo con otros.
Frente a la angustia de nuestros hijos, reaccionamos con pánico, esperando que ellos nos calmen. Pasamos de ser figuras protectoras a buscar contención en quienes deberían recibirla. Este giro es preocupante: los hijos no solo deben ser cuidados, también necesitan frustrarse, fallar y aprender a sostener la angustia.
Adolescencia prolongada y crisis de autoridad
Lutereau advierte que hoy la adolescencia se extiende hasta edades en las que ya no es posible criar. La transición hacia la adultez está fragmentada. Ya no se discute con los padres: se los desautoriza. En muchos casos, los adolescentes no ven a sus padres como ignorantes, sino como irrelevantes. La ruptura generacional ya no es simbólica, es estructural.
Las apuestas on line, los desafíos virales, la búsqueda de identidad en redes sociales no son simples modas. Son síntomas de un nuevo modo de estar en el mundo, una forma de habitar el presente sin la mediación adulta. En ese contexto, las herramientas tradicionales de crianza quedan obsoletas.
Hacia una nueva forma de pensar la crianza
Quizás no se trate de encontrar nuevas recetas, sino de revisar el concepto mismo de crianza. En lugar de preguntar cómo ser «buenos padres», podríamos preguntarnos qué tipo de vínculos estamos construyendo. ¿Estamos criando hijos para que sean consumidores satisfechos o ciudadanos capaces de vivir en comunidad?
La crisis actual nos obliga a repensar la transmisión, la filiación y el sentido. Es momento de dejar atrás el ideal de control y éxito, y abrirnos a nuevas formas de relación, más humanas, más reales, más imperfectas.