Santa Fe cada vez lo elige más y él se deja llevar por la ciudad. Su nomadismo y sus vivencias lo hicieron investigar y mixturarse con las raíces de la identidad latinoamericana más profunda, que materializó en documentales y muestras. Hoy, se dedica a enseñar el método de su propia obra, sin misterios.
Intenso fue el derrotero de Lucero Villalba Hagelstange antes que se diera cuenta de que su vida tenía que ser arte. Nacido en Capital Federal en 1962, a su infancia y adolescencia las transcurrió alternando estadías en Argentina, Alemania y Paraguay junto a su familia. También viajó solo a Río de Janeiro para vivir en un estado de pura bohemia. Ya de regreso a Buenos Aires trabajó de mozo y tornero, hasta reparó televisores. Su primer acercamiento con el mundo artístico fue a los 13, buscando sacar con su guitarra eléctrica los temas de Jimi Hendrix, y pocos años después se descubrió en el arte pictórico y aprendió técnicas en varios talleres y lugares, como en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. “Lo que rescato es que fue un período de formación muy bueno. No había tanta importancia en ser artista, eso vino después, a los 28 ó 30 años. Hubo un click donde me di cuenta de que tenía que hacer esto. Nunca dejé de pintar y a esa edad empecé a participar en concursos de salones de todo tipo. Ahí logré destacarme, todo lo que llevaba funcionaba, se vendía mi obra. Donde nadie vendía yo vendía, no podía creerlo”.
Su nomadismo y sus vivencias lo llevaron a investigar y mixturarse con las raíces de la identidad latinoamericana más profunda, que materializó en documentales y diferentes obras, llegando a su momento cúlmine con la exposición de la muestra “Ritos Salvajes” en 2012. Después centró sus estudios en la corriente prerrafaelista y ahora va en busca de eternizar el instante: “Me interesa mucho el tema de la belleza femenina y ese encanto de plasmar la fantasía, la cosa mágica, un misterio… El misterio que hay atrás de lo
que le pasa al hombre cuando ve a una mujer y queda obnubilado, aunque que es mentira, es una fantasía, porque después cuando te conocés y te contactás con el ser humano, con lo que hay atrás de esa imagen bella, hay una persona más, con sus defectos y sus cosas, pero uno tiene la necesidad de ver eso como algo idealizado y mágico. Ese punto me parecía a mí siempre algo que me interrogaba”. Y explica: “Yo pinto sobre el misterio que hay en nosotros, sobre el porqué me atrapa ese instante fugaz. La vida es un encanto fugaz también, todo en un segundo puede desaparecer… Por el encanto de ese momento podemos dejar la vida. A esos instantes trato de retenerlos en una tela”.
En este último tiempo, Lucero asegura que se le juntó todo: el éxito económico y artístico. “La única forma de tener éxito cuando fracasás es seguir. Entonces, el fracaso nunca va a estar porque siempre es una consecuencia del éxito futuro. Yo creí que abandoné muchas veces, y en realidad no había abandonado. Me acuerdo de ponerme a llorar y decir que odio ser artista”.
Fue así que recordó una anécdota en medio de la selva paraguaya donde estaba haciendo un documental: “Hacía cinco días que iba caminando con una cámara filmando, me estaba por tomar el micro, me caía la lluvia, no tenía con qué resguardarme, no tenía más plata, ni para comer ni dónde dormir. Me dije: ‘Estoy muy loco, me voy’… Y apareció una procesión de gente que se llevaba a una iglesia un muerto en un féretro, con paraguas negros caminando… ¡Esto era para mí, sino quién lo iba a filmar! Yo estaba justo ahí. Muchas veces me pasó eso: cuando estaba por desistir, volvía otra cosa que no podía descifrar. Ahora lo que sé es que no tenés otros momentos más que estos para darte cuenta de que no podés más huir. Uno huye de sí mismo, el arte es un escape muchas veces. Uno en el arte trasciende y desarrolla cosas que en la vida real no se animaría. En algún punto, lo que vos plasmás como artista en la tela, tarde o temprano, se transforma en tu vida real. Ahí viene el pánico porque cuando lo hiciste durante 20 años y los cuadros están ahí, te miran, decís: ‘No era una joda, yo me hice artista de verdad. Tenés que hacerte cargo, no podés huir más, te persigue lo que hiciste, porque sos lo que hacés’”.
Jacques Lacan dijo que amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es. Para Lucero Villalba, en el arte hay algo de eso “porque uno da la vida a algo que vos no sabés”.
Así como las misiones jesuíticas dieron sus pasos por las ciudades de Buenos Aires, Asunción y Santa Fe, Lucero Villalba fue llevado por el mismo camino como artista y desde hace unos años reside en esta capital: “Yo hice lo mismo, trabajé con el tema de los jesuitas, hay una esencia mística mucho más profunda y antigua, nada es casualidad y por una razón es así. Cada vez es más fuerte, yo no sé porqué. Santa Fe cada vez me elige más, me dejo ir” y reafirma: “Yo no lo elegí, Santa Fe me eligió a mí. La primera vez que llegué me alojé cerca del Rosa Galisteo, no sabía que era el museo. Cuando lo vi me pareció interesante la construcción arquitectónica y me dije que yo quería exponer ahí y al año siguiente lo hice. Me siento como un referente, es más, yo me presento como artista local. Yo me siento un artista santafesino”.
Al tiempo en que se encuentra en pleno proceso de creación de una muestra a exponer en Asunción surgida a partir de investigaciones sobre la Guerra de la Triple Alianza, en Paraná y Santa Fe dicta lo que él llama “Seminarios intensivos”, donde enseña en forma correlativa el método que usa para hacer su propia obra, sin misterios. Sobre sus alumnos cuenta que “hay gente con una gran inteligencia emocional, son como esponjas que agarran todo. Lo mismo veo en Paraná, toda la región del Litoral es extraordinaria. Estoy muy feliz de poder aportar algo acá. Mientras más das, más te vuelve y en este mundo lo único que podés hacer es dar”.
Créditos: Johanna Cecotti
Fotos: Pablo Aguirre