Los hermanos Raúl, Miguel Ángel y José Luis Vallejos integran la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe. Desde sus ocho años, en el viejo Barrio Chalet, resuenan los ecos de una historia que se construyó a fuerza de talento y sacrificio.

 

 

En el interior del estuche del violín hay fotos. La prudencia le gana la ardua batalla a la curiosidad, sin embargo, a lo lejos se puede adivinar el rostro redondo de un bebé que sonríe.

Hace muchos años, en barrio Chalet, doña Elena de Caboteau, descendiente de franceses y amante de las artes, sugirió que sus hijos deberían formarse en alguna de ellas. Su marido, criollo, acompañó la moción.

Así fue que Miguel Ángel y Raúl ingresaron a la Orquesta de Niños, que bajo la batuta del maestro Roberto Benítez empezaba a perfilarse como el semillero de talentos que luego sería.Unos meses más tarde se les sumaría José Luis, el mayor.

Miguel Ángel y Raúl se inclinaron por el violín y su historia es casi una partitura a dos voces.  “Yo me colé con el violín porque Miguel tocaba el violín”, se ríe Raúl: hoy es el Concertino de la Sinfónica, el puesto de primer violinista, que tiene potestad de dirigir y, generalmente, toca los solos. José Luis, por su parte, eligió el contrabajo.

“La nuestra fue una generación muy marcada por la figura del Maestro Benítez. De hecho, muchos de los músicos que integran la Orquesta provienen de allí”, cuentan.

“La Orquesta de Niños tenía una función social extraordinaria. Se compartía con chicos de otros barrios, se viajaba. Conocimos la provincia casi completa. Es revolucionario lo que hizo ese maestro: él era consciente de la situación de cada uno. A lo mejor tenías un mínimo de conocimiento del instrumento, pero él te metía a tocar en la Orquesta y ya te sentías grande”, añade José Luis.

“En una Orquesta, se supone que el que está adelante es el que más toca, o el más antiguo en la ejecución del instrumento. El Maestro Benítez, sabiamente, nos hacía rotar”, suma Miguel Ángel su carta al castillo de anécdotas.

 

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Cuando llegó la hora de la adolescencia, otro maestro, Mauricio Cepeda, les propuso continuar en el Instituto de Música. La decisión fue difícil: implicaba un esfuerzo económico enorme para una familia con cinco chicos. Los padres decidieron que sí y así fue que el camino se orientó definitivamente para ese lado.

“Había que sostener esa decisión. No era fácil ser músico a los 20, 22 años, y no trabajar de otra cosa. Eso, repetido por tres”, cuentan.

“En el mientras tanto hicimos de todo. A los 13, 14 años ya estábamos tocando en una Orquesta de Tango todos los fines de semana. La paga era más o menos, pero servía”, dice José Luis.

“Tenemos el orgullo de haber tocado en la emblemática Orquesta de Tango de Enrique Romano”, sostienen a coro. Allí viajaban, aprendían, estaban en contactos con músicos hechos. Tocaban el cielo con las manos ―y encima cobraban―.

 

―¿Siempre fueron juntos para todos lados?

―Siempre. La vieja estaba orgullosa de eso.

 

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Al ritmo de la música popular llegaron los primeros billetes: así encontraron la forma de sostenerse, hasta que se concretó el ingreso a la Orquesta Sinfónica Provincial.

En aquella época, los ensayos se hacían en la sala Brahms, en 25 de Mayo y Mendoza. Hoy los hermanos comparten sus mañanas en el Centro Cultural Provincial de calle Junín, donde ensayan todos los días. Algunos de sus hijos tomaron el guante y comparten la magia de los sonidos y los compases.

“En un momento habíamos formado un quinteto de cuerdas con un par de vecinos. Nosotros teníamos la mayoría automática”, se ríen y evocan otros tiempos, donde las reuniones familiares siempre terminaban con música. Los tres aman el folclore, pero en sus corazones late el tango. De hecho, actualmente tocan con el Gabriel de Pedro Quinteto. “Todo está relacionado y todo tiene una riqueza impresionante. Hemos tocado música mariachi, cuarteto. Hemos tocado con Luciano Pavarotti, con la Sinfónica de Entre Ríos, en Montevideo, una vivencia única. Hemos tocado en Europa. Hemos tocado, más recientemente, en la Filarmónica con Los Palmeras, que fue la experiencia más impresionante que hemos vivido a nivel masividad y reconocimiento. Ver gente súper humilde instalada desde las cuatro de la tarde, para esperar el concierto de la noche: eso no nos había pasado nunca”, afirman. “Pero el tango… el tango es el tango. Se te anuda la garganta, se te eriza la piel”, remata Miguel Ángel.

No son la única trama familiar que hace nido en la Orquesta: hasta no muchos años, estuvieron cuatro integrantes de la familia Cepeda y cinco de los Garreffa. Jubilados los padres y retirados otros miembros, hoy integran el organismo dos hermanas Cepeda y el solista de flauta, Cristian Garreffa.

Doña Elena, aquella mujer de descendencia francesa, que soñó para sus hijos un futuro de escenarios, pudo acompañar su desarrollo artístico hasta sus últimos días. Hoy aquellos pibes tienen 56, 54 y 51 años. Desde hace dos años, ella aplaude en silencio, desde algún palco privilegiado.

 

Texto: Natalia Pandolfo

Fotos: Pablo Aguirre

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