«El mundo no muestra nada a unos ojos sin mirada»
Charly García & Pedro Aznar (1991)
Con el paso del tiempo quedarán atrás años de reclamos, puñados de protestas y manifestaciones, pilas de notas con membretes para conformar a la burocracia del gobierno de turno. Con el paso del tiempo, tal vez, nos olvidemos de los relojes que marcaron las horas de las asambleas, en el patio techado de la escuela que ocupamos, el orden de las mociones para tratar entre los estudiantes, los titulares en los diarios, las medidas de fuerza, las noticias en los boletines de las radios de Santa Fe, los insistentes llamados a oficinas de gestiones sordas, y la cobertura de la tele en alguna sentada o en algún corte desafiante.
Tal vez, con el paso del tiempo, todo quede diluido en los recuerdos de algún docente irreverente ante la injusticia educativa y el paso de los días haga que se confundan los nombres de aquellos que estuvieron al lado de los estudiantes, apoyaron y acompañaron sin reparos, con aquellos que miraron para un costado o no renunciaron a dictar una clase cuando el reclamo era de todos y por todos. Eso lo dirá el tiempo. Pero qué importa ahora.
También, será el mismo tiempo el que le dé la razón a todos aquellos compañeros estudiantes idealistas, motivados por las ganas de tener un espacio propio, aun cuando muy bien no se pudiera dimensionar lo que significaba. Esos a los que algunos tildaron de irresponsables, por la histórica toma del 12, pero que a la vista que nos da el paso del tiempo, hoy sabemos que tuvieron tanto que ver para que no se abandone la lucha.
Estudiantes de insistencia implacable, decisiones firmes y ejecutoras de m
edidas democráticamente auténticas; que estuvieron, sostuvieron y vencieron por no soportar calendarios amarillos de promesas y mentiras. Algunos un poco locos y otro poco enamorados por el 12. Que importaba de donde venías o qué estudiabas, si al fin tampoco tenías edificio propio.
De las pocas cosas que había certeza es que ninguno, ni docentes ni estudiantes, ni gobernados ni gobernadores, estábamos haciendo y reclamando para uno. Todo era para otros, para los otros. Otros sin nombre y sin carrera, sin banco y sin materias. Todo para los otros del futuro, los que vendrían. Acaso ese es el verdadero sentido de hacer.
Pero todo esto tal vez algún día se olvide, tal vez no, y quede en alguna reseña escrita tibiamente por el paso del tiempo. O quién dice qué, nada de todo lo que el paso del tiempo suele hacer, pueda con una historia tan rica como intensa. Pasaron más de 60 años de una institución de la educación pública que, claramente, no le temió al paso del tiempo. Se plantó. Protestó. Desafió. Construyó. Y, en algunos años más, seguro diremos que creció, maduró, se afianzó y avanzó.
El 12, a pesar de los embates de la historia, sigue siendo el 12. Creció con los emparches que injustamente algunos propusieron para y expusieron a la educación pública. Sobrevivió a las dictaduras y conoció el florecer de un país y una provincia deseosa de democracia. Sobrevivió a los manoseos de gobiernos neoliberales y al ultimátum para borrar la educación terciaria. Y se sostuvo ante la crisis. Contuvo donde todo expulsaba. Se repuso. Creció. Cargó en sus sellos y membretes con el nombre de aquel “ilustre”, representante de la alta sociedad burguesa santafesina, que representaba el tiempo de los que ya por suerte no son tan representados en este tiempo. ¿O sí?, quizá acá una expresión de deseo más que una afirmación de realidad. Y se comprometió a desafiar su propia identidad impuesta y rebautizarse. Nada más ni nada menos que en el nombre de un poeta para renacer a la sociedad. Desde ahora el 12 será para siempre Gastón Gori.
Y en esa impaciente necesidad de lo propio y con la obligación de seguir, y sobrevivir como se pueda, el 12 reclama, lucha y no descansa. Levanta banderas propias, se inventa y se reinventa. Sigue de puertas abiertas. Pasillos y aulas públicas, de educación gratuita y laica. Vaya principios que enorgullecen, mientras nos miran desde la otra vereda, donde la educación arancelada parece ganar espacio a pasos agigantados.
Y el tiempo afirma el mismo cantar, en cada oportunidad que tiene el 12 para reclamar.
Y la lista arranca una y otra vez: un espacio propio, un par de aulas acorde, bancos para adultos, paredes sin el tapiz de abecedario. Horarios amplios, instalaciones dignas, un espacio para un tablero o dos o diez. Una biblioteca que sea biblioteca, una sala de usos múltiples que sea para múltiples usos, una cantina, una cocina decente, una salida no tan tarde en las noches entradas en los fríos inviernos; una entrada no tan caótica con cientos de pequeños que corren apresurados deseosos de su salida. Ningún obstáculo para los propios y ningún “peso” para los ocupas. Un estudio de radio como son las radios, una sala de TV donde se pueda hacer TV. Un espacio para los estudiantes organizados, libertad en los pasillos para los desorganizados. Muchas voces. Más voces. Muchas veces lo mismo. Siempre lo mismo. Es la verdadera necesidad.
Y llegó un día donde los anuncios ya no fueron promesas, y las promesas ya no fueron mentiras. El reclamo pasaría a ser cosa de otro tiempo. Y la historia cambiaba por primera vez, en más de 6 décadas.
Las expresiones que alguna vez fueron de deseo se materializaban y afirmaban en cientos de cuerpos y rostros que se sorprendían, se emocionaban, abrían los ojos más grandes y se reían. Se confirma eso por lo que tanto se luchó en cada abrazo, y entre los brazos de alumnos, docentes, egresados, ex docentes, personal no docente, familiares, amigos y vecinos.
El 12 tuvo un día donde el tiempo se detuvo.
Comenzaría una nueva historia, ni mejor ni peor que la anterior, solo una nueva. Nada más ni nada menos que una nueva historia contada desde 9 de julio 1756.
Sobre los cimientos oscuros del ex edificio de la policía se levantan paredes de cristal. Por la determinación política de una verdadera política educativa, indiscutible, piso por piso, como si fuera un castillo de naipes, se planta una nueva historia para el 12. Algunos la contarán por la lucha, otros por el presupuesto millonario invertido. Algunos la contarán por lo que tiene y otros elegirán contar la historia por lo que le falta aún. Los más contaremos la historia por todo eso junto. Está claro que no hay una sola historia, como está claro que todo fue gracias a la lucha colectiva. Lucha que fue mucha y hoy dio frutos.
Por primera vez pisamos, hermoso y lleno de luz, nuestro pequeño gran castillo de naipes.
Texto: Gerardo Picotto Marino