Gabriel de Pedro es pianista, tiene un quinteto de tango, da clases, toca jazz, integra Mo’Blues y compone. Empezó con Los Cartageneros y estudió con maestros como Gerardo Gandini. Una visita a la cocina de un artista que se resiste a las etiquetas.
– Vos no sabés lo que significa un piano para un pianista.
– ¿Qué significa?
– No sé explicarlo con palabras. Es algo de otra dimensión.
Gabriel de Pedro tiene 44 años y una carrera construida a base de tamizar talento con trabajo. Estudió con el maestro Gerardo Gandini, trascendió las fronteras con Mo’Blues y formó el Gabriel de Pedro Quinteto. Como todo buen cocinero que se precie, experimentó con sabores de lo más variados.
«Yo empecé tocando cumbia con Los Cartageneros, en la época del boom de la bailanta», cuenta, como quien saca de la manga el ingrediente secreto: es que ese comienzo le permitió comprender que había que apartar los prejuicios y animarse a las mezclas raras.
«Tocábamos en los lugares más importantes de Capital Federal y provincia de Buenos Aires. Era un delirio total, teníamos veinte actuaciones por fin de semana».
– ¿Cómo te llevabas con el género?
– Nunca tuve ningún prejuicio, y eso me permitió conocer gente maravillosa. Algunos de los que estudian música suelen ser arrogantes, creer que porque leen un libro saben música. Y la música es como la cocina: vos no podés hablar de cocinar, tenés que hacerme probar el plato.
JUSTO EN LA TECLA
Gabriel tiene en su casa el piano de Los Espejos, de la mansión Stamati. «Habían vendido la propiedad y no podían sacarse el piano. ‘No se preocupen, yo me lo llevo’, les decía yo en broma». Hasta que un día ofertó, con los ojos cerrados, con el no casi en la mano. Y le dijeron que sí. «Casi me muero», resume la experiencia.
– ¿Cómo llegó la música a tu vida?
– Mi vieja tenía un piano, así que a los siete, ocho años, nos mandó a estudiar con una profesora de barrio. Vivíamos en Velez Sársfield y Ricardo Aldao. Mis hermanos se fueron bajando, yo seguí porque me gustaba. Hoy lo recuerdo con mucha emoción: me veo caminando contento, por la zona de las vías, con mis libracos de piano.
Cuando la secundaria terminó, la ingeniería electromecánica aparecía como horizonte posible. Gabriel no sabía qué hacer. Un amigo de esos que aparecen en el momento justo -Mariano Laurino, clarinetista- afinó el desconcierto de notas sueltas con una pregunta: ‘¿Por qué no te venís a estudiar música?‘
Así fue como sus pies aterrizaron en las puertas del Instituto Superior de Música. En el transcurso de la carrera eligió el plato de la música popular por sobre el de la clásica. Mientras tanto, iba a Buenos Aires a estudiar jazz y empezó a tocar con Jazz Ensamble, donde conviven los maestros locales del género. Paralelamente estudiaba piano con Amalia Pérez. Ella le dijo otra frase de esas que dan justo en la tecla: «Vos tocá lo que quieras, pero tocalo bien».
«Eso me marcó», asume el joven aprendiz que, con el tiempo, se convertiría en profesor del Liceo Municipal y del ISM.
– ¿Cómo te llevás con la experiencia docente?
– Trato de poner como eje la cuestión del sentimiento hacia la música. La música te lleva a un lugar increíble y esa experiencia no te la puede quitar nadie. Si sos pobre, vas a ese lugar; si sos rico, vas de la misma manera. El tema es que lo hagas porque no podés evitarlo.
DOS HIJOS
«El piano es como una persona. Si no tratás, te juntás a tomar un café, conversás, empezás a desconectarte. Muchas veces he sentido que no le puedo prestar la atención que quisiera. El hecho de escribir música me lleva a otro mundo y me demanda mucho tiempo. A veces siento que tengo dos hijos y paso demasiado tiempo con uno».
– ¿Y a cuál querés más?
– Escribir es maravilloso pero tocar es siempre mejor. Es un terreno diferente de la vivencia, algo inexplicable. Escribir es genial; pero es tu hijo y a la vez no lo es, porque otro lo reinterpreta. Tocar es absolutamente tuyo.
– ¿Cómo llegó el tango a tu vida?
– Quién sabe. Mi abuelo paterno era fanático. Uno con el piano siempre toca de todo; ya con Jazz Ensamble nos poníamos a jugar con el tango. El tango es popular, pero tiene gran influencia sinfónica. Ahí confluyen el tocar y el escribir: eso me da, en un solo paquete, todo lo que me gusta.
Entre otros premios, Gabriel fue distinguido en 2007 en el Concurso Iberoamericano de Composición organizado por el Ensamble Rosario. Al año siguiente recibió un reconocimiento de la Academia Nacional del Tango. Sus giras incluyen países como Colombia, Chile, Uruguay y Canadá, además de las más de diez visitas a Estados Unidos. Tocó junto a Néstor Marconi, Guillermo Fernández, Conrad Herwig, Paquito D’Rivera y Deacon Jones, entre otros.
2015 despunta con aromas tentadores: «Tengo ganas de hacer un disco en vivo con el Quinteto, invitando a cantantes locales y nacionales de distintos estilos: uno de cumbia, uno de folclore, uno de tango. Tender puentes», explica.
También piensa en formar una Orquesta Típica de Tango: «En Santa Fe no hay una desde hace más de treinta años. Sería algo novedoso, único», se entusiasma.
Con Mo’Blues hay viajes programados para Estados Unidos y Canadá, en julio. Sin embargo, la base de su melodía, la cereza del postre, es siempre Santa Fe. «El tren de las grandes ciudades es el de las superproducciones. El ritmo de Santa Fe tiene más que ver con los tiempos que, para mí, requiere la evolución de un proceso artístico. Me gusta eso», define.
CRÉDITOS: Natalia Pandolfo
FOTOS: Pablo Aguirre
AGRADECIMIENTOS: ATE Casa España