Una búsqueda personal a través del movimiento recorre la historia de “Fabi” desde su infancia. Es bailarina, intérprete, coreógrafa y directora, y transita esos roles con pasión por lo que entiende ante todo como un oficio. Emprende esa búsqueda con otros, en el escenario, en la calle, y en los talleres, donde prioriza lo colectivo antes que la individualidad y la precisión técnica. “No sirve que todos vayamos para el mismo lado” dice para hablar de la danza. Y de la vida.
TSF-¿Cuándo nace tu vocación por la danza?
FS- Bailando horas y horas frente a un espejo, con canciones de Rafaela Carrá y Nicola Di Bari, que escuchaba en unos cassettes de mi tía Hilda. Después vinieron Queen, los Beatles, otras músicas. En esos años no me animaba a tomar clases. Tenía dos amigas bailarinas muy grosas, Gabriela Lavagnino y Paula Copello, que iban a la Casa de la Danza y De las Artes. Yo las acompañaba a las clases y las veía bailar, pero me negaba a mí misma esa posibilidad. Muchos años después me pasó eso con la dirección, hasta que me animé, primero con “La noche/3”, y más acá en el tiempo con “…de 1919”; y “Pilar”, que se originó en la Convocatoria de Proyectos de Creación Coreográfica de la Secretaría de Cultura de la UNL. Hoy creo que cada uno puede decir su verdad, desde el lugar que le toque.
TSF-Sos bailarina, coreógrafa, y te animaste a la dirección ¿te identificás en particular con alguno de esos roles?
FS-Si me tengo que definir diría ante todo que entiendo mi carrera vinculada a la expresión a través del movimiento como un trabajo. El arte no abarca solo las disciplinas artísticas de la plástica, la danza, el teatro, la música sino que podemos encontrarlo en cualquier oficio. En las diferentes obras en las que he participado o dirigido, y en los talleres que doy, comparto una práctica que me fue formando y que construyo cada día. Desde ese lugar uno logra comprometerse con un aquí y ahora, y eso es para mí profundamente político. El arte es político y creo que está bueno cuando el compromiso nace de ese lugar.
TSF- Esa misma idea de construir un camino propio se encuentra también en cómo encaraste tu formación…
FS- A veces me pesa no tener un título formal, pero otras veces reconozco en mi formación autodidacta un valor en sí mismo porque parte de un compromiso. Mis primeras experiencias comienzan en 1995, con una amiga que tomaba clases de danza en el Centro Cultural Provincial y un día me invita a acompañarla. En esa primera clase hicimos una improvisación y cuando la profesora nos ve, se acerca y nos pregunta dónde tomamos clases. No nos creía cuando le dijimos que era la primera vez que lo hacíamos. Esa profesora era Patricia Pieragostini, y al año de ese primer encuentro ya formaba parte de una de sus obras. Comencé bailando y eso fue fundamental para algo en lo que creo profundamente, que es que todos somos aptos para la danza. Para expresar a través del movimiento solo hay que sentir, meterse en esa emoción, en eso que uno quiere decir. Fue una alegría enorme encontrar una maestra que me enseñara eso.
TSF- ¿Qué importancia tiene Grupo Recua en esta trayectoria?
FS- Grupo Recua es clave para mí en esta forma de entender el movimiento. Con Claudia Correa, Patricia Álvarez, Laura Varela, Marisa Hernández y Patricia Pieragostini estamos juntas desde 2001. Hicimos “El hilo de Molly”, “Cielito lindo”, “Caso hermanas”, que codirigió Ricardo Rojas, y el año pasado “Ida Alessandria”. En el medio hubo otras puestas, con otras integrantes como Cecilia Mazzetti, Paula Molina, y María Elisa Garibaldi. Siempre nos llevó mucho tiempo elaborar cada obra porque nos metemos a fondo. El punto de partida nunca es algo cerrado, siempre está abierto a una búsqueda.
TSF- ¿Y cómo encarás tu rol como tallerista?
FS- Empezar a dar clases fue también todo un desafío para mí, y en eso encontré de nuevo impulso en Patricia (Pieragostini) que me alentó a hacerlo. Siento que tengo que transmitir a mis alumnos esa misma confianza. Cada uno tiene sus ritmos, su movimiento, eso es una gracia divina y tenemos que aprovecharlo. No sirve que todos vayamos para el mismo lado, no es lo que yo pretendo. Me gusta tanto bailar que quiero que todos puedan hacerlo.
Así empecé a dar clases en Rincón y Arroyo Leyes; en lugares como La Farolito, La Caja de Pandora, en el Salón Comunal, y hasta en mi casa. También en la Biblioteca Popular de Arroyo Leyes, que es un lugar mágico para mí, genuino, cercano a estas experiencias de lo comunitario y lo solidario. Desde hace unos años, formo parte también del Programa Arte y Comunidad de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad.
TSF- ¿Cómo sigue este camino que transitás por la escena y en los espacios de taller?
FS – No lo sé. Estoy atenta a lo que la vida propone. Así pienso muchas veces mi trabajo. Participo del programa “Querer, creer, crear” del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia, y a cada localidad voy con una planificación, pero siempre dispuesta a lo que la gente me propone. En Las Rosas, trabajamos con un grupo de bailarines de malambo, y terminamos bailando con música de Robert Plant. Cuando logro esa comunicación y crear algo nuevo, me siento bendecida.
En todos estos años conté siempre con mi familia, mi compañero y mis hijos, mi mamá, que me alentaron siempre y son incondicionales. La danza me dio la posibilidad de tener un trabajo con lo que más me gusta, que es estar con los demás y compartir lo que hago. Esa debe ser mi misión en la vida. Y en ese camino voy a seguir.
Crédito: Laura Loreficcio
Fotos: Pablo Aguirre