Roberto Schneider —el polifacético crítico de teatro, conductor televisivo, periodista, docente y escritor— fue declarado Santafesino Ilustre por el Concejo Municipal “en reconocimiento a su trayectoria y sus valiosos aportes a la cultura santafesina”.
Cuando el sol del mediodía de febrero transformaba en espejos los techos de la ciudad y el movimiento rítmico, casi autómata, de lo cotidiano invadía el paisaje, un lugar parecía escaparse de la imagen, detenido en el tiempo; para celebrar, en el reconocimiento, un “acto amoroso, un hecho profundamente democrático e inclusivo”,diría Roberto, con un cuerpo conmovido y unos ojos inundados de presencias.
Roberto, en su nombre y en honor a las palabras, atravesó las barreras de la piel y logró replicar su historia de vida —un acto escénico en sí— en cada uno de los que colmaron la sala del recinto del Concejo Municipal; para resignificar hasta el infinito el hecho cultural como un poderoso mecanismo de construcción de identidad.Porque el amor que se entrega, se fragmenta, se agrieta un poco para ser cedido en un acto sin precedentes. Esta declaración ilustra una justicia unánime, otorgada a un gestor cultural que hizo de su profesión una donación amorosa a otros en un complot por el aire mismo.
Por iniciativa del Concejal Carlos Suárez, que propone mucho más que un nombre y un apellido, la noticia de esta declaración se transformó en un aluvión de reconocimientos; una celebración plural e igualitaria, que fue apropiada por muchos como recompensa, como tributo al trabajo incansable y sostenido en la creación de “modos de decir”, de dar forma y aliento a lo que espera, latiendo, en un rincón oscurecido.
El orgullo que Roberto siente tiene que ver con un encuentro, frente a otros, de sí mismo. Un reconocimiento de las manos de su madre lavando ropa, para que pueda comer y aprender; de los tíos que dejaban caer moneditas a su encuentro; de aquellas personas que creyeron que él podía creer en su capacidad de superación y en esa búsqueda constante de la belleza, que lo eclipsara para no devolverlo más. El orgullo de Roberto tiene su eje en mirar para atrás y ver un hombre trabajando sin descanso por palabras para ser leídas, escenas para ser pensadas y obras que trasciendan el “deber ser” y se instalen definitivamente en la libertad. El orgullo de Roberto tiene que ver con la vida.
Ser Ilustrísimo, entonces, es una devolución ajustada a lo dado. Es, en cierto modo, un pago necesario —sin recompensas que se acercan al mérito— por un lugar autogestionado, desde dónde poder pronunciar una y muchas existencias con la responsabilidad de una mano, la facultad de un corazón y la potestad de una frente desplegada al horizonte y un poco más allá.
Crédito: Ezequiel Perelló
Fotos: Juan Martín Alfieri