“Al ser las distintas religiones uno de los vehículos fundamentales de la discriminación de las mujeres, a través de la construcción cultural de género como categoría social, no se puede dejar de propiciar la necesaria alianza entre las justas reivindicaciones de las mujeres y la laicidad del Estado y de la sociedad” (1)
El feminismo es un movimiento al cual se le atribuyen distintos orígenes. Hay autores que ubican su nacimiento en las primeras declaraciones libertarias de la Revolución Francesa, otros lo remontan al siglo XIII cuando Guillermine de Bohemia planteó crear una iglesia de mujeres. Cierto es que, recién a partir del sufragismo, las mujeres comienzan a reivindicar de manera explícita su autonomía.
En todas las manifestaciones, intervenciones y expresiones de lucha feminista, el común denominador estuvo en lo que luego, la escritora Susana Gamba, definió como “movimiento de liberación de la mujer que ha generado pensamiento y acción, teoría y práctica” (2)
En la actualidad, en Argentina, el movimiento de mujeres está centrado, entre otros temas también urgentes, en las alarmantes cifras de femicidios que dan cuenta de una mujer muerta cada 18 horas (se define femicidio al asesinato de una mujer exclusivamente por razón de género, la forma más extrema de violencia machista). Y la bandera de más y mejor educación es una de las que se reivindican en pos de disminuir la desigualdad de género. Más educación: acceso sin restricciones a los distintos niveles; mejor educación: programas con contenidos que incluyan la perspectiva de género, sin estereotipos ni dogmatismos, educando en la diversidad, en la prevención de las distintas violencias y en la reivindicación de los derechos humanos donde se ubica al feminismo.
Dentro de estos programas, se encuentra el enmarcado en la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), que debe implementarse en todos los establecimientos educativos del territorio argentino. Sin embargo, un resurgimiento de teorías religiosas atenta contra la implementación de la ESI y contra una educación con perspectiva de género.
La ley 1420 del año 1884 tuvo su especificidad en educación común, gratuita y obligatoria. La instrucción religiosa quedó en calidad de optativa, con autorización de los padres, y dictada fuera del horario escolar. Luego, en 2014, el Congreso Nacional consideró que la 1420 fue reemplazada por la actual Ley de Educación Nacional. Especialistas alertaron, nuevamente, sobre la no inclusión del término laicidad en la normativa. La realidad de las escuelas públicas de Salta, Tucumán y algunas de Catamarca, donde se imparte educación religiosa de manera obligatoria al estudiantado, es ejemplo de lo que especialistas consideran un avasallamiento de los derechos de niños, niñas y adolescentes.
El botón de alarma lo disparó, nuevamente, en abril del corriente año, el entonces Ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, al sostener que “en las escuelas públicas debe haber enseñanza de la religión” (de todas ellas).
Y llovieron las críticas. Una de ellas, de la pedagoga Carina Cabo quien sostuvo “plantear, nuevamente, la enseñanza de la religión en las escuelas es volver a fines del 1800, cuando la sociedad ponía en discusión un tema crucial: la educación como derecho. La escuela, desde su conformación, ha intentado fomentar el juicio crítico y la libertad de conciencia; esto es, intentar que los estudiantes puedan pensar por sí solos y, a su vez, tomar posición respecto de las temáticas enseñadas, sumada a la capacidad de opinar en función de ello. Esto solo es posible si los contenidos se abordan desde el campo científico. La religión, basada en un libro sagrado como autoridad y con fuertes dogmas de fe, no permite la autonomía de un pensamiento que rompa con lo que ella enseña.” Para finalizar con un contundente: “Creer que la enseñanza religiosa en las escuelas volverá mejores a los niños, niñas y jóvenes es un pensamiento fantástico e irreal.”
El movimiento de mujeres coincide en que no debe comprometerse la educación pública, gratuita y laica, ya que eso significaría un retroceso en los derechos adquiridos de niños, niñas y adolescentes. Y, sobre todo, alertan respecto de lo que significa para las niñas y jóvenes al ser las primeras afectadas por una visión conservadora, mística, homogeneizante y patriarcal común en las religiones.
Texto: Mariana Steckler