“Cuando la miro” es la opera prima de Julio Chávez que protagoniza junto a Marilú Marini. La dupla actoral se luce para narrar vínculos, emociones y descubrimientos mutuos.

Es precisamente en ese momento y no en otro, cuando algo se revela abriéndose como una verdad oculta o como una ansiada respuesta –que, inevitablemente, abrirá otra pregunta–. Por esa línea argumental acontece la narración de “Cuando la miro” (Argentina, 2022), la opera prima del notable Julio Chávez que expone una serie de largas conversaciones entre una madre octagenaria y su hijo de 55 años. Cada encuentro entre una y otro, a su vez, es filmado como una suerte de testimonio, como un registro íntimo y cercano entre dos personas que ignoran más de lo que saben sobre su relación materno filial.

Sobresaliente desde la estética fílmica, este drama que no se desapega del humor también ancla en el registro documental en su calidad de forma y también de contenido. En efecto, el protagonista es Javier (Chávez), un artista plástico que avanza en un proyecto personal: filmar de forma artesanal los diálogos con su mamá Elena, interpretada por la espléndida y magnífica Marilú Marini. Las sesiones (similares a las de una terapia) se suceden en el living del departamento donde él habita, con lo cual cada encuentro es una visita de parte de esa mujer que ha aceptado el reto de hablar, a pesar sus temores e incomodidades.

Si bien los unen más de cinco décadas de historia, existen misterios, secretos, verdades no dichas, antepasados que flotan y grandes dosis de curiosidad. Para Javier, su madre es un enigma que no logra descifrar, habiendo sido una niña criada con una institutriz, conocedora de tres idiomas y habiendo trabajado –ya adulta– en la casa de la familia Carranza como empleada doméstica. Mientras fluyen las charlas –que nunca explotan ni se sobresaltan–, Elena le abre la puerta a todo aquello que nunca fue expresado en palabras: a todo aquello que siempre se ha reservado (la masturbación, por ejemplo), el hecho de no haber querido ser madre, no sentir afinidad por la maternidad, el deseo y el goce sexual, sin dejar de lado lo que supone la vejez. O más bien, lo que socialmente se pretende de una mujer que se aproxima a los 81 años.

“Cuando la miro” (disponible en Amazon Prime) se entromete, con las mismas herramientas narrativas y cinematográficas, en un mundo muy cuidado por Javier. El bonito y espaciado departamento, el living, la cocina, el dormitorio, el vínculo con su novio Darío y el taller donde crea sus obras conforman un hogar cálido y personal. Todo parece muy agradable. No es otra cosa que el fiel reflejo de su subjetividad: emotiva, tierna, maniática, absolutamente carente de explosiones, sin demasiadas pretensiones. De esa forma se desarrolla, además, su faceta artística.

Sin embargo, cada interrogación entre Javier y Elena opera como una expulsión de los miedos. O al menos, los pone de manifiesto. Es así como ese hijo se aproxima a una comprensión de su propia identidad, aunque el develamiento más potente anida en la rareza que experimenta su madre. Y aquí, la película desmantela cualquier preconcepto que se pueda sostener sobre una mujer que carga con 80 años. Cuando Elena habla no deja de interpelar a su hijo, admitiéndole que le resulta una persona rara. Para ella, Javier es “raro” (en especial porque no le gustan las mujeres) y para él, ella es una tremenda incógnita. ¿Por qué será que los hijos (y las hijas) necesitan hacerles preguntas a sus mamás?

La capacidad actoral de Marini hace de su personaje una delicia, conformándose en un pilar del filme, cuyo guión y dirección también están en manos de Chávez. En esta primera realización como cineasta, el actor hace uso de la cámara en planos que resaltan la horizontalidad estética, simbólica y vincular. Un recurso más que destacado si se ilustran las relaciones maternales y afectivas desprovistas de poder y superioridad. Y por el contrario, exponen su sensibilidad. Algo que Chávez logra sin demasiados artificios, habiendo construido un retrato pequeño, armónico y profundo que ya se anticipa en el plano inicial del rodaje. Y la escena final, cuando la que mira es esa madre y no él, su hijo.

Fuente: María Luisa Lelli.