En una colina que domina la ciudad de Palermo, en Sicilia, se encuentra una joya menos conocida del arte italiano: la catedral de Monreale.

Construida en el siglo XII bajo dominio normando, cuenta con los mosaicos de estilo bizantino más grandes de Italia, segundos en el mundo sólo detrás de los de Santa Sofía en Estambul.

Ahora, este sitio declarado Patrimonio Mundial por la Unesco ha sido sometido a una extensa restauración para devolverle su antigua gloria.

Los mosaicos de Monreale pretendían impresionar, humillar e inspirar al visitante que caminaba por la nave central, siguiendo el estilo de Constantinopla, la capital del imperio romano sobreviviente en el este.

Tienen una superficie de 6.400 metros cuadrados y contienen unos 2,2 kg de oro macizo.

La restauración duró más de un año, y durante ese tiempo la catedral se convirtió en una especie de obra en construcción, con un laberinto de andamios instalados en el altar y el crucero.

Expertos locales del Ministerio de Cultura italiano dirigieron una serie de intervenciones, comenzando con la eliminación de una gruesa capa de polvo que se había acumulado en los mosaicos a lo largo de los años.

Luego repararon algunos de los azulejos que habían perdido el esmalte y el pan de oro, haciéndoles parecer manchas negras desde abajo.

Por último, intervinieron en las zonas donde los azulejos se estaban desprendiendo de la pared y los aseguraron.

Los mosaicos fueron restaurados parcialmente por última vez en 1978, pero esta vez la intervención tuvo un alcance mucho más amplio e incluyó la sustitución del antiguo sistema de iluminación.

«Había un sistema muy antiguo. La luz era escasa, los costes de energía eran altísimos y no hacían justicia a la belleza de los mosaicos», afirma Matteo Cundari.

Es el Country Manager de Zumtobel, la empresa encargada de instalar las nuevas luces.

«El principal desafío fue asegurarnos de que resaltaríamos los mosaicos y crearíamos algo que respondiera a las diversas necesidades de la catedral», añade.

«También queríamos crear un sistema completamente reversible, algo que pudiera reemplazarse en 10 o 15 años sin dañar el edificio».

Esta primera fase de obras ha costado 1,1 millones de euros y próximamente está prevista una segunda fase, centrada en la nave central.

Le pregunto al padre Gaglio cómo fue ver finalmente cómo se retiraban los andamios y cómo los mosaicos brillaban con nueva luz. Se ríe y se encoge de hombros.

«Cuando lo ves, te quedas asombrado y no puedes pensar en nada más. Es pura belleza», afirma.

«Es una responsabilidad ser el custodio de este patrimonio mundial. Este mundo necesita belleza, porque nos recuerda lo bueno que hay en la humanidad, lo que significa ser hombres y mujeres».

Fuentes: Sara Monetta Por BBC.