«¿Estoy bien así?», dice con una timidez infantil que no disimula mientas su humanidad evoca sentimientos ancestrales y los desparrama en el espacio para sentar las bases del encuentro: «Orgullosamente mujer trans que ha sabido desenvolverse en la vida queriendo tres cosas fundamentales, poder terminar una carrera educativa, poder tener un trabajo y poder pensar en construir una familia a futuro».

Alejandra es una referente indiscutida del movimiento LGTBI a nivel provincial y nacional, es militante y activista trans, técnica en servicios sociales del Hospital Sayago de la ciudad de Santa Fe, docente y presidenta de la organización MISER (Movimiento de Integración Sexual, Étnica y Religiosa).

 

Dios no atiende en Buenos Aires

Como una viajera incansable que asume su situación de extranjera hasta en el mismo lugar donde nació, Alejandra marcó una cruz en su itinerario a fines de los años 90 y partió de su hogar familiar en la ciudad de Tostado, al norte de la capital provincial, siguiendo los brillos de ciudades más prometedoras. Desde los corsos hasta las universidades mostraban un mundo fascinante, con oportunidades de respeto e igualdad tan efímeras como las expectativas de las disidencias a fines del nuevo milenio.

«Me vine pensando que en esa época ya estaba todo hecho en Santa Fe, que Santa Fe era open mind en un montón de cosas y que estaba todo deconstruido acá, por eso inicié la carrera de Contadora Pública Nacional y la tuve que abandonar porque era imposible sostenerme dentro de la institución académica. Para sostenerme fuera empecé a trabajar en un taller de costura hasta el 2009, y ese mismo año tengo mi primera experiencia laboral —que no consigo formalizar—, un ingreso económico para poder sustentar el costo de vida.»

En esa encrucijada de caminos y ante la necesidad de trabajo, Alejandra decide buscar en Buenos Aires algunas respuestas que necesitaba. Y las encuentra de la mano y del abrazo de mujeres trans militantes con fuerza inspiradora como Loana Berkins, Marlene Wayar, Susy Shock y Noelia Luna que durante un año le dieron cobijo, un hogar para que pudiera encontrarse y llenar sus pulmones de buenos aires. Sin embargo, pudo darse cuenta, luego de un año, que el lugar de resistencia estaba en su interior y, así, definir su territorio de lucha.

«Me di cuenta que yo no quería eso para mí, porque no había hecho ningún daño a nadie en Santa Fe y me quería volver, extrañaba mucho mi provincia, extrañaba a mi familia, mis afectos, mis amigos. No quería estar en Buenos Aires, incluso Buenos Aires nunca me llamó la atención, y dicen que Dios atiende en Buenos Aires… Pero en ese momento a mí no me estaba escuchando, así que volví a Santa Fe y empecé a luchar en la Secretaría de Derechos Humanos.»

Trabajo que humana

Alejandra no concibe su vida sin luchar, sin pelear cada batalla como si fuera la última para no rendirse ante las puertas que se cierran detrás del sustantivo burocracia, como excusa perfecta de la exclusión histórica de las disidencias, en especial las sexuales. El año 2012 irrumpe en el destino de su vida laboral y la corre de las estadísticas para siempre. El trabajo formal viene a cambiar su vida y, con ese simple y heroico trofeo, transformar la de tantas para siempre.

«Después de diez años de pedir todo el tiempo, llevar el título, las certificaciones, las inscripciones y el apoyo de mis compañeras, en 2012 se concretó la posibilidad de ser el nexo entre la población y los sistemas de salud en el servicio social de un hospital público.»

«Si no la luchamos ahora nosotras, que ya batallamos un montón de situaciones, no le vamos a dejar nada a las generaciones futuras. Hoy, la única manera es a través de la lucha y a través de la resistencia, porque esa es la fuerza que debemos tener para lograr romper con la discriminación social que aún, en pleno siglo XXI, persiste. El odio hacia nuestra comunidad continúa y parece que cada vez que avanzamos un escalón retrocedemos muchos más, porque pareciera que la sociedad se protege de nosotras como si fuésemos peligrosas.»

Cuando Alejandra trabaja, no lo hace únicamente para la comunidad LGTBI, lo hace para todas las personas por igual. Siempre entendió que la única recompensa viene de sentirse demandada en facilitar procesos de salud, en elegir acompañar momentos decisivos que tienen que ver con la vida y con la muerte. En esas instancias, los ojos y las palabras de ella pivotean entre la gestión social y la amorosa.

 

«Hay situaciones en el sistema de salud que te tocan y ahí empezás a generar empatía con la otra persona, empezás a conocerla, ver al ser humano y sentir sus valores. En ese momento, la misma sociedad te posiciona en otro lugar, uno de ayuda, de solidaridad, en un lugar humano. Ahí puedo demostrar que a pesar del estigma social podemos dar mucho más del amor que la gente hoy necesita para salir adelante. Nos falta amor y nos estamos quedando en el tiempo y nos estamos perdiendo. Lo que nos va a salvar es el amor en el mundo.»

 

 

 

 

 

Texto: Ezequiel Perelló

Fotos: Belén Garófalo

Nombre de sección: Género y diversidad

Edición: N° 84

 

 

 

 

 

 

 

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