La mesa Argentina como patrimonio cultural: entre identidad, nutrición y memoria.
Sentarse a la mesa es mucho más que un simple acto, es un ritual social, una puesta en escena donde se conjugan historia, afecto, identidad y por supuesto, nutrición. En la Argentina, la mesa ha sido y sigue siendo un escenario privilegiado para el encuentro entre familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos. Un lugar donde el relato de lo propio y la celebración de lo compartido se mezclan con sabores y consistencias, aromas y recuerdos y también bebidas típicas, o ‘bien nuestras’, desde infusiones como el mate hasta nuestro bien preciado Malbec Argentino.
Es por esto que la alimentación nos une, nos convoca y no sólo alimenta el cuerpo: también alimenta los vínculos e incluso la memoria colectiva. Desde el locro del 25 de mayo hasta el asado de un viernes con amigos, cada plato típico argentino encierra capas de sentido que van más allá del sabor. Cada ingrediente tiene su historia; cada receta, su geografía. Y detrás de cada comida, hay generaciones que transmiten costumbres que, a fuerza de repetición, se convierten en cultura.
Tradición con gusto local
La diversidad geográfica y cultural de la Argentina se refleja en su cocina. En el norte, los guisos con maíz, la quinoa y las papas andinas hablan de una tradición ancestral de las culturas originarias. En el litoral, los pescados de río, el chipá y la mandioca cuentan una historia de mestizaje entre guaraníes y criollos. En la Patagonia, el cordero y los frutos rojos dialogan con el paisaje frío y agreste. Y en Buenos Aires, el asado, las milanesas y la pasta casera reflejan la herencia inmigrante, especialmente italiana y española.
Lo interesante de esta variedad no es solo su riqueza sensorial, sino también su valor nutricional. Las recetas tradicionales, cuando se preparan con técnicas caseras y materias primas locales, suelen ofrecer un balance adecuado de nutrientes. Por ejemplo, el locro es una excelente fuente de proteínas, fibra y energía; el guiso de lentejas, una combinación poderosa de hierro vegetal y carbohidratos complejos; y la ensalada criolla, un mix fresco de vitaminas y antioxidantes.
La comida como símbolo
En Argentina, “comer juntos” es un gesto cultural cargado de afectividad. Las reuniones familiares, los almuerzos de domingo, los asados entre amigos y hasta los desayunos de trabajo forman parte de una rutina que fortalece lazos. No es casual que, en épocas de crisis o duelo social, la comida siga ocupando un rol central como consuelo, como resistencia y como celebración de la vida cotidiana.
La comida también funciona como marcador de identidad. En el exterior, al argentino se lo reconoce por el mate, por hablar del asado como un must en una reunión o por explicar con pasión qué es un alfajor. Al mismo tiempo, las recetas que heredamos –esa salsa que hacía la abuela, ese bizcochuelo que sale siempre igual, el choripán de la cancha – funcionan como anclajes emocionales, como cápsulas del tiempo que nos conectan con lo que fuimos. Esta semana pude ver una serie que expresa y muestra explícitamente basado en una historia real, el caso de un hombre que contrata abuelas para cocinar en su restaurante y se pregunta a si mismo ¿Quién no quisiera comer el plato de su nonna? La comida nos ‘marca’ para siempre en nuestros sentidos y en nuestra vida.
Cultura alimentaria en tiempos modernos
Sin embargo, las prácticas alimentarias no están exentas de tensiones. Hoy asistimos a una paradoja: mientras crecen los movimientos que promueven la comida saludable, casera y con productos de estación, también se profundiza el consumo de alimentos ultraprocesados y la desconexión con los orígenes de lo que comemos. La industrialización, el marketing y los cambios en los modos de vida nos alejaron de la cocina como espacio central de la casa. Muchos platos típicos quedaron reducidos a ocasiones especiales o versiones “rápidas” con menos valor nutricional.
Frente a esto, recuperar la mesa como patrimonio cultural es también un acto político y educativo. Promover el regreso a la cocina casera, rescatar recetas tradicionales, usar productos locales y enseñar a comer con conciencia no sólo mejora la salud individual, sino que también fortalece la soberanía alimentaria y el sentido de comunidad.
Comer con sentido
Hablar de alimentación es hablar de cultura. Y hablar de cultura es también pensar en salud de las personas. En tiempos donde los trastornos alimentarios, la desnutrición y la obesidad coexisten, necesitamos volver a darle valor al acto de comer no sólo como necesidad biológica, sino como expresión de quiénes somos y cómo vivimos.
Preservar las costumbres alimentarias locales no implica quedarnos en el pasado, sino reinterpretar lo heredado a la luz del presente. Cocinar un guiso como el que comíamos en nuestra infancia, animarnos a preparar empanadas con recetas de nuestras abuelas o elegir frutas de estación en lugar de snacks industriales es una forma concreta de nutrirnos mejor y, al mismo tiempo, de mantener viva nuestra cultura.
La mesa argentina, entonces, no es solo un lugar donde se come: es un espacio de transmisión cultural, una trinchera de identidad y un laboratorio de salud. Y como todo patrimonio, merece ser cuidado, revalorizado y celebrado.
Texto: MSc. Virginia Borga MP 1140