Juan Carlos y Malú son científicos con títulos de grado y posgrado. Se conocieron en Santa Fe como profesionales. Y, aunque el primer contacto fue problemático, se casaron seis meses después. Llevan 50 años juntos, tienen dos hijos, cinco nietos y vidas marcadas por el paralelismo. Un paralelismo que se prolonga después de la jubilación (también al unísono), cuando empezaron sus respectivos lazos con el arte. Él es actualmente miembro del consejo de administración de la Alianza Francesa. Y ella desde afuera lo acompaña. “No éramos tan iguales pero fuimos creciendo juntos, nos tenemos confianza. Yo aprendí mucho de ella”, señala Juan Carlos. A lo que Malú acota “y viceversa”.
Juan Carlos Basílico vivió su infancia y adolescencia en Funes. Cursó la secundaria en la Escuela Politécnica de Rosario, una institución universitaria a la que llegaba cada día vía tren. Su carrera de grado la hizo en la ciudad de Santa Fe, adonde se recibió de ingeniero químico, Malú (María de la Luz Zapata) nació y se crió en Santa Fe. A la carrera universitaria la hizo en Córdoba, allí obtuvo el título de bioquímica. Volvió a Santa Fe e hizo en esta ciudad su doctorado en ciencias biológicas. Él cursó en la UBA un posgrado en ciencias químicas con orientación en microbiología. Las sincronicidades habían iniciado su camino.
Malú y Juan Carlos se conocieron siendo profesionales en el espacio universitario santafesino. Consultados sobre la primera impresión, ella señala: “Tuve ganas de matarlo”. A lo que él agrega, entre risas: “Le dio ganas de matarme pero soy el esposo desde hace 50 años”. El punto de conflicto estuvo en la conexión de un costoso equipo de trabajo. “Nuestros laboratorios estaban en el mismo piso -cuenta Malú- En el de él había un equipo muy valioso y yo necesitaba usarlo. Lo prendí y noté al rato que estaba apagado. Me sentí responsable. Pero no, el señor aquí presente lo había desenchufado”. “No lo desenchufé. -añade él- Nunca hubiera hecho semejante cosa. Había tocado con el pie un triple”. Ambos trabajaban con sendos equipamientos que pese a que deberían haber tenido conexión separada, contaban con enchufe único. “Fue un error -completa Juan Carlos-. Empezamos de esa manera y a los seis meses nos casamos”.
De forma conjunta y saltando de un relato a otro, cuentan que se pusieron de novios en septiembre de 1974 y se casaron en marzo de 1975. De esa unión nacieron dos hijos varones con una década de diferencia. Francisco es contador, vive en Santa Fe, está casado y es padre de dos adolescentes: Tomás y Mateo. Lisandro, el hijo menor, estudió abogacía pero siguió en Buenos Aires la carrera diplomática. Actualmente vive en Beijing con su esposa y tres hijos: Alba (“la única nena de la familia”, agrega Malú), Nicanor y Justo. Hablar de la descendencia marca el mayor pico de emoción en esta mujer de voz tranquila y relato minucioso.
Entre Argentina y Europa
“Fui docente en la Facultad de Ingeniería Química de la UNL desde que me recibí en 1972 hasta que me jubilé en 2015”, señala Juan Carlos. “Además tuve cargos de gestión. Fui decano, secretario académico, consejero superior, secretario de ciencia y técnica. Hice en paralelo la docencia y la gestión”. Cuenta que en 1992 fue nombrado profesor visitante de la Universidad Federico II de Nápoles. “Es un orgullo para mi haber trabajado en la primera universidad pública de Europa, fundada en 1224”. Desde esa primigenia experiencia, el trabajo en la universidad italiana se repitió cada dos años por períodos de dos meses hasta la fecha de retiro. Malú lo acompañaba y ejercía la investigación, una de las áreas de su carrera que la atrapó desde el inicio.
“Nuestra trayectoria en la Federico II fue muy buena. Tal es así que en 2010, propuestos por la universidad, ella y yo fuimos nombrados asesores de la Unión Europea en el tema contaminación de alimentos”. Nápoles ocupa un lugar especial en las preferencias de la pareja. “Nosotros vivimos lo que llamamos la Nápoles profunda -afirma Malú-. Trabajamos allí, aunque fuéramos extra comunitarios. Eso nos hizo amar la ciudad y descubrir sus muchas capas de cultura. Esa Nápoles de Maradona, de la ropa colgada y los gritos en la calle es sólo una de las tantas Nápoles. Hay influencia griega, romana, etrusca. A 40 kilómetros hay un castillo que es más rico artísticamente que el mismo Versalles”.
Otra vinculación importante con Europa y que tuvo ramificaciones en el presente ocupacional de Juan Carlos se dio con Francia. Malú cuenta que a principios de los 80, ambos obtuvieron becas del gobierno galo. “Yo en una institución equivalente al Conicet en metabolismo y nutrición y Juan Carlos en la facultad de farmacia”. “Allí -agrega él- empecé una línea de investigación que estaba muy poco desarrollada en Argentina: las micotoxinas”. La preparación para ese viaje impuso el estudio del idioma. Entre el liceo y las clases particulares, hicieron en un año y medio el equivalente a tres de formación en lengua francesa. “Nuestro hijo mayor cumplió cuatro años en Francia y cuando regresamos siguió su jardín en la Alianza Francesa. Los dos estudiaron francés acá y nosotros vinimos a clases de conversación mucho tiempo”.
Una alianza en el presente
Actualmente Juan Carlos forma parte del cuerpo directivo de la Alianza Francesa. “Cuando yo me jubilé en 2015, su directora, que daba clases de francés en la universidad me invitó a formar parte del consejo de administración por dos razones: primero, por haber sido becario del gobierno francés y segundo por mis conocimientos en gestión de instituciones”. El año del retiro de ambos, marca para ellos nuevos comienzos. Los dos se iniciaron en el arte y él logró conjugar sus actividades.
Una vez que puso en orden lo administrativo bajo los criterios que durante años habían acompañado su gestión universitaria, Juan Carlos inició una tarea especial en la institución. “Lo que yo hago ahora es ocuparme de todas las muestras artísticas que se hacen aquí. En este momento se está organizando el Primer Salón Anual de Dibujo y Pintura de la Alianza Francesa. Es una propuesta mía. Eso me lleva mucho tiempo pero me da gran satisfacción”. A la fecha de la entrevista (realizada en el centro educativo ubicado en Boulevard Gálvez) se estaban recibiendo las obras y Juan Carlos, quien se ocupa personalmente de todo para este salón, cuenta que se aceptaron 15 obras; que habrá tres premios adquisición y menciones. “Es una manera de que la Alianza Francesa se acerque más al importante mundo artístico de Santa Fe”.
Para este científico, gestor, docente y artista, los proyectos no se suspenden y sigue imaginando formas de vincular la Alianza Francesa con el arte y la comunidad. Para noviembre, planea una muestra del artista Gustavo Cochet en conjunto con la Escuela Mantovani y el Museo Rosa Galisteo. Malú señala “yo estoy para apoyar todos los eventos que se hagan en la Alianza”. “Vos hablas de un andar juntos -agrega Juan Carlos-. Eso se debe a la confianza que nos tuvimos y la ayuda mutua. Si ella no me hubiese apoyado en todo lo que yo hice y viceversa, no podríamos haber logrado todo lo que logramos. Y si bien en este momento Malú no tiene acá ningún cargo, yo puedo hacer todo lo que hago porque ella me suplanta en otras cosas de la vida cotidiana. En realidad, está colaborando con la Alianza Francesa a la par mía”.
El arte sana y salva
“Recién cuando me jubilé empecé la parte artística”, afirma Juan Carlos. “Al haber trabajado en Nápoles y estar rodeados de todos los mosaicos romanos, de Ercolano, Pompeya y del museo antropológico, me enamoré del mosaiquismo”. En ese entonces, no había tiempo en su vida más allá de la intensa actividad científica. Pero todo llega. “Nosotros hace 30 años que vamos a Punta del Este en las vacaciones. En las primeras después de la jubilación, conocí a una mosaiquista de Buenos Aires, que vive en Punta del Este. Se llama Juana Guaraglia y es una artista excelente. Con ella di los primeros pasos en mosaiquismo”. Así, Juan Carlos empezó a trabajar en su casa y también a exhibir sus obras en muestras.
Malú por su parte, tras el retiro laboral, optó por plasmar en cuadros lo que antes había captado en fotos. “El arte siempre me gustó. Cuando me jubilé, empecé con la acuarela”. Relata que hizo talleres con distintos docentes y que, aunque comenzó a expresarse con esa técnica, en principio no pensaba mostrar sus creaciones. “Estaba muy cansada de lo que implica la tarea de presentarse a concursos y las evaluaciones como investigadora; pero la pandemia venció mi resistencia. La pandemia cambió muchas cosas. Creó la necesidad de estar más en relación con la gente”. Su primera exposición conjunta fue en la Alianza Francesa y siguió en el espacio de TODA en varias oportunidades. También expuso en Funes y participó en una muestra del MAC sobre ciencia y tecnología, entre otras.
Mirar la minuciosidad en las obras de Juan Carlos (“eso viene de la microbiología”, apunta Malú) y lo que se reitera temáticamente lleva a la pregunta sobre esas impetuosas olas y coloridas flores. “La respuesta es muy simple: Yo pasé los momentos más lindos de mi vida con mis hijos y con mi esposa en Punta del Este. Y las flores porque toda la vida me gustaron. Tengo flores en nuestro jardín y cuando vamos a Europa me apasionan. Por eso me dedico fundamentalmente a las flores y a las olas”. Relata que, en lo que constituye un valor agregado, él prepara todo el material. No usa vidrio pintado sino que se encarga de colorearlo con pigmentos, hace los cortes y trabaja el material sobre la idea previamente pensada. “Dedico mucho tiempo a hacer lo que hago. Cuando empecé, el fanatismo era tan grande que me quedaba hasta las tres de la mañana cortando vidrio. Las primeras obras me llevaban casi dos meses de trabajo, de seis a ocho horas por día. Ahora lo hago en 20 días”. Cuenta, también, que consulta las sugerencias de Malú. “Respeto mucho la opinión de ella, como científica y como artista”.
“Yo trabajo con acuarela y me baso en fotos que saqué en los viajes”, señala Malú. Dice que no le gusta salir en fotos pero si tomarlas. “A lo mejor no es un gran paisaje, sino un cacharro. Luego, mientras elijo y pinto, voy repitiendo el momento que viví o algo que me emocionó”. Relata que no tiene hábitos y que pinta cuando quiere. Entre sus obras hay desde flores salvajes hasta edificios. “La cúpula que está en TODA no es de las más famosas y conocidas. Pero nosotros estuvimos alojados dos veces en ese pueblo y tenemos unos recuerdos preciosos”. De Santa Fe, el único edificio que ella representó pictóricamente es parte del frente del rectorado. Una especie de símbolo de ese ámbito que los vio conocerse y crecer.
Malú siente que su primer contacto con el dibujo se dio durante la epidemia de poliomielitis que azotó al país cuando ella era pequeña. “No se podía salir de la casa. No había vacunas. Más que la radio no había otra cosa. Y me acuerdo estar copiando dibujos y leyendo”. Juan Carlos no encuentra en la infancia actividad artística pero si observación y admiración. Entonces, vuelve a aparecer el nombre de Gustavo Cochet. “Fue uno de los grandes pintores argentinos que vivió en Funes hasta su muerte y coincidió con una etapa muy especial de mi vida. Mi mamá murió cuando yo tenía 10 años. A mí me gustaba mucho la pintura y ver trabajar a don Gustavo que tenía un taller que no era tan grande pero que yo veía inmenso”. Cuenta que el artista era un hombre de carácter fuerte al que no le gustaba que lo observaran. Con el pequeño Juan Carlos, hacía una excepción. “Una vez él me preguntó ¿Qué haces vos sentado al lado de un viejo, viendo cómo pinta? ¿Por qué no vas a jugar con otros chicos? Porque era un solitario en esa época y me reconfortaba verlo pintar. Eso creo que me marcó”.
Seguir haciendo
Juan Carlos y Malú, hablan, se intercalan, demuestran a cada momento la importancia de la compañía y la admiración mutua. Hay anécdotas personales y profesionales en la charla. Se refieren a sus gustos y preferencias tanto al observar obras como al crearlas. “Me gusta viajar y leer. Pertenezco a un círculo de lectura donde cada dos semanas leemos un libro y lo discutimos. Fui de las pioneras que cambió su fiesta de 15 por un viaje. En esa época era la rara del grupo”, señala Malú, quien destaca su fascinación por un grupo escultórico del museo arqueológico de Nápoles. Juan Carlos, por su parte, afirma “Lo que a mí más me impactó es el fusilamiento del 3 de mayo de Goya. Me encanta el impresionismo y, por supuesto, todo el mosaiquismo bizantino y romano”,
Y si hay algo que además queda claro en la conversación es la importancia de saber que siempre se puede renacer. “A mí me gustaría que vos resaltaras de mi parte un consejo para la gente que se jubila -subraya Juan Carlos- que no se pongan a mirar la televisión y a no hacer nada porque eso envejece. Cuando uno se jubila tiene todavía mucho por hacer. Nosotros dos desde que nos jubilamos, casi en el borde a los 69 y 70 años, estamos muy activos. Nos hace bien dedicarnos al arte, interactuar con los demás. Quiero sugerir a la gente mayor que empiece cosas nuevas y decirles que el arte es una posibilidad”.
Texto: Julia Porta
Fotos: Pablo Aguirre
Sesión: Perfiles