
«No me interesa que digan que mi fotografía es mágica, sí que hay poesía»
La fotógrafa mexicana, premio Princesa de Asturias de las Artes, lleva más de 50 años explorando el mundo con una cámara para contar historias y retratar la dignidad de las personas. Ha diseccionado culturas, costumbres y formas de vida, incluso ha dialogado con la moda de la mano de Dior, y siempre con la perspicacia de una antropóloga.
Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) entra en la conversación como un viento de verano que se abre paso sin pedir permiso: su voz, áspera y franca como el roce de las piedras junto al mar, arrastra silencios y certezas con la misma cadencia con que sus fotografías iluminan lo invisible.
Habla con la naturalidad de quien prefiere la sustancia al ornamento y aún llama amigas a las mujeres zapotecas que conoció hace más de 45 años, cuando compartía con ellas mercados, cervezas y confidencias en Juchitán, al sur de Oaxaca. Fue una de ellas quien, dolida por una traición, le pidió retratar a su novio para atravesar su figura con alfileres. Iturbide se negó: escogió, en cambio, seguir fotografiando a sus compañeras mientras vivían, reían o dormían. De esa elección vital nace una obra que rehúye tanto la brujería como el estereotipo del realismo mágico con que suelen encasillar a su generación.
En sus imágenes laten símbolos, costumbres y tradiciones; tensiones entre verdad y ensoñación; un pulso entre lo documental y lo experimental. Mujeres, pueblos originarios, la vida cotidiana: esos son los hilos que ha tejido con una mirada propia, reconocida con el premio Hasselblad (el Nobel de la fotografía) y, ahora, con el Princesa de Asturias de las Artes 2025 tras su paso por Casa de México en España con la exposición Cuando habla la luz.
Su trayectoria la ha llevado incluso a colaborar con Maria Grazia Chiuri en Dior, donde su universo visual dialogó con la moda. «Voy atrapando lo que me interesa del mundo, lo que me conmueve y me sorprende», dice. Esa pasión primero la llevó a recorrer su propio país, no como antropóloga, aclara, sino para compartir con quienes retrata.
En cada foto, la memoria se alza como un acto de resistencia y de ternura frente a la homogeneidad que trae la globalización. Allí donde otros ven lo común, ella captura lo esencial, como si en cada disparo defendiera la poesía de lo real.
Fuente: Elle
