Más allá de las contradicciones que genera en el presente el teatro vía streaming, en los últimos meses, sumadas a la emisión de registros de obras, se estrenaron nuevas plataformas y se piensan propuestas para esos nuevos formatos que seguramente tendrán continuidad luego de la pandemia
El debate se instaló, y más allá de que el teatro necesita de esa convivencia única entre el actor o actriz y los espectadores en un mismo espacio-tiempo, pandemia mediante, las propuestas de teatro por streaming arrecian en las redes sociales y algunos arriesgan que es una forma que llegó para quedarse, con plataformas que se dedican de manera exclusiva ofreciendo obras clásicas, teatro de repertorio e incluso algunos estrenos pensados especialmente para estos nuevos formatos que experimentan, inevitablemente, un nuevo lenguaje.
Es así como la proliferación de registros de obras teatrales en todo el país, tanto oficiales como independientes, para ver vía streaming en medio de una cuarentena de más de cien días y con la actividad detenida y de regreso incierto, vuelve a poner en tensión y discusión el real sentido del arte escénico, que sólo acontece cuando es en vivo. De todos modos, el aumento exponencial de este tipo de experiencias sugiere, al menos, la irrupción de ese nuevo lenguaje que, quizás, logre mixturar la impronta del vivo, dispositivo virtual mediante, con los registros audiovisuales más tradicionales, un proceso de experimentación que está dando sus primeros pasos y que quizás logre consolidarse en el tiempo.
A comienzos de los años 60, el dramaturgo francés Jean Cocteau buscó dar sentido al teatro cuando escribió que el hecho teatral, en todas sus formas estéticas y poéticas, marcaba un momento de «impresionante unión entre lo singular y lo plural, lo objetivo y lo subjetivo, lo consciente y lo inconsciente», porque pensaba que el teatro podía unirlo todo, todas las artes en una. La complejidad de los mecanismos que intervienen en cualquier acontecimiento teatral parten de una idea fundante: hay un espacio escénico y hay un espacio para la expectación (independientemente de que en algunos casos se integre todo en uno). Es decir: hay una convivencia, hay un hecho vivo, algunas veces un fenómeno vivo, porque hay actores, actrices, performers o movers, y hay espectadores y espectadoras, más o menos partícipes, más o menos cómplices, que aceptan la convención y que forman parte de una función teatral, que se revela como un momento único e irrepetible, pero ante todo, vital e impredecible, y por eso tan maravilloso es inexplicable.
Por lo tanto, si algo está claro en esta larga lista de reproducciones que aparecen en las redes sociales y en plataformas como YouTube, entre muchas otras, y que aparentemente llegaron para quedarse, es que eso que se ve no es teatro. En todo caso, es un registro del teatro, de una función teatral, por lo tanto el soporte del registro y la plataforma (tevé, computadoras, celulares, entre más) son audiovisuales, un dato que parece obvio pero que, extrañamente, en medio de este afán de entretenimiento permanente para pasar el tiempo de aislamiento generó un gran interés, también, en un sector que no consume teatro a lo largo del año y que ve con muy buenos ojos esto del «teatro en casa», desde todo punto de vista, un gran eufemismo. Porque el teatro sólo acontece en vivo, independientemente de que se haga en una sala o en el living, la cocina, el patio, el baño, en la calle o donde sea.
En los hechos, durante la cuarentena, espacios oficiales e independientes, grupos y creadores, algunos de notable trayectoria, del mismo modo que espacios y productores comerciales reflotaron propuestas, algunas muy valiosas, para ver online, y hasta estrenaron nuevas plataformas, una experiencia que pone distancia del vivo, y en todo caso es una alternativa que a lo largo de los años ha servido como una herramienta, un recurso para el trabajo de críticos e investigadores a modo de material de estudio o como material de archivo y difusión, pero rara vez a modo de exhibición.
Lejos de afectar a una producción teatral ya diezmada no sólo por el coronavirus sino también por los años anteriores donde se ralentó y dañó todo o casi todo a nivel cultural en la Argentina, el supuesto efecto positivo del «teatro en casa» debería ser, al menos, temporario, más allá de las plataformas de contenidos de obras que ofrecen teatro online por suscripción desde hace mucho tiempo y que permiten ver algunas obras a las que, de otro modo, el público no tendría acceso.
El teatro online aburguesa el sentido real del arte escénico. Particularmente, el riesgo que siempre supone enfrentarse al fenómeno vivo, una de las variables que mantiene inalterable el efecto del teatro hace siglos, desde sus inicios. Por lo tanto: el teatro online se vuelve, sobre todo, previsible y cómodo, más allá de la coyuntura, y sin posibilidades de competir con ninguna de las variables que sustentan otros contenidos pensados y creados especialmente para soportes audiovisuales, dado que en su mayoría estos registros son con cámara única y a toma fija, rompiendo con la tridimensionalidad de cualquier espacio escénico donde se ponen en tensión otra serie de factores que en el video de diluyen e incluso pasan desapercibidos.
De todos modos, nada podrá competir con la tracción a sangre del teatro, porque de no ser en vivo, se pierde el proceso activo de significación que construyen los espectadores de modo individual pero también colectivo. La idea de comunión (comunidad, público, ritual) que es inherente al teatro se vacía de sentido, el aplauso no se comparte, tampoco las emociones, las ideas y las reflexiones posteriores, y sólo hay silencio. Por eso el teatro online, que todo indica que seguirá su curso tras la pandemia, no es teatro, más allá de que sí es un emergente estético que busca un lugar en este tiempo de aislamiento que proyecta y anhela un futuro de encuentros donde todo vuelva a convivir.
Texto: Miguel Passarini
Nombre de sección: Gestos y gestas
Edición: N° 80