
Franco Primón es tercera generación de fotógrafos. La mirada a través de la lente de una cámara llegó a él por la línea paterna. Vive en Gálvez, adonde ejerce como fotógrafo social pero su mirada siempre busca un más allá. Por medio de los viajes a lugares culturalmente distintos, él pretende captar con sus fotos la esencia humana. Un camino en el que parece rastrear su propia naturaleza.
El abuelo de Franco Primón era fotógrafo. Una profesión a la que llegó no sin antes pasar por un camino de sacrificio y carencias. Desde el niño que junto a sus hermanos transportaban a un padre hemipléjico pidiendo ayuda para alimentarse en la zona de campesinos solidarios, hasta el joven que, a pesar de las adversidades, llevaba su profesionalismo a un extremo poco común en la región que tanto le dio, hubo un andar plagado de desafíos. Quizá por eso, una vez lograda una posición holgada, dio a su hijo todo y más. Y ese hombre, el papá de Franco, se convirtió en fotógrafo también, pero a la vez en un ser de esos que proclaman el disfrute de la vida.
Franco es, como su padre y su abuelo, fotógrafo. A diferencia de sus ascendientes que estudiaron con grandes maestros, él se define autodidacta. La herencia de una profesión puede ser inevitable pero la forma de afrontarla tendrá siempre una impronta personal y diferente. Y en la mirada de este hijo/nieto hay una infancia marcada por “abuelos fantásticos”, una adolescencia conflictiva, una paternidad sorpresiva y una idea de viaje en tanto forma de conocer, saber y crecer. Como sus antecesores se dedica a la fotografía comercial en Gálvez, pero cada vez que puede se traslada muy lejos para llegar a lo que él define como “la esencia de lo humano”.
Los orígenes de una mirada

“Yo nací en Gálvez, una ciudad pequeña de 22.000 habitantes y tuve cuatro abuelos fantásticos. Tengo mi mamá y mi papá vivos y una sola hija, Donatella”. Cuenta que es el mayor de tres hermanos concebidos por la pareja aunque la fraternidad se extiende más allá, con los otros hijos de su padre, esos que la vida le puso en su camino y el corazón los abrazó. “Mi papá soñaba con tener muchos hijos y cumplió su objetivo”, relata.
Vivió su infancia y parte de la adolescencia en esa localidad del interior santafesino hasta que el tránsito por la secundaria se tornó problemático. En medio de la situación generada por la separación de sus padres y su falta de interés en la escuela, una especie de libertad sin control hizo su aparición. Hasta que, previas repitencias y abandono de estudios, los mayores decidieron que se traslade a Salta, adonde ya vivía su padre. Franco tenía 18 años.
En su memoria, las figuras de los abuelos ocupan un lugar central. “Mis cuatro abuelos fueron formidables, aunque muy dispares en sus formas de ser”. De esos personajes esenciales en su vida, recibió conceptos, valores, ideas de trabajo y sacrificio pero también imaginación y fantasía. “Mi abuela paterna tenía grandes enciclopedias y nos contaba sobre oriente y los dioses. Era fantástica, pintaba, le gustaban las plantas y los pájaros y cuando llovía nos decía: vamos a escuchar como cantan las ranas”. Y todo eso quedó allí en su interior, para conformar a este fotógrafo de mirada particular que es hoy.
La fotografía como necesidad y como medio
“Yo a mi papá le preguntaba cómo se hace, cómo se sacan fotos y él me decía: más adelante te explico”. Franco se define como autodidacta, “Había libros en mi casa con fotógrafos famosos que decían diafragma tanto, velocidad tanto y ahí trataba de imaginarme cosas”. Durante el tiempo compartido en Salta, acompañaba a su padre a las fiestas adonde se llevaba a cabo la actividad. Pero el oficio nace en Franco un tiempo después, cuando a poco de regresar a Gálvez llega a él la propia paternidad. “Hay un quiebre importante en mi vida. Yo estaba de novio con la mamá de Donatella, Luciana, y ella queda embarazada”. Él estaba desempleado y eso debía revertirse ante la llegada de una nueva vida.
A través de su hermano Leandro llegó Franco, quien sería su socio, alguien que puso el dinero necesario para comenzar. “Así montamos el negocio. La fotografía comenzó más como una necesidad. Después empezó a nutrirse de todos mis sueños”. Cuando la situación se tornó favorable, Franco unió su talento y habilidad con su gusto por los viajes y con la búsqueda permanente de aquello que lo interpela y moviliza. “Empecé a desarrollar lo que afloraba en mí”.
Conectarse con la esencia
“A mí me gusta mucho viajar, conocer distintas culturas y tratar de retratar al ser humano en su esencia”. A partir de 2010, con una profesión consolidada, Franco empezó a ir a distintos lugares, a esos en los que él siente que encuentra un algo especial. Visitó, entre otros países, Cuba, Etiopía, Bolivia, India, Marruecos, Kenia. Se expuso a conflictos territoriales, a la malaria y a la rabia. “Mis amigos me preguntan por qué me gustan esos lugares. Pero yo no veo lo que ellos ven ahí. ¿Qué busco? Intento, al menos, retratar al hombre en su esfuerzo y sacrificio que hace a sus vidas dignas”.
¿Sólo en el dolor está lo humano o la búsqueda externa se enlaza con su interioridad? “Siento que esos lugares me conectaban con la esencia de la vida real. Encontré mucha dignidad en esa gente, me generaban mucha admiración. Pero de alguna manera me remontaba también a mi infancia, a ese barrio en el que vi el sacrificio de mis abuelos. Me parecía que todo volvía al principio, a los valores sobre los que ellos me hablaban. Todas esas cosas que a veces parecen pasadas de moda pero que son el norte, lo esencial”.
Las fotografías de los viajes de Franco generan admiración y despiertan la sensibilidad de quienes las ven. Él, en su autoexigencia, siempre parece querer más pero a la vez siente que hay veces en que captó lo que anhelaba. “Tengo un grupo de 50, 60 fotos que amo. Son de distintos lugares y en ellas intenté retratar la idiosincrasia, busqué la identidad”. Sus palabras muestran valoración del trabajo de los fotógrafos de conflictos. “Retratan lo que nadie quiere ver y que es necesario mostrar; las injusticias y atrocidades que ocurren en el mundo y que no deberían pasar desapercibidas”. Y, aunque rechaza la guerra, siente que le hubiera gustado reflejar lo sucedido en Gaza.
Una vida simple y metas complejas

“Mi vida es muy simple”, señala Franco. Cuenta que sus días se desarrollan en Gálvez, adonde comparte vivienda con cuatro perros y dos gatos. Que está a pocas cuadras de sus seres queridos, que hace años practica el vegetarianismo y que por estos tiempos está muy interesado en la mitología griega. En su relato menciona una anécdota de Diógenes, cita a Facundo Cabral y a Antoine de Saint Exupery. Habla de su actividad como fotógrafo social y sus objetivos también allí. “Intento ponerle mi impronta. Intento buscar algo más creativo dentro de las posibilidades. Pongo lo mejor de mí para hacer algo que tenga un poquito más de vuelo”.
Inmerso en las contradicciones de todo ser humano, Franco sabe que aquello que valora y quiere por presión social convive con lo que anhela de manera más profunda. “Lo que más ambiciono es la pureza que trato de encontrar en las fotos”. Está recuperando la mirada puesta en el amor y en el compartir que le brindaron miembros de su familia o que encuentra en quienes ponen sonrisas a vidas difíciles. Y poco a poco parece encontrar otra faceta más luminosa, vinculada a la felicidad y al agradecimiento. Así, a propuesta de Donatella, el próximo viaje puede llevarlo a Italia. Y al terminar la entrevista, a la que llegó acompañado por su madre y su hija, sigue el devenir de la charla con una mirada que parece en eterna búsqueda.
Producciòn fotográfica
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Texto: Julia Porta
Fotos: Pablo Aguirre
Sección: Perfiles
Edición: TODA D N° 110
