Silvana Ciarbonetti definió su vocación siendo muy pequeña. Esa asociación de la abogacía con la idea de “salvar al mundo”, fue su guía aun cuando otros intereses ocuparan también su atención. Casada, mamá de dos adolescentes, melómana, siente que su profesión la convierte en el puente que lleva tatuado. Y así, la abogada, especialista en seguridad social asume como desafío personal la búsqueda de resultados dignos para sus clientes. “Cuando lo logro, realmente ensamblo mis expectativas con la realidad de ser abogada”.

Hija de una pareja de entrerrianos, Silvana Ciarbonetti nació en Santa Fe. San Martín y Don Bosco fueron sus primeros barrios. Cuenta que tiene tres hermanos varones, dos mayores y uno apenas menor, y que siempre fue a escuelas públicas. La secundaria fue una elección personal que sigue valorando. “Fui al Nacional por deseo propio. Me llamaba la atención ediliciamente porque ocupa toda la manzana. Hasta el día de hoy me siento orgullosa de haber ido a esa escuela. Me encanta la formación que tuve, la vinculación con el otro y la calidad de los profesores”.

Entre los 8 y los 18 años estudió música en el liceo municipal, una institución por la que también habían pasado sus hermanos mayores con las artes plásticas. “Mi papá era docente y nos motivaba en cuestiones académicas. Y a mí la música siempre me gustó, soy melómana”. La disparidad entre su pequeño cuerpo y el instrumento de primer deseo, el celo, la llevó por el camino de la guitarra. Al estudio académico ella -ya en la secundaria- lo matizaba con lo popular. “En el Nacional había talleres extracurriculares, uno era de música. Así que tocaba la guitarra en el taller y después en el recreo con un grupo de amigos todos esos temas de rock que nos gustaban”. Hasta que llegó el momento de la facultad y de una entrega total a los estudios, época en la que la guitarra quedó guardada a la espera de otros tiempos.

¿Por qué abogacía?

“Aunque no había abogados en el entorno familiar ni en los vínculos de mis padres, siempre me llamó mucho la atención. De muy chica plantee en mi casa que quería estudiar abogacía. Será por esa fantasía de salvar al mundo, quizá”. En la secundaria el gusto por la filosofía y la historia, definió su inclinación por lo social y ratificó aquel primer deseo vocacional. “Además, todos los que habían hecho una diferencia habían sido abogados. Desde Belgrano hasta Irigoyen, creo que ahí está la raíz de mi vocación. Es más, soy super belgraniana”.

Sus hermanos, en cambio, creen que hay un origen familiar en la elección de Silvana. “Mi abuela paterna era viuda con derecho a pensión. Mi abuelo había trabajado toda su vida en el ferrocarril y lo que ella cobraba era paupérrimo. Cada vez que íbamos tenía el gesto de hacernos un regalo y nos decía ‘cuando cobre el juicio de la pensión, voy a poder regalarles algo más lindo, más grande’. Siempre tenía la expectativa de recuperar el esfuerzo que había hecho mi abuelo”. Pese a que murió muy anciana, ese anhelo nunca se cumplió. “Mis hermanos me dicen: vos te dedicaste a esta rama por la abuela”.

Silvana se recibió de abogada a los 23 años. “Aunque la realidad académica siempre es diferente a lo que una se imagina, a mí no me costó la carrera y la hice muy rápido”, Cuenta que cerca de recibirse se interesó en el derecho penal, que en el último año hizo una pasantía en tribunales en el área de instrucción penal y le encantó. Sin embargo, el ejercicio de la profesión presenta otros desafíos. “Cuando me recibí, la inserción laboral era compleja”. Señala que la pasantía le brindó vínculos y que su mamá le propuso estudiar escribanía. En ese posgrado conoció a una compañera que trabajaba en la caja de jubilaciones de la provincia. Y ahí fue iniciándose su rumbo.

La seguridad social: una elección

“Hay dos universidades en todo el país que tienen la materia de seguridad social como autónoma y no ensamblada con el derecho laboral. Una es la UNL y recuerdo que esas clases me habían gustado muchísimo”. En época de grandes cambios en el tema (moratorias, jubilación para amas de casa, cambios en el régimen docente en la provincia), Silvana tomó ese camino que implica, a su vez, permanente estudio y actualización. “Mi compañera me invitó a un curso, me empecé a enganchar con eso, a trabajar y fueron apareciendo los clientes. Terminé de estudiar notarial, me recibí pero descarté la idea de tener un registro de escribano. Ahí decidí largarme sola en la profesión y puse mi estudio”.

Comprometida con la capacitación permanente, en 2014 decidió dedicarse exclusivamente al derecho previsional y a la seguridad social. “Hice una especialización de posgrado. La seguridad social abarca un universo mucho más amplio que los beneficios de jubilación o pensión. Es el tema del derecho a la salud, son las contingencias, las tareas de cuidado. Es amplísima la seguridad social. Siempre fui consciente de que no podía abarcar todas las ramas del derecho pero con el correr de los años y al enfocarme solamente en la seguridad social fui delineando la materia que trabaja mi estudio, fui incorporando gente que trabaja conmigo. Desde lo académico me empecé a atrapar y es un viaje sin retorno porque me lleva permanentemente a algo nuevo, a una idea diferente. Eso me motiva muchísimo.

“Con mi trabajo puedo cambiar la vida de las personas. Y eso requiere de responsabilidad y consciencia”, señala Silvana. Su acción aparece en un momento de cambio vital completo. “Hay que tener muchísima dedicación a un trámite jubilatorio porque la persona está pasando de una etapa a otra de su vida”. Aparecen en el relato experiencias concretas. El cartero que dejaba el Correo Argentino después de 35 años y de haber pasado por la época en que las cartas tenían un significado muy especial. O la docente a la que le costaba mandar la renuncia. O el hombre de 90 años al que hace poco ayudó a recuperar la dignidad de su haber después de décadas de malas gestiones administrativas y judiciales que habían congelado sus ingresos en una suma ínfima. En este caso, tras dos años de intensa labor, se alcanzaron los resultados buscados. “Él me decía si yo no tuviera la ficha puesta en la confianza que te tengo, ya estaría sin motivación. Para mí era un desafío personal lograr esa dignidad para esa persona. Ahí, cuando lo logro, realmente ensamblo mis expectativas con la realidad de ser abogada”.

Más allá de la profesión

Junto a Silvana hay una familia que acompaña y se entremezcla con su vida profesional. Está casada hace casi 18 años con Maximiliano, alguien “con una personalidad mucho más tranquila que me ayuda a equilibrar mi vida tan ajetreada”, Tienen dos hijas, Pilar de 16 y Clara de 14, dos adolescentes con una muy especial relación fraterna que la mamá deseaba y celebra. Cuenta que las insta a hacer lo que les gusta con la salvedad de evitar la sobre exigencia. Con intereses diferentes, ambas tienen el apoyo total de Silvana. De la religión a la astrofísica, allí está ella para acompañarlas. “A Clara la acompaño a misa y a Pilar al Code”.

Con la maternidad fue de a poco recortando el tiempo de atención personal en la profesión, con tres veces por semana de citas a clientes. Señala que dedica mucho al estudio y análisis de los casos y cuenta con dos profesionales jóvenes, Rocío y Santiago, en quienes ha ido delegando tareas. “Lo que me gusta mucho en estos últimos años es la cuestión académica. Soy la presidenta del instituto de seguridad social del colegio de la abogacía, pero a la vez soy la vicepresidenta de una asociación nacional con vinculo iberoamericano del derecho del trabajo y de la seguridad social. También integro una fundación de estudio del derecho del trabajo y la seguridad social que tiene una vocación altruista”.

A Silvana le gusta la costura, una tarea a la que recurría para despejar su mente después de rendir. En sus épocas de estudiante universitaria hizo un curso de moldería y ahora con dos hijas adolescentes siempre hay una prenda para retocar. “Es mi cable a tierra, me encanta”. Tomó clases de italiano por sus orígenes y de canto porque la música estuvo siempre. Además volvió a esa guitarra guardada durante el cursado de la carrera. Sigue deleitándose en la escucha, dentro de un espectro que va de Silvio Rodríguez a Los Piojos, pasando por Andrea Boccelli y el folklore argentino. Disfruta cantar y admira la figura de María Elena Walsh. “Mi memoria consciente con la música empieza a los 5 años con una canción de ella. Con el tiempo la estudié, me encanta su historia y cuando mis hijas eran chicas les cantaba sus canciones”.

Ser puente

Y aunque la conversación salte de un tema al otro, la profesión aparece como eje para Silvana. “Hay cosas que exceden nuestro recursos, elementos del sistema que están más allá de lo que hagamos pero siempre es importante ser conscientes en este trabajo y hacerlo de la mejor manera posible”. La abogada subraya que los errores pueden perjudicar el futuro de una persona y que muchas veces no son salvables. Una advertencia que habla siempre con los profesionales jóvenes que la acompañan en el estudio. “Yo tengo tatuado en mi espalda un puente que tiene que ver un poco con mi historia familiar. Mi abuelo cuando vino a la Argentina hacía puentes. Revisé mi historia paterna cuando pude ir a conocer la familia en Italia y supe que mi bisabuelo también hacía puentes. Mi hermano que es ingeniero civil hace puentes. Y yo también tiendo un puente que las personas tienen que atravesar, de esa vida activa a tener una vida pasiva con dignidad”.

Texto: Julia Porta

Fotos: Pablo Aguirre

Sesión: Perfiles